La verdad oculta

La verdad oculta

Por: Camila Castaneda

Capitulo 23

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Y llegó el momento de despedirse de su padre la última vez que lo hacía , se acercó hacia el con pasos temblorosos , se acercó se inclinó. Sus dedos , fríos como el mármol , acariciaron la mejilla de su padre . La textura aspera de su piel . Un sollozo ahogado escapó de sus labios, rompiendo el silencio opresivo de la habitación.

“ Te amo papá “, susurró con voz apenas audible, “ te extrañare más de que te puedes imaginar

Las lágrimas brotaron de sus ojos y recorriendo sus mejillas en un torrente incesante . Cada gota era un tributo a su amor, un adiós desgarrador , un dolor inexplicable

Salí de la habitación del hospital, la fría luz del pasillo del hospital se reflejaba en mis ojos nublados por las lágrimas. Mis pasos eran pesados , como si cada uno me aclara al suelo impidiéndome avanzar . Acababa de despedirme de mi padre , llegue a la caja del hospital, donde una mujer de rostro amable me esperaba . Pague los gastos con manos temblorosas, sintiendo que cada centavo que llevaba consigo un pedazo de mi alma . Salí del edificio, parpadeando ante la luz del sol que cegaba momentáneamente. El mundo a mi alrededor parecía seguir su curso normal, ajeno al dolor que me consumía

Caminé sin rumbo fijo , sintiendo la brisa fresca en mi rostro. Las calles de la ciudad me rodeaban , llenas de gente que reía , conversaba y disfrutaba de la vida. Me sentía como un fantasma, una mera observadora de un mundo que ya no me pertenecía

De repente, me detuve en seco . Mientras un torbellino de emociones la embargaba : dolor , incredulidad y miedo todo eso estaba sintiendo por decirle a su madre que , su esposo había muerto y también al decirle a su tío fobo que su hermano había muerto. Las horas trascurrieron como una eternidad . Fleur luchaba contra su propio dolor mientras decidía cómo afrontar la triste realidad. Finalmente, se armó de valor. Compró un boleto de avión y se preparó para visitar a su madre.

El viaje a casa de su madre fue largo y silencioso. Fleur observaba por la ventanilla del avión cómo el paisaje cambiaba bajo sus pies, pero su mente estaba en otro lugar. Revivía recuerdos felices con su esposo, recordaba su sonrisa contagiosa, su forma de hacerla reír. Unas lágrimas silenciosas rodaban por sus mejillas.

 

Fleur, se aferraba a la ventanilla del avión. La emoción la embargaba mientras observaba el mundo desde las alturas. Las ciudades se extendían como alfombras multicolores, los edificios se reducían a maquetas diminutas y el cielo infinito se teñía de un naranja vibrante con los últimos rayos del sol.

Era la primera vez que Fleur viajaba en avión, y la sensación de ingravidez mezclada con la vastedad del paisaje la llenaba de una mezcla de nerviosismo y fascinación. Se sentía como un pájaro surcando los cielos, libre de las ataduras de la tierra.

A medida que el avión descendía, Fleur distinguía detalles que antes eran solo manchas borrosas. Las calles serpenteaban entre los edificios como ríos de hormigas, los parques se veían como oasis verdes en medio del concreto, y los coches se movían como pequeños insectos.

El aterrizaje fue suave, casi imperceptible. Fleur desabrochó su cinturón de seguridad y bajó del avión con una sonrisa en el rostro.

Con paso ligero, recogió sus maletas y se dirigió al área de migración. Los trámites se completaron sin contratiempos, y pronto Fleur se encontraba en el bullicioso hall del aeropuerto, buscando entre la multitud el rostro familiar que tanto anhelaba.

De repente, la vio. Su madre estaba allí, de pie junto a la salida, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro. Era una mujer delgada, de cabello castaño ondulado y ojos que brillaban con amor. En sus manos sostenía un pequeño cartel que decía “Bienvenida Fleur”.

Fleur corrió hacia ella, con los brazos abiertos. Se abrazaron con fuerza, dejando escapar las lágrimas de alegría que habían estado conteniendo durante tanto tiempo. El reencuentro era más emotivo de lo que cualquiera de las dos podría haber imaginado. Caminaron juntas fuera del aeropuerto, conversando animadamente y poniendo al día sobre sus vidas .

Su madre la llevo a casa , se sentaron por horas a platicar hasta que la madre , tocó el tema que no quería tocar Fleur “ su padre “

Alejandra: ¡ y tu papá cómo esta ‽

El sollozo de Fleur resonó en la habitación, rompiendo el silencio que la había envuelto desde su llegada. Las lágrimas corrían por sus mejillas, mezclándose con la música que aún sonaba en sus auriculares, un recordatorio del viaje que la había traído de regreso a casa.

“Mamá”, susurró Fleur, su voz temblorosa y llena de dolor, “lo que pasa es que papá… falleció ayer. Te intente llamar pero no entraba la llamada . Perdón por no insistir es que No era fácil asimilarlo. Yo era… bueno, es duro”.

Las lágrimas corrían por las mejillas de Alejandra, mezclándose con la lluvia que caía sin cesar sobre la ventana. No podía creer lo que sus oídos acababan de escuchar: su esposo, el hombre con quien había compartido tantos años de su vida, había muerto. Un dolor agobiante le oprimía el pecho, ahogando cualquier otro pensamiento.

“¿Pero cómo?”, preguntó con voz temblorosa, incrédula ante la noticia que acababa de recibir. “No sabía que estaba enfermo”, agregó, buscando alguna explicación en el rostro de su madre, Fleur, quien también lloraba en silencio.

“Nadie lo sabía, mamá , el lo oculto por años – dijo Fleur – con la voz entrecortada

La mamá de Fleur no aguanto la noticia tan fuerte y le pidió a Fleur de favor que se retirará que quería estar un momento a solas

Fleur salió de la casa con el corazón roto. La noticia del repentino fallecimiento de su padre la había golpeado como un rayo, dejándola sin aliento y sin saber qué hacer. Las palabras de su madre aún resonaban en su mente: “Necesito estar sola un momento”.

Caminó sin rumbo por las calles de la ciudad, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros. La bulliciosa Bogotá, con su ritmo frenético y su gente apresurada, parecía ajena a su dolor.

Las calles empedradas del centro histórico la llevaron a la Plaza de Bolívar, donde se sentó en un banco, observando la estatua del Libertador. La imponente figura de Simón Bolívar parecía mirarla con compasión, como si entendiera su dolor.

Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de calmar la tormenta de emociones que la invadía. Las lágrimas brotaron de sus ojos y recorrieron sus mejillas, sin que ella pudiera contenerlas.

En ese momento, un grupo de niños que jugaban a su alrededor se acercó a ella. Sus risas inocentes y su alegría contagiosa la sacaron por un momento de su tristeza. Les sonrió con tristeza y ellos le respondieron con un gesto de simpatía.

Se levantó del banco y siguió caminando, sintiendo una extraña sensación de paz. La ciudad ya no parecía tan hostil, sino más bien un refugio donde podía encontrar consuelo en la compañía de otros.

Caminó sin rumbo fijo, dejando que sus pies la guiaran. Pasó por parques, mercados, calles llenas de vida y rincones tranquilos. , Al caer la tarde, se encontró en un pequeño café ubicado en una callejuela tranquila. Se sentó a una mesa junto a la ventana y pidió una taza de café. Observó a la gente pasar por la calle, mientras disfrutaba del aroma y el sabor del café.

Se levantó de la mesa y salió del café con una nueva determinación. Tenía que seguir adelante, honrar la memoria de su padre y vivir su vida al máximo.

La ciudad la esperaba, con todas sus posibilidades y aventuras. Fleur estaba lista para enfrentarlas, con la fuerza y el coraje que había heredado de su padre.

Caminando por las calles empedradas del centro histórico, Fleur se sentía invadida por una mezcla de emociones. La nostalgia por el pasado se entrelazaba con la emoción por el futuro. Cada paso la acercaba a la casa de su madre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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