La verdad oculta

La verdad oculta

Por: Camila Castaneda

Capitulo 4

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Caminó con cautela por el pasillo hasta llegar a la salida del hospital , y ahí Fleur se percató que el lugar le resultaba extrañamente familiar Sin embargo, lo más inquietante no era la familiaridad del lugar

Fleur, ignoro la advertencia de la enfermera, se adentró en el bosque con paso firme. La espesura la rodeaba, envolviéndola en un manto de sombras y susurros. Los árboles, altos y centenarios, parecían observarla con recelo, sus ramas retorcidas como garras amenazantes.

El aire era fresco y húmedo, con un aroma terroso que despertaba en Fleur una sensación de inquietud. Sin embargo, ella siguió adelante, impulsada por una fuerza invisible que la atraía hacia el corazón del bosque.

De pronto, un sonido la hizo detenerse en seco. Un crujido entre las hojas, como si alguien la pisara. Fleur se giró bruscamente y vio a un hombre parado a unos metros de distancia. La luz tenue de la luna apenas permitía distinguir su rostro, pero su figura alta y imponente intimidaba.

El hombre no dijo nada, solo la observaba con una mirada penetrante. Un hombre alto de figura atlética Ella no podía descifrar sus intenciones, y eso la aterraba más , el hombre dio un paso hacia adelante y Fleur intuitivamente retrocedido dos pasos, movida por un instinto de supervivencia . Decidiendo regresar al hospital y a los pocos minutos ya estaba cerca del hospital con el corazón latiendo con fuerza en el pecho y ya al estar frente del edificio imponente, respiró hondo y se armó de valor.

Fleur, con el corazón palpitando en su pecho, se acercó a la entrada del hospital. La fachada imponente, de color blanco inmaculado

Al abrirla, se encontró con la mirada severa de la enfermera Doris, quien la observaba con los brazos cruzados. Su rostro, normalmente afable, se encontraba surcado por una profunda línea de molestia.

“¿Dónde estabas?”, preguntó con voz firme, dejando claro su desagrado por mi tardía llegada

Fleur se sintió intimidada por la actitud de Doris. Tragó saliva y respondió con voz temblorosa: “Lo siento, Doris.

No pudo evitar sentir una punzada de culpa. Sabía que su comportamiento era irresponsable.

“Lo siento”, murmuré, bajando la mirada.

La mano de la enfermera, fría y áspera como el metal, aferraba mi muñeca con una fuerza desmedida. Me arrastró por el interminable pasillo del hospital, un laberinto de puertas blancas que parecían no tener fin. A mi alrededor, el eco de mis pasos resonaba en las paredes descoloridas, como un lamento fantasmal.

Mi corazón latía desbocado en mi pecho, un tambor frenético que anunciaba el terror que me invadía . La enfermera, con su rostro serio y mirada distante, me indicó que entrara a un pequeño cuarto al final del pasillo. Al abrir la puerta, una nube de polvo danzó a la luz tenue que se colaba por una única ventana. El espacio era reducido, pero lo que más me llamó la atención fue la extraña máquina que ocupaba el centro de la habitación.

Era un armatoste de metal oxidado, adornado con una maraña de cables y botones que parecían sacados de un sueño febril. En su lado derecho, una placa de metal desgastada por el tiempo ostentaba una inscripción que me heló la sangre: “Máquina del tiempo”.

Fleur no podia cree lo que habia encontrado , no podía dar crédito a sus ojos. La máquina del tiempo funcionaba, y la había llevado a un pasado que le resultaba inquietantemente familiar. El hospital, aunque con un aspecto más antiguo y austero, era sin duda el mismo lugar donde trabajaba en la actualidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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