Historias de terror para disfrutar en familia

Pocos días después de que murió uno de mis tíos, sus hermanos, conscientes de la necesidad que yo tenía de contar con una cama nueva, me hicieron el favor de obsequiarme la del recién fallecido. La cama era del tipo box spring, individual, pero con una cabecera de latón muy adornada con espirales de alambrón dorado que se desprendían del centro de la base, en un patrón simétrico. Esta cama se acomodó en la misma recámara compartida, dejando un pasillo de separación con la otra cama, que pertenecía a mi hermano menor.  

Aunque en apariencia yo tenía ahora una cama propia mejor y elegante, no me sentía feliz porque ese mueble me provocaba miedo, pues cada noche a la hora de dormir, no podía evitar recordar que en ese mismo colchón mi tío había tenido una muerte horrenda por el estrangulamiento de una hernia. Imaginaba los sufrimientos que habría pasado justo en esa misma cama, donde ahora yo estaba acostado. Mi mente creaba una escena inquietante, con la parca sentada en la piecera aguardando pacientemente el último suspiro de mi tío, mientras él se retorcía de dolores inaguantables.  Esas imágenes perturbadoras eran más claras cuando cerraba los ojos, por lo que me esforzaba en mantenerlos muy abiertos.

Cuando se apagaba la bombilla, sólo iluminaba la pequeña recámara un haz de luna que entraba por el ventanal que estaba pegado a un lado de la cama. El ventanal estaba cubierto por una larga cortina blanca, que se hinchaba cuando alguna ráfaga de viento se colaba entre las ranuras, simulando al clásico fantasma blanco, que parecía querer colarse al interior del cuarto. Conforme pasaban las horas, sentía cerrarse mis pesados párpados y reforzaba el esfuerzo por mantenerlos abiertos, con tal de no repasar las imágenes agonizantes de mi tío, hasta que el sueño me ganaba, cayendo en un profundo sueño, del cual era difícil desprenderse en la mañana.

Cierta noche, mientras intentaba mantenerme alerta, comencé a escuchar un tintineo metálico que no podía ubicar. Tras varios intentos descubrí que venía de abajo de mi almohada, pero justo cuando estaba a punto de ubicarlo, cesaba. Varias noches me obsesioné con ese ruido que no podía localizar, hasta que una de estas descubrí que venía de una pieza del adorno de la cabecera con forma de espiral, que de algún modo vibraba y golpeaba contra otro metal indefinido, generando el ruido perturbador. Pero ¿por qué pasaba eso? Nunca encontré explicación.

Luego comencé a imaginar locamente, que tal vez fuera el modo en que el alma del difunto trataba de comunicarse conmigo. La sola idea me aterraba, y trataba de detener la vibración apretujando la almohada entre los adornos de metal, pero aun así no paraba. Al contrario, lo oía más claro y fuerte. Me encogí en la cama, tapándome la cabeza con el almohadón, hasta que no escuché otra cosa que los latidos palpitantes de mi corazón agitado. Al dejar de escuchar el tac-tac-tac, poco a poco me fui calmando.

Cuando ya estaba algo relajado, sentí claramente el momento cuando alguien se sentó en el colchón, cerca de mis pies. Percibí nítidamente cómo se hundía el colchón e instintivamente retraje los pies, para que no fueran a jalármelos...

El colchón seguía hundido en el lugar donde sentía la presencia, recordándome a la figura de la muerte sentada a los pies de mi tío, un escalofrío recorrió mi espalda pensando que yo la había invocado con mis alucinaciones. Intenté racionalizarlo, diciéndome que solo era mi imaginación, pero el miedo se apoderaba de mí. Cada segundo se hacía eterno, y el silencio de la habitación se tornaba insoportable. Y aunque me sentía sofocado, no quise retirar la almohada de mi cabeza para tomar aire fresco, por temor a descubrir algo horrendo.

Repentinamente sentí una mano helada que tocaba suavemente mis pies por encima de la sábana. Me estremecí y quise gritar, pero mi voz se ahogó en un susurro. La mano comenzó a deslizarse lentamente hacia arriba, acariciando mi pierna con un tacto gélido y etéreo. Quise retraer aún más los pies, intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. Estaba completamente paralizado.

En mi mente, el pánico se mezclaba con visiones de mi tío en su lecho de muerte, luchando por respirar, con sus ojos llenos de dolor y desesperación. La mano seguía subiendo, ahora tocando suavemente mi muslo acalambrado. Pude sentir cómo la cama se hundía más, como si alguien se estuviera echando sobre mí.

Un susurro apenas audible rompió el silencio. Era una voz áspera, pero distorsionada y llena de tristeza. - Ayúdame...-, murmuraba. Sentí una presión en el pecho, una opresión que me dejaba sin aliento. Intenté gritar nuevamente, pero mi boca y mi garganta resecas seguía selladas por el miedo.

Entonces, la voz volvió, esta vez más clara y más cerca. - Ayúdame...-, repetía, y pude sentir un aliento helado en mi cuello, que me erizó el cabello. La presión en el colchón aumentó, y supe que lo que fuera que estaba allí, se había acercado a mi cabeza. Las lágrimas rodaban por mis mejillas, pero no podía moverme para limpiarlas.

En un último esfuerzo de desesperación, cerré los ojos y recé para que todo terminara. Sentí la mano fría rozar mi rostro, como si estuviera acariciando mi mejilla. Y entonces, con un susurro casi inaudible, la voz dijo: -Gracias...-.

En ese instante, todo se detuvo. La presión en el colchón desapareció, la mano se retiró y el ruido metálico cesó. Sentí cómo el control sobre mi cuerpo regresaba lentamente y, temblando, abrí los ojos. La habitación estaba tranquila, iluminada solo por la pálida luz de la luna. Miré a mi alrededor, buscando cualquier señal de lo que había sucedido, pero no había nada.

Me incorporé lentamente, todavía temblando, y encendí la luz. La cama parecía normal, sin ninguna señal de la presencia que había sentido. Toqué la cabecera y comprobé que la espiral de metal ya no vibraba. Todo estaba en silencio.

Esa noche, no volví a dormir. Me quedé sentado en la cama, observando cada rincón de la habitación, esperando cualquier señal de que el espíritu regresaría. Pero no lo hizo.

Conforme pasaban los días, las visitas fantasmales se hacían más frecuentes. Vivía en un terror crónico, pero no me atrevía a confesarlo a mis padres ni a mis hermanos por temor a que no me comprendieran. Así que me mantuve en silencio, soportando la agonía del miedo cada vez que llegaba la noche. Evitaba apagar la luz, aguantando lo más tarde posible, pero ni siquiera así me libraba de numerosas experiencias aterradoras.

Una de las peores ocurrió una noche en la que, después de horas de mantenerme despierto, el cansancio finalmente me venció. Poco después de caer en un sueño intranquilo, sentí nuevamente la presencia. Esta vez, el espíritu se montó encima de mí, abrazando mi cuerpo con una fuerza descomunal. Sentí como si me estuviera aplastando, dejándome sin aliento. Mi pecho se comprimía y mi respiración se volvió superficial y entrecortada.

Intenté gritar, pero el miedo paralizaba mis cuerdas vocales. Solo lograba emitir gemidos ahogados, apenas audibles. La sensación de estar atrapado, sin posibilidad de moverme, aumentaba mi pánico. Mi corazón latía desbocado, cada latido resonando en mis oídos como tambores de guerra. El sudor frío corría por mi frente y la espalda, empapando la cama.

Finalmente, con un esfuerzo titánico, logré abrir los ojos. Y allí, sobre mí, estaba él. Su rostro era una máscara de horror, con la piel descompuesta y los ojos hundidos en sus órbitas, llenos de un vacío abismal. Una mueca grotesca deformaba su boca, mientras una risa sin sonido escapaba de sus labios. Sus dientes amarillentos y torcidos parecían cuchillos dispuestos a devorarme.

El rostro del monstruo se acercó aún más, hasta quedar a centímetros del mío. Pude sentir su aliento helado y pestilente, y su risa se intensificó con muecas y gesticulaciones espantosas danzando frente a mis ojos. Era como si se estuviera alimentando de mi terror, disfrutando de mi sufrimiento.

De repente, sentí una mano cálida en mi hombro y escuché una voz familiar. Mi hermano, alarmado por los gemidos que hacía, había venido a despertarme. Abrí los ojos completamente y, con un gran alivio, vi su rostro preocupado mirándome. La presión en mi pecho desapareció y el espíritu se desvaneció como una niebla disipándose al amanecer.

Me incorporé rápidamente, todavía temblando y empapado en sudor. La habitación, ahora iluminada por la luz de la lámpara de mi hermano, parecía mucho menos amenazante. Él me miró con preocupación y me preguntó si estaba bien. Asentí débilmente, incapaz de explicar lo que había sucedido.

Los días siguientes pasaron en una bruma de ansiedad y miedo. Cada noche, al caer el sol, sentía un nudo en la garganta, anticipando las visitas nocturnas. A pesar de la constante presencia de mi hermano, el fantasma continuaba acosándome, sin| que él se percatara. Mi vida diurna se vio afectada, tenía los ojos siempre cansados, la mente siempre alerta a cualquier sombra o ruido extraño.

En una desesperada búsqueda de alivio, comencé a investigar sobre espíritus y fenómenos paranormales. Descubrí que muchos otros habían tenido experiencias similares, pero ninguna solución concreta. En mi desesperación, decidí llevar una biblia para leer y rezar al acostarme, pensando que ello me traería la paz que tanto anhelaba.

Esa noche, después de leer algunos versículos y rezar el Padre Nuestro en silencio, me acosté con una mezcla de esperanza y miedo. La habitación se sentía diferente, más ligera, como si una carga invisible hubiera sido levantada. Cerré los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, caí en un sueño tranquilo.

Pero en medio de la noche, desperté súbitamente. La habitación estaba sumida en una oscuridad absoluta, la luna oculta tras gruesas nubes. Sentí una brisa helada, a pesar de que las ventanas estaban bien cerradas. Y entonces lo escuché, el tintineo metálico que había llegado a conocer tan bien había vuelto.

El terror se apoderó de mí una vez más. Intenté moverme, pero la parálisis regresó, inmovilizándome completamente. La presencia se sentía más fuerte que nunca, y el colchón comenzó a hundirse. Una mano helada tocó mi rostro, y la voz macabra resonó en mis oídos, más clara y desesperada que nunca. - Ayúdame...-, suplicaba, y su rostro apareció una vez más, deformado y espectral, pegado al mío.

Pero esta vez, algo era diferente. En lugar de reírse, su expresión era de puro sufrimiento. Con un último esfuerzo, me concentré en sus ojos, tratando de comunicarme mentalmente con él. "¿Qué necesitas?", pensé con todas mis fuerzas. Y en ese momento, sentí una paz inexplicable. Su rostro se suavizó, y con una última mirada, más de profunda tristeza que de terror, su figura se desvaneció en la oscuridad.

El control sobre mi cuerpo regresó lentamente. Me incorporé, temblando y empapado en sudor, y encendí la luz. Pero no había rastro del espectro, ni del ruido metálico. Pensé que, de alguna manera, había logrado ayudar a ese desventurado espíritu a encontrar la paz y que, en recompensa, dejaría de acosarme cada noche.

Los días siguientes continuaron llenos de inquietud. Durante las clases en la preparatoria, me costaba concentrarme, y mis amigos notaron mi creciente cansancio. Una tarde, mientras caminaba por los pasillos, vi a un grupo de estudiantes sentados alrededor de una ouija, intentando, sin éxito, convocar a un espíritu que moviera el puntero. Al perder el interés, comenzaron a platicar anécdotas aterradoras, y fue allí donde escuché por primera vez sobre alguien a quien se le "subió el muerto". Poco a poco, compartieron experiencias similares a las que yo estaba sufriendo y me sentí identificado.

Entonces me animé a contar mi historia, esperando encontrar consuelo o respuestas, pero mis compañeros no le dieron importancia. Entre risas burlonas y miradas escépticas, seguí describiendo mis noches de terror.  Un profesor que había estado escuchando atentamente detrás de una columna, preocupado por nuestra angustia, se acercó con cautela para tranquilizarnos.

-Chicos, disculpen que interrumpa- dijo el profesor Gutiérrez- pero me parece importante aclarar algo sobre lo que están hablando. Lo que describen no son fantasmas ni espíritus. Es un fenómeno bastante común conocido como parálisis del sueño-.

Nos miró a todos con seriedad, captando nuestra atención. -La parálisis del sueño ocurre cuando una persona se despierta durante la fase REM[1] del sueño, cuando el cuerpo está naturalmente paralizado para evitar que actuemos nuestros sueños. Sin embargo, la mente está despierta, y esa desconexión puede causar alucinaciones muy vívidas y aterradoras-.

Su explicación nos cautivó, por lo que nos acercamos más, fascinados y asustados a la vez. -Las alucinaciones pueden incluir sensaciones de presencia, presión en el pecho, y visiones de figuras oscuras. Esto sucede porque el cerebro sigue soñando mientras el cuerpo está paralizado. No es un fenómeno sobrenatural, aunque puede sentirse así-.

Levanté la mano y con mi voz temblorosa pregunté: -Profesor, ¿entonces, podemos controlarlo? -

-Sí, existen varias técnicas - respondió el profesor Gutiérrez- Primero, es importante mantener un horario de sueño regular y evitar el estrés antes de dormir. Dormir de lado en lugar de boca arriba también puede ayudar. Si te encuentras en medio de una parálisis, intenta mover un dedo de la mano o del pie. Esa pequeña acción puede ayudarte a despertar completamente-.

La explicación del profesor cambió totalmente mi percepción. Comprendí que no era un espíritu lo que me acosaba, sino mi propio cerebro jugando bromas pesadas en un estado entre el sueño y la vigilia. Esa noche, apliqué sus consejos, y aunque no fue fácil al principio, comencé a recuperar poco a poco el control sobre mis sueños.

Con esa certeza que me había dado el profesor, comencé a afrontar cada noche con más tranquilidad. Cada vez que volvía a abrazarme el muerto, intentaba mantener la calma, respirar lentamente e intentar mover un dedo. Tan pronto lo lograba, como por arte de magia, se esfumaba la presencia fantasmal y recuperaba la movilidad. Llegó un momento en que ya ni siquiera sentía miedo, y soportaba el abrazo que cada vez era más débil, hasta que me quedaba dormido sin darme cuenta. Recuperé la tranquilidad y la energía, sintiéndome liberado de la opresión nocturna.

Las semanas pasaron y el fenómeno dejó de ocurrir. Mi vida volvió a la normalidad, y poco a poco olvidé los horrores de aquellas noches. Sin embargo, una ocasión, mientras dormía plácidamente, me desperté inquieto y sin motivo. La habitación estaba oscura, pero no sentí miedo. Pensé que simplemente había tenido un mal sueño y volví a cerrar los ojos.

Entonces, sentí un ligero peso en los pies. Recordé las palabras del profesor Gutiérrez y haciéndome el valiente traté de mantener la calma. Intenté mover un dedo, pero esta vez, no funcionó. El peso se hizo más fuerte, como si alguien estuviera arrastrándose hacia mí.

Respiré profundamente, intentando mantener la serenidad. Pero algo estaba mal. El aire se volvió helado y, de repente, el colchón comenzó a hundirse de nuevo. Esta vez, el abrazo fue distinto, más intenso, como si la propia cama intentara devorarme.

Con el corazón desbocado, abrí los ojos y, para mi horror, vi al fantasma con su rostro descompuesto y una mueca macabra más cerca que nunca. Su risa resonó en mis oídos, pero esta vez no había sufrimiento en su mirada, solo una malicia abrumadora.

Intenté gritar, pero mi voz no salió. Sentí su aliento helado en mi rostro, y sus manos comenzaron a apretar mi cuello. La desesperación se apoderó de mí mientras luchaba inútilmente por liberarme. Y justo cuando pensé que todo había terminado, la habitación se llenó de un ruido ensordecedor, como un trueno que sacudió las paredes.

instantáneamente, todo se desvaneció. Me encontré en la oscuridad, solo, con el corazón latiendo frenéticamente con la sensación de caer al vacío. Me incorporé y encendí la luz, temblando y escurriendo en sudor. La habitación estaba tranquila, sin rastro de la presencia espectral.

Me senté en la cama, tratando de calmarme, pero el miedo persistía. Mientras me tranquilizaba, noté algo en el suelo junto a la cama: un pequeño objeto metálico que no había visto antes. Lo recogí y, para mi sorpresa, era una vieja llave oxidada, de esas pequeñitas con cabeza en forma de trébol con orificios, que cierran los roperos antiguos. No tenía idea de cómo había llegado allí, pero la vista de ese objeto me hizo comprender que tal vez, solo tal vez, no todo había sido un truco de mi mente, algo sobrenatural realmente estaba sucediendo.

Con la llave en la mano, me acosté de nuevo, pero esta vez, el sueño no llegó tan fácilmente. La certeza que me había dado el profesor se tambaleaba, y la incertidumbre se apoderaba de mí.

La angustia me invadió nuevamente y entre la penumbra vi una sombra oscura acercándose a mi cama. Su rostro era imperceptible, pero escuchaba su pesada respiración invadiendo el ambiente-

-Qué quieres? -, pregunté con voz chillona, pero la figura no respondió. En cambio, se acercó lentamente, percibí sus siniestros ojos brillando con un brillo sobrenatural. Sentí un frío intenso y una sensación de pánico se apoderó de mí.

Repentinamente, la figura se desvaneció, dejándome en la oscuridad. Traté de calmarme, convenciéndome de que todo era producto de mi mente. Pero entonces, escuché un susurro cerca de mi oído que me hizo espeluznar. -Nunca estás solo-, susurró una voz siniestra.

La habitación se llenó de una sensación siniestra, y supe que algo había cambiado para siempre. Aunque intenté encontrar explicaciones lógicas, una parte de mí sabía que había desencadenado algo más allá de mi comprensión.

Desde entonces, las noches se volvieron aún más inquietantes, con susurros y sombras que parecían acecharme todo el tiempo. Aunque traté de mantener la calma, la sensación de que algo oscuro me seguía persistía.

Ahora, mientras escribo estas líneas, me pregunto si realmente logré liberar a un alma en pena o si solo desaté una fuerza más poderosa y oscura. El temor se ha convertido en mi compañero constante, y la certeza de que algo maligno aún merodea en la oscuridad me mantiene despierto durante las noches interminables de insomnio.

 

 


[1] REM es la abreviación de Rapid Eyes Movement o Movimiento Rápido de los Ojos. Los científicos describen que es en esta fase cuando se producen los sueños, por lo que el cerebro envía una señal a la médula espinal para detener los movimientos del cuerpo, evitando que la persona se levante o mueva, ocasionándose lesiones. Más información en: https://espanol.nichd.nih.gov/salud/temas/sleep/informacion/REM

 

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