Capítulo I.
De los encuentros fortuitos.
Iratustra y yo nos conocíamos y sentíamos un profundo respeto por el otro. Más allá de mi pordiosera presencia nuestras miradas reconocían lo que la muerte necesita cuando se lo propone. Nuestras vidas se cruzaron en la bravura juventud de nuestras carreras cuándo la moral y la ética no conocen demasiado de supervivencia ni de vestirse de matices para justificar acciones. Iratustra supo ser un junco con algunos escrúpulos capaz de doblegar sin quebrarse demasiado, en cuanto a mí, la ausencia de límites producto de la esporádica fama me llevaron a sobrevivir perdiendo todo.
En una ocasión mi acosadora presencia de reportero traía preguntas inquisidoras sobre una investigación que llegó a las manos del futuro jefe de detectives. Su carrera en ascenso generaba la consulta permanente y la presencia de su inteligencia en los casos más complejos, estos rasgos no pasaron desapercibidos ante la fuerte noticia que golpeaba directamente los círculos más poderosos y que necesitaban no solo de su pericia sino también de su metódico hermetismo. Se trataba de un suicidio en masa suscitado luego de largos y extensos rituales sadomasoquistas en la casa de la aristocrática señorita Agustina Nedella. El relato de Nedella como autora intelectual y material de tan horroroso final dejaba ver la participación de un excelso maestre sin nombre que la convenció de que la entrega final para la contemplación del deseo se encontraba en el sacrificio de sangre, sacrificio llevado a cabo durante un minucioso ritual sexual compilado, relatado y documentado prolijamente en un negro libro del cual solo conocí su existencia tras mi inquisidor acoso hacia el detective a cargo del caso. La gruesa cubierta del libro sin título se encontraba firmada por la señorita Nedella bajo el nombre de Medium Deam o Diosa mediadora.
A la señorita Nedella le resultó imposible salir airosa de semejante situación pero la condena social fue apagada por un silencio mediático que distraía a los televidentes y lectores con amoríos en primera plana y suntuosas modas traídas por imposición por los principales modistos del venerado occidente. Si nada por ganar más que una nueva cara para la condena social sobre mi persona, logré, tras una seguidilla de sobornos dar con la ubicación de Agustina Nedella quien se encontraba alojada en una armoniosa cabaña a las afueras de un pequeño pueblo precordillerano dónde estuvo recluida hasta su muerte. Tras largos días de observación logré convencerla de encontrarnos en un sitio resguardado por extensos cipreses dónde sonriente y convencida me entrego un papel que en prolija caligrafía rezaba “Supay tijuí taé”; tras ese breve encuentro en dónde las palabras quedaron reducidas a la silenciosa acción, la señorita Nedella se dirigió hacia el lago cercano al parque de cipreses dónde desnuda y libre de todo prejuicio se quitó la vida. Nunca pude comprender la relación del nombre dejado en el papel con el homicidio en masa y con el Crimen de Todos los Miembros hasta que revisé los archivos del Jefe de Detectives.
Con el correr de los años mi carrera fue tomando rumbos capaces de romper los tornasolados sitios de poder, esto me llevó a ser tan rechazado y odiado por un importante arco de personas que se encargaron de pisotear mi figura. Quizás la resiliencia es lo que me permitió sobrevivir como pordiosera prostituta de historias decadentes y otras historias con cierta porción de éxito, y así fue como el medio para el que trabajo me consignó la tarea de darle un orden y un hilo conductor a la explosiva exposición de conjeturas en palabras sobre “El crimen de todos los miembros” con el fin de hacer una novela que rebalse el morbo de la editorial; en cuanto a mí, nada me permite escapar del antro lluvioso en el que vivo y quizás esa no sea la mejor de las excusas. Lo que leerán es producto de mi investigación y de una detallada relectura y análisis de las fuentes obtenidas. La historia de los personajes son un rompecabezas de pequeñísimas piezas de cientos de fuentes orales y escritas, de informes de pericias y de extensas grabaciones y fotos que Iratustra recopiló oficialmente durante la investigación y los nuevos descubrimientos extraoficiales hasta el momento de su muerte. Jamás lograré entender por completo lo que sucedió y apenas si este relato puedo darme el dinero suficiente como para comprar unos días de vida. Lo dejo aquí no con el fin de alimentar la lectura de cosas inconclusas, sino porque hay cosas que atrapan tanta oscuridad que es mejor no dejarlas en el camino.