LA COLECCIONISTA

LA COLECCIONISTA

Por: Juárez Deysi

El peso de la resolución

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Danella

 

Guardé con cuidado mis pertenencias, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. El bisturí, la jeringa vacía, el frasco con la nariz de Kai; todo debía ser limpiado y guardado meticulosamente. Miré mi reloj. Ya era hora de volver a casa. Seguramente Derek había venido a buscarnos, y su ausencia pronto sería notada.

Derek era corpulento, pesado, y sería imposible siquiera arrastrarlo. Kai, aunque más liviano, también presentaba un desafío. El lugar más cercano era el arroyo, pero sabía que los cuerpos flotarían y serían descubiertos rápidamente. Pedir ayuda a mi padre era una opción que no consideraba. Eso significaría que toda esta prueba sería en vano, que mi debilidad y falta de resolución se harían evidentes, sepultándome bajo la mirada crítica de mi padre.

 

Observé a mi alrededor en busca de una solución inmediata a mi gran problema. Mi corazón latía con fuerza, pero no era miedo lo que sentía. Esa sensación horrible que había descrito a mi madre no existía. Mi corazón estaba acelerado, sí, pero no sentía miedo. Solo determinación.

 

Pensé en el arroyo, pero era mejor separar los cuerpos. Nevaría en las próximas horas y en los próximos días, ese lugar estaría bajo la nieve. La nieve cubriría cualquier rastro, proporcionando una solución temporal que podría funcionar perfectamente.

 

Decidí primero mover a Derek. Tomé una profunda respiración y comencé a arrastrarlo hacia un grupo de árboles espesos. Cada movimiento era calculado, preciso. La adrenalina me daba la fuerza que necesitaba. Finalmente, lo escondí entre los árboles, cubriéndolo con ramas y hojas. La próxima nevada haría el resto.

 

Corrí de vuelta para recoger a Kai. Su cuerpo era más fácil de mover, pero aún así, cada paso requería de toda mi concentración. Encontré otro escondite entre los árboles, lo suficientemente lejos de Derek para que no fueran encontrados juntos. De nuevo, utilicé las ramas y hojas para ocultarlo lo mejor posible.

 

Finalmente, ambos cuerpos estaban bien escondidos. Respiré hondo, sintiendo una calma extraña, casi antinatural. Sabía que la nieve los cubriría pronto, proporcionando el tiempo que necesitaba para pensar en una solución más definitiva.

 

Miré mis manos ensangrentadas y luego al horizonte. Sabía que esto no era el final, sino el comienzo de algo mucho más oscuro y complejo. Sin embargo, la sensación de control y la falta de miedo me dieron una confianza nueva y perturbadora.

 

Me limpié lo mejor que pude, asegurándome de no dejar rastro de mi trabajo. Era hora de volver a la cabaña, de enfrentar a mi padre con una sonrisa inocente, como si nada hubiera pasado. Sabía que, a partir de ahora, la oscuridad que había abrazado sería mi compañera constante, y estaba preparada para todo lo que viniera.

 

Justo cuando me disponía a marcharme, me encontré cara a cara con mi padre. Su figura se recortaba contra la nieve, sus ojos observándome con sospecha. Miró a mi alrededor y frunció el ceño.

 

"¿Dónde están los chicos?" preguntó, su voz tan fría como el aire invernal.

 

Le sonreí con una calma que no sentía. "No los he visto", respondí.

 

Mi padre me observó por unos segundos, escrutando mi rostro. "A mí no puedes mentirme, Danella. ¿Qué hiciste?"

 

Lo miré fríamente, tomando un respiro profundo antes de hablar. "Los asesiné."

 

Mi padre dejó escapar un resoplido, como si no pudiera creer lo que oía. "Debe ser una broma."

 

"No quería matar a Kai, pero sin su hermosa nariz, era alguien tan insignificante. Y Derek... él empezó a gritar."

 

Mi padre se quedó en silencio, procesando mis palabras. La incredulidad en sus ojos se mezclaba con algo que no podía identificar del todo, pero que sospechaba era una mezcla de orgullo y horror. Por primera vez, veía en él una chispa de reconocimiento, como si estuviera viendo algo que siempre había esperado y temido. Sin decir más, me lanzó una bofetada y me hizo caer al suelo. Sentí la sangre correr por mis labios.

 

"¡Estás loca!" gritó. "¿Tienes idea de lo que acabas de hacer?"

 

En ese instante, me puse a llorar. No porque sintiera dolor, sino por enojo, por impotencia, porque sabía que había cometido un error y mi padre estaba decepcionado.

 

"Nunca se comete un crimen con tantos testigos. Sus padres los están buscando, no tardarán en llegar y muchas personas saben dónde están ahora," gritó, su voz cargada de decepción.

 

"Lo siento," dije entre lágrimas, intentando controlar mi sollozo.

 

"¡Deja de llorar como la inútil de tu madre! No soporto ver tus lágrimas. Tenemos que pensar en algo rápido," continuó con furia.

 

Esas últimas palabras, sin embargo, me alentaron. Mi padre no me había abandonado; todavía veía una chispa de potencial en mí, aunque difuminada por mi error. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano.

 

"Tenemos que mover los cuerpos," sugerí, mi voz aún temblorosa, pero firme.

"Sí, pero no aquí. La nieve cubrirá cualquier rastro en poco tiempo. Necesitamos hacer que parezca un accidente, algo que no levante sospechas inmediatas," dijo mi padre, su mente ya calculando el siguiente paso. “Usaremos el lago. Si conseguimos que los cuerpos se hundan lo suficiente, la nieve y el hielo los ocultarán hasta que sea demasiado tarde. ¿Dónde están los cuerpos?”

 

Le mostré el cuerpo de Derek. Mi padre lo observó un segundo y dijo: “Será imposible hacerlo pasar por un accidente. Supongo que Kai está en las mismas condiciones. ¡Qué decepción!”

 

Nos pusimos en movimiento, cada uno tomando una tarea. Mi padre era meticuloso, y yo seguía sus instrucciones con precisión. Mientras trabajábamos, supe que este momento sería crucial en nuestra relación. No se trataba solo de limpiar un desastre, sino de demostrarle que podía ser tan fría y calculadora como él.

 

Después de ocultar los cuerpos en el lago, asegurándonos de que se hundieran lo suficiente, regresamos a la cabaña. Mi padre me miró, su expresión aún dura, pero con una leve aceptación en sus ojos.

"Esto no puede volver a suceder, Danella. Si quieres estar a mi altura, debes aprender a controlar tus impulsos y a pensar en cada detalle. Eso es lo que al final cuenta."

"¿Qué hacemos con sus padres?" pregunté, sintiendo que aún no habíamos terminado.

"De ellos me encargaré yo," respondió mi padre con firmeza. "Espero que aprendas algo al final de todo esto."

 

Su tono era severo, pero en sus palabras había una lección que comprendí profundamente. Este error, aunque costoso, me había enseñado la importancia de la precisión, del control absoluto. Mientras caminábamos de vuelta a la cabaña, la nieve comenzó a caer con más fuerza, cubriendo nuestras huellas y cualquier rastro de lo que había sucedido. Miré a mi padre y, por primera vez, sentí que había una conexión genuina entre nosotros, una oscura alianza que definiría nuestro futuro.

 

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