Danella— 2000
El orfanato Sainte-Claire, aunque parece un refugio, no tardó en revelar su verdadera naturaleza. Los pasillos y las habitaciones esconden secretos oscuros. Las sonrisas amables son máscaras de hipocresía. Aprendo a observar y a esperar. Sé que el tiempo está de mi lado. Cada mirada, cada palabra, cada gesto son piezas de un rompecabezas que estoy decidida a resolver y estos cuatro años en esta celda no serán mas que eso, cuatro años de experiencia.
Moreau, con su insistente vigilancia, se convierte en una constante en mi vida. Su presencia es un recordatorio de mi pasado, y quizás un aviso de mi futuro. Sé que sospecha de mí, que no ha dejado de buscar respuestas. Pero también sé cómo mantener mi fachada intacta, cómo presentarme como una niña inocente que ha perdido a sus padres de manera trágica.
Bastian, con su comportamiento repulsivo, se convierte en un objetivo en mi mente. Su final está sellado, solo es cuestión de tiempo. Mientras tanto, cada día en Sainte-Claire es una batalla por mantener mi compostura, por no dejar que las sombras de mi pasado consuman mi presente.
Sé que la salida de este lugar no será fácil, pero también sé que no es imposible. Mi mente trabaja incansablemente, planeando, observando, esperando. El mundo exterior no me ofrecerá seguridad ni paz, pero me ofrecerá libertad. Y eso, más que cualquier otra cosa, es lo que más anhelo.
El lado bueno de este lugar es el profesor de música. Es un hombre joven, dulce, con una hermosa sonrisa y muy atractivo. Hace servicio social los fines de semana, y nos turnamos para ayudarle. Es muy atractivo, pero nos ve como a sus hermanitas, aunque desearía que me viera como algo más. Pero es tan respetuoso que apesta. Cada vez que lo veo, no puedo evitar sentir una punzada de frustración y deseo. Quiero que me vea, que vea más allá de la niña huérfana y perdida, pero sé que es imposible. Él es demasiado bueno, demasiado decente para siquiera considerar algo así.
Mientras tanto, mis pensamientos son un torbellino de planes y estrategias. Sé que debo ser paciente, que mi oportunidad llegará. Mientras tanto, Sainte-Claire sigue siendo mi prisión, una prisión que algún día dejaré atrás, llevando conmigo las lecciones y las cicatrices de estos años oscuros.
“¡Danella!” La voz de Bastian me sobresalta. “La directora quiere verte, parece que el detective Moreau está en la línea.”
“Supongo que no puede esperar.”
“No, date prisa.”
La voz del viejo entra como alfileres en mi cabeza. Dejo la escoba recostada en la pared y lo sigo. Son casi las 4 de la tarde; los alumnos están en sus talleres, otros en sus habitaciones y tareas diarias, y algunos en el huerto. El viejo se apresura a abrir la puerta y hace una reverencia hacia la directora, dejándome entrar. Cuando cruzo la puerta, me empuja y me hace caer al suelo. Escucho la puerta cerrarse a mi espalda. Lo que tanto he temido ha llegado. Pero no tengo miedo; me he preparado para esto desde que supe lo que hacía.
Me defendí como pude. Tal como le gusta, me bofeteó un par de veces con tanta fuerza que sentí que me partía la mejilla, pero mis ojos seguían inexpresivos, contrarios a mi actitud. Eso lo desconcertó, pero no detuvo sus bajos instintos. De un tirón me arrancó la blusa y posó su asquerosa boca en mi cuello, lamiendo con desesperación. Ya se había excitado, y ese era mi momento de actuar. Tiré con todas mis fuerzas de su cabello, lo suficiente para que apartara su cara de mi cuello. Entonces llevé mis pulgares a sus ojos y los apreté con fuerza, clavando mis uñas en sus párpados. Gritó como un cerdo un instante y, sacudiéndome por los hombros, se apartó. Aproveché para levantarme y buscar algo sobre el escritorio para hacerle daño de verdad. Pero era un hombre fuerte, me doblaba en tamaño, y no era la primera vez que hacía eso.
Mientras buscaba algo en el escritorio, sentí su mano agarrar mi brazo con fuerza, tirándome hacia atrás. Mi corazón latía con furia, y una mezcla de miedo y determinación llenaba mis venas. No podía dejar que ganara. Con un rápido movimiento, agarré un lápiz y lo clavé en su hombro. Bastian gruñó, soltándome momentáneamente. Aproveché ese instante para golpearlo de nuevo, esta vez en la cara, con un grueso libro, pero eso no lo detuvo. Pareció enfurecerlo más. Con un rugido, me tiró al suelo, y sentí el impacto en cada hueso de mi cuerpo. Mientras él intentaba subirse sobre mí, mis manos buscaron desesperadamente algo, cualquier cosa para defenderme. Mis dedos tomaron el lápiz clavado en su hombro, y sin pensarlo dos veces, lo saqué y se lo clavé en el cuello. Su grito fue agónico, la sangre brotando a borbotones. Se tambaleó hacia atrás, sus ojos llenos de dolor y sorpresa.
Aproveché la oportunidad para levantarme. Mis piernas temblaban, y respiraba con dificultad. Lo miré fijamente, dejé salir un grito y, sacando el lápiz, se lo clavé esta vez en el ojo. Bastian cayó pesadamente sobre el piso, y mis emociones finalmente parecieron liberarse.
"Esto es por todas las niñas que has lastimado," murmuré, mientras él intentaba decir algo, pero solo salía un gorgoteo de sangre de su boca. Verlo casi agonizante no era suficiente; su dolor no era nada comparado a todo lo que les hizo vivir a sus víctimas. Volví a sacar el lápiz y empecé a clavárselo en la cara una y otra vez mientras gritaba de rabia. La sangre salpicaba sobre mi rostro y seguía bajando por mi pecho. En ese momento, la directora ingresó presurosa, guiada por mis gritos, con una expresión de horror en su rostro. Lanzó un grito, haciendo que me detuviera. Sin esperar su reacción, me puse de pie y caminé hacia la salida. Mis compañeros me miraban con curiosidad y miedo, pero yo no les presté atención. A paso acelerado, bañada en sangre, me dirigí a la puerta principal y abrí la puerta hacia mi libertad.