LA COLECCIONISTA

LA COLECCIONISTA

Por: Juárez Deysi

La Coleccionista naciente

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   1990 — Danella

Mi padre se acercó a mí mientras suturaba la piel de una rana que había encontrado cerca de la cabaña. Era un pasatiempo que ambos compartíamos, una forma de conectar más allá de las palabras. O al menos, así parecía. La realidad era que esas actividades eran pruebas, pequeños exámenes de mi destreza y frialdad bajo su mirada crítica, mi padre queria que fuese una digna sucesora.

“Invité a Kai y a su familia a la casa de la montaña”, dije con serenidad, notando el interés en los ojos de mi padre.

“¿Puedo preguntar la razón para esta invitación?” respondió, levantando ligeramente la mirada para observarme.

“Porque tengo una sorpresa para ti. Y Kai es perfecto para eso”, respondí, encontrando su mirada con determinación.

Sabía que mi padre buscaba perfección en todo lo que hacía, y su aprobación era un premio que ansiaba más que cualquier otra cosa. Esa necesidad de su amor y validación me consumía, empujándome a acciones que otros considerarían inimaginables.

 

“No sé qué es lo que pretendas hacer, pero si vas a hacer algo, hazlo bien. Odio a los fracasados”, dijo con dureza. Su voz, aunque calmada, llevaba la fuerza de su expectativa. En sus palabras, no había cariño, solo una fría evaluación de mis capacidades.

“¿Crees que Kai sea lindo?” pregunté, cambiando de tema abruptamente. Buscaba entender los parámetros de su juicio, las medidas de éxito que había impuesto sobre mí. Para otra niña de mi edad ese anaizis profundo no exitiria.

“¿A qué se debe esa pregunta?”

“Alguna vez dijiste que solo las personas hermosas tienen éxito en la vida”, le recordé.

“El físico ayuda mucho, pero si no eres inteligente y listo, de nada sirve. Siempre se ha considerado a las rubias huecas. Pero tú eres diferente, perfecta. Y Kai sería el único hombre sobre la faz de la tierra con quien dejaría que te casaras. Tiene buenos genes y su familia es una de las más ricas del país, tiene influencia. Unir nuestras familias sería lo mejor que podría pasarnos en la vida”, explicó.

“Pero aún no es el hombre perfecto, ¿verdad?”

“Eres muy observadora”, sonrió ligeramente, y antes de que pudiera decir algo más, yo también sonreí. Mi sonrisa, reflejo de la suya, era una máscara que escondía la falta de emoción real.

“¡Terminé!” anuncié, mostrando mi trabajo arduo de algunas horas.

 

Mi padre me miró con sorpresa, pero pronto su expresión se transformó en una sonrisa burlona. "Fantástico, es casi perfecto, serás una excelente cirujana. Quizás puedas hacerle un trasplante de cerebro a tu madre cuando llegue el momento", dijo entre risas, como si fuera una broma de mal gusto.

No era raro escucharlo hablar así de mamá. Aunque ella era su mayor adquisición, su mejor obra de arte, parecía que nunca estaba del todo satisfecho. Siempre encontraba sus fallas y terminaban discutiendo, peleando con frecuencia. Mamá tenía que drogarse a diario para sobrellevar la carga de ser parte de su vida, pero de alguna manera, siempre terminaba deteniéndola. Dudo que sea el amor hacia mí lo que la mantiene a su lado; más bien, siento que es la accesibilidad que tiene a los fármacos de papá y a las cirugías.

"Parece que nuestro amigo volverá a saltar como antes", continuó mi padre, su voz llena de orgullo. La satisfacción en su tono me hizo sonreír levemente, pero luego, tomando el bisturí, decidí dar un giro inesperado. Con un movimiento rápido, degollé a la rana, dejando a mi padre boquiabierto.

 

“Será un discapacitado para siempre, será diferente. Hice lo mejor que pude, pero sus cicatrices y cojera lo harán el más débil. Será cazado pronto y de nada habrá servido salvarle la vida”, dije con una calma inquietante. Mi voz era un eco de la frialdad y la calculadora naturaleza que había aprendido a adoptar.

Su mirada de sorpresa me llenó de un placer siniestro. Era como si estuviera probando los límites de su orgullo, desafiándolo a aceptar la oscuridad que se escondía dentro de mí. Por un momento, parecía que lo había dejado sin palabras, pero luego su rostro se endureció, y su mirada se volvió fría y calculadora.

"Sin duda alguna, eres mi hija, Danella", dijo finalmente, su voz cargada de una mezcla de admiración y desconcierto. Parecía como si estuviera tratando de entender qué tipo de criatura había creado. “Estoy ansioso por ver la sorpresa que me tienes preparada para Navidad”.

Me dejó un beso en la frente y, con una sonrisa, se marchó del laboratorio.

Para mí, esa breve interacción fue reveladora. Era un recordatorio de que, bajo la fachada de perfección que había construido para complacerlo, yacía un abismo de oscuridad y frialdad que él mismo había alimentado. Y en ese momento, supe que ya no habría vuelta atrás. Mi camino hacia la oscuridad estaba trazado, y estaba decidida a seguirlo hasta el final.

Días más tarde, el sol de invierno se reflejaba en la nieve recién caída, iluminando la vasta extensión de pinos cubiertos de blanco. Habíamos llegado a nuestra cabaña en El Jura, una majestuosa construcción de madera y piedra que dominaba el paisaje montañoso. Era una tradición familiar pasar las vacaciones de Navidad aquí, un refugio lejos de la agitada vida parisina.

Mi padre, Adam, un cirujano prestigioso, y mi madre, Helena, una reconocida modelo internacional, habían insistido en mantener esta tradición a pesar de nuestras apretadas agendas. Pero este año sería diferente. Este año, decidí invitar a mi compañero de clase, Kai, y a su familia a unirse a nosotros, a pesar de las objeciones de mi madre.

Desde la ventana de mi habitación, observé cómo Kai y su familia llegaban. Los saludos y las risas resonaban mientras se instalaban en la cabaña. Mi padre, siempre el anfitrión perfecto, los recibía con una sonrisa cálida, aunque sabía que detrás de esa fachada se escondía una mente crítica y calculadora.

Descendí al salón principal, donde el calor del fuego y el aroma a pino fresco llenaban el aire. Kai se acercó a mí, sus ojos brillaban con emoción. "Gracias por invitarnos, Danella. Este lugar es increíble", dijo, ajeno a la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

“De nada, Kai. Quería compartir esta experiencia contigo”, respondí con una sonrisa que no alcanzaba mis ojos. Esa sonrisa era algo que había aprendido a perfeccionar, un gesto vacío que escondía el abismo de emociones dentro de mí. Sentía una frialdad que había crecido con los años, una indiferencia que me permitía navegar por el mundo sin ser descubierta.

Más tarde esa noche, mientras todos se reunían alrededor del enorme árbol de Navidad, adornado con luces y decoraciones brillantes, mi madre se acercó a mí. Sus ojos, normalmente llenos de vida, mostraban una inquietud que solo yo parecía notar.

“Danella, ¿estás bien?” preguntó, su voz temblorosa.

“Claro, mamá. Todo está perfecto”, mentí con facilidad, algo que había perfeccionado con los años. Mentir era mi primera defensa, una habilidad que me permitía ocultar la verdadera vacuidad de mi ser.

 

Las horas pasaron y la fiesta continuó, envolviéndonos en una atmósfera de alegría y camaradería. Los brindis resonaron en el aire, acompañados por risas y el tintineo de copas. Era, sin duda, la mejor celebración que habíamos tenido hasta el momento.

 

Las historias tiernas y anecdóticas fluían libremente, recordándonos momentos felices compartidos en el pasado. Éramos una familia unida, y esa noche, más que nunca, nos sentíamos como el modelo de familia ideal al que cualquiera desearía pertenecer.

 

A la mañana siguiente, Kai y yo salimos a explorar el bosque. La nieve crujía bajo nuestros pies mientras nos adentrábamos en la espesura. Kai hablaba animadamente sobre la escuela, la Navidad y sus sueños para el futuro. Yo escuchaba, planeando cada detalle de lo que vendría después.

 

El claro en el bosque ofrecía un refugio de tranquilidad, un lugar donde el murmullo del arroyo y el suave susurro del viento parecían alejar las preocupaciones. Me volví hacia Kai, con una sonrisa en mi rostro. Le mostré mi botiquín ambulante, con todo lo necesario para sobrevivir ante una catástrofe, incluido mi bisturí favorito. Mientras le hablaba sobre las cosas que hacía en el laboratorio, Kai se mostraba más asombrado y orgulloso.

 

“Quiero ser como tú algún día”, me dijo, con los ojos brillantes de admiración.

 

“¿Confías en mí, Kai?” pregunté, buscando su mirada.

 

“Claro, Danella. Eres mi mejor amiga, y sé que pronto serás mi novia”, respondió con seguridad.

 

Sus palabras me hicieron sentir una extraña mezcla de emoción y nerviosismo. Pero mis pensamientos pronto se desviaron hacia otros temas.

 

“Mi padre dice que eres el chico perfecto, pero yo pienso que no lo eres. Lo único perfecto en ti es tu hermosa nariz. La amo, la adoro, la deseo con todas mis fuerzas. Si yo tuviera esa hermosa nariz, sería la perfección andante”, confesé, dejando escapar mis pensamientos más íntimos.

 

“¿Por qué dices eso? Tú eres muy bonita, la niña más bonita de toda la escuela, incluso del mundo”, intentó consolarme Kai.

 

“Claro que no, ni siquiera mi madre es tan hermosa como aparenta. Cuando sea grande, podré operarme y entonces seré hermosa”, murmuré, sintiendo la amargura en mis palabras.

 

“Yo pienso que no necesitas nada”, insistió Kai, con una dulce sinceridad en su voz.

 

“Mi padre necesita ver en mí potencial para enseñarme sus secretos. Me ha revelado muchas cosas, pero siento que aún falta más”, confesé, con un dejo de tristeza en mi tono.

 

“Eres muy pequeña, Danella. Cuando seas grande, podrás ser como él”, intentó animarme Kai.

 

“No quiero esperar tanto”, susurré, sintiendo la pesada carga de las expectativas de mi padre sobre mis hombros. “Porque ha llegado mi momento y tú vas a ayudarme. ¿Quieres ayudarme, Kai?”

 

“¡Sí!” gritó emocionado.

 

“Entonces cierra los ojos. Tengo una sorpresa para ti”, le dije.

 

Kai obedeció, y en ese instante, supe que mi camino hacia la oscuridad estaba sellado. Saqué la jeringa cargada con la anestesia de mi padre y sin titubear, se la clavé en el cuello. Kai solo dejó oír un pequeño quejido antes de abrir los ojos y mirarme fijamente. Le sonreí y mientras caía sobre el pasto, saqué el bisturí y un frasco transparente, perfecto para esa hermosa nariz.

 

Con sumo cuidado, fui apartándola de su rostro. Sentir su sangre correr por mis dedos fue indescriptible, algo único que solo pudo ser interrumpido por Derek, el hermoso hermano mayor de Kai. Estaba paralizado, horrorizado y a punto de destruir todo lo que había soñado. Me puse de pie y caminé hacia él, con el bisturí sujeto en mi mano izquierda ensangrentada.

 

“¡Dios! ¿Qué hiciste?” gritó, caminando hacia atrás.

 

No dije nada, solo corrí hacia él y le clavé el bisturí en el hombro. Eso hizo que perdiera el equilibrio y cayera sobre la hierba. Sin dejar de gritar, ni siquiera se defendió, solo quería cubrir su herida. Mientras subía por su cuerpo, apuñalándolo repetidamente, cuando estuve sentada sobre su barriga, le corté el cuello. Y me quedé mirando su última expresión, una mezcla de incredulidad y dolor.

 

El silencio que siguió fue ensordecedor. Las expectativas de mi padre se habían cumplido de una manera que ni siquiera él podría haber previsto. Mientras limpiaba el bisturí, sentí una extraña mezcla de satisfacción y vacío. Había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás, y en ese momento, comprendí que la oscuridad que me envolvía era ya una parte inseparable de mi ser.

 

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