LA COLECCIONISTA

LA COLECCIONISTA

Por: Juárez Deysi

Un refugio temporal

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DANELLA— 2001

 

Ha pasado un año desde que salí de aquella prisión llamada Orfanato Sainte-Claire. Aún con sangre sobre mi cuerpo, subí al primer automóvil que pasaba por el lugar. En mi papel de víctima inocente, lloré y manipulé al hombre para que me pusiera a salvo. El hombre, conmovido y sin hacer muchas preguntas, accedió a llevarme lo mas lejos que pudo llegar.

 

Luego camine cerca de la carretera unas horas hasta que vi acercarse un nuevo vehiculo. Utilicé la misma táctica: ojos llenos de lágrimas y una historia desgarradora.

 

Después de horas de viaje, terminé en las afueras de la ciudad, en un distrito conocido como Noailles. Fue allí donde conocí a Solange, una prostituta que trabajaba en un bar oscuro y discreto. Ella me encontró en un callejón cercano, exhausta, asustada y con frío. Decidió ayudarme. ¿Quién podría dar la espalda a una criatura inofensiva como yo? Aún más cuando la historia que le narré fue desgarradora y le tocó tanto el corazón. Obviamente, omití los detalles más oscuros, pero aunque se perturbó al escuchar sobre el asesinato de Bastian, entendió y justificó mi reacción.

 

Para ella, yo era una niña inocente, pura y buena, obligada a defenderme de una manera terrible mientras era ultrajada por un depravado. Pude ver en su mirada ese pasado que ella arrastraba y lo usé a mi favor. Sin dudarlo, me llevó a su pequeño departamento, un lugar modesto en un edificio antiguo.

 

Aunque las noticias de la muerte de Bastian finalmente llegaron hasta Solange, ella se mantuvo firme en su decisión de ayudarme. Los periódicos y noticieros hablaban del brutal asesinato en el orfanato y de la búsqueda incesante de la joven desaparecida. Las descripciones coincidían con mi historia, y aunque Solange no estaba de acuerdo con el método, entendió que había actuado por desesperación.

 

Una noche, mientras estábamos en el pequeño departamento en Noailles, Solange decidió abordar el tema.

 

"Danella," dijo suavemente, sentándose junto a mí en el desvencijado sofá. "Cuando leí la noticia en ese diario, me sentí aterrada, no lo voy a negar. Sin embargo, entendí tu miedo y sé lo que se puede hacer por miedo. Yo… también hice algo terrible."

 

"Estoy arrepentida, pero ellos nunca van a entender que solo me defendí. Todos eran unos monstruos, no solo Bastian: la directora, el conserje, algunos profesores, todos ellos eran…” Dejé que mis lágrimas fluyeran, y eso hizo que Solange suavizara sus palabras y abriera su corazón. Estaba herida, era un alma perdida que necesitaba compartir con alguien esa parte de su vida sepultada, pero que sangraba por dentro.

 

"Lo que hiciste... fue muy extremo, pero entiendo por qué lo hiciste. Y todos esos malvados ya están tras las rejas. Gracias a lo que hiciste, muchos los han denunciado, hiciste algo bueno. ¿Sabes qué? Aquí estás a salvo. Nadie te va a buscar en un lugar como este. Pero necesitas ser cuidadosa, cambiar tu comportamiento y nunca, jamás, hablar de esto con nadie. Y más que nada, necesitas otra personalidad. Una peluca, unos lentes, el lunar... todo eso te cambiará por completo."

La miré, mostrando mi mejor actuación, con ojos llenos de una mezcla de agradecimiento y dolor. "Gracias, Solange. No sé qué habría hecho sin ti," expresé con voz quebrada.

 

“Descuida, nadie va a lastimarte, no permitiré que nadie vuelva a hacerte daño.”

 

Solange se convirtió en mi protectora y mentora. Ella me enseñó cómo sobrevivir en este mundo oscuro. A pesar de su propia vida difícil, tenía un corazón bondadoso y no podía soportar la idea de que alguien tan joven como yo sufriera. Me adapté a mi nueva vida en Noailles, manteniendo un perfil bajo y evitando atraer demasiada atención.

 

Con la ayuda de Solange, comencé a transformarme. Me cortó el cabello rubio natural hasta el cuello y me colocó una peluca negra de rizos largos. Mis ojos también cambiaron; ahora usaba lentes de contacto negros y lentes gruesos. Solange dibujó un lunar grande en mi mentón y algunas pecas en mis mejillas. Mi nueva apariencia de chica atrevida encajaba muy bien en el bar de mala muerte donde ella trabajaba.

Durante las primeras semanas, me mantuve oculta en el departamento que Solange me proporcionó. Pronto, ella consiguió un trabajo para mí en el bar, un lugar frecuentado por hombres de la noche. Al principio, me asignaron tareas simples en la cocina y en la limpieza, pero con el tiempo ascendí a camarera, sirviendo tragos y recogiendo propinas. Mi apariencia angelical y mi manera de hablar se convirtieron en un activo valioso para el dueño del bar, quien quería explotar mi potencial.

 

La vida en el bar distaba mucho de lo que alguna vez soñé, pero por ahora era mi mejor refugio. Sin embargo, como suele suceder, la exposición constante a los clientes despertó en mí una profunda necesidad de llenar el vacío en mi corazón. Algunos clientes eran interesantes, sin importar su edad. A pesar de que muchos eran miserables, había uno que otro que transmitía una seguridad y un afecto paternal.

 

Pero la oscuridad del lugar se hacía más evidente a medida que el tiempo pasaba. El dueño del bar deseaba ser el primero en tomar mi inocencia, pero su ambición de subastarme era aún más grande. Solange comprendía la crueldad del negocio en el que estábamos inmersas. Sabía que en ese lugar se llevaban a cabo subastas VIP, donde vírgenes eran traficadas y vendidas como esclavas sexuales. A pesar de sentirme destinada para algo más grande, me encontraba atrapada en medio de un inmenso campo de injusticia y dolor. Solo era yo, una débil mujer, vulnerable, con un deseo ardiente de hacer justicia pero sin oportunidad de hacer algo bien. Aprovechar la cercanía de Moreau se convirtió en mi única esperanza; además de limpiar el lugar, podría aumentar su historial exitoso desatando las bandas más peligrosas del país.

 

 

"¿De dónde me dijiste que eres?" preguntó Jacques, el dueño del bar, sacándome de mis pensamientos.

 

"No se lo dije. Pero eso no tiene importancia, ¿o sí?"

 

"Quizás sea importante saber de dónde viene tu belleza," mencionó, acercándose para oler mi cabello. "Eres la más codiciada por mis clientes."

 

"Debería sentirme halagada, señor."

 

"Deberías. Hay quienes pagarían millones por ti."

 

"¿Y me lo dice para que sienta algo en especial?"

 

"Sin duda, es lo que te hace una especie única, esa rareza escalofriante," rodeó mi cintura con sus manos, envolviéndome. "¿Quieres ser millonaria?"

 

"Creo que la pregunta correcta sería '¿Estoy dispuesta a ser millonaria por esta perra sin antes cogérmela como a todas las estúpidas mujerzuelas de este mugriento lugar?'"

 

Lo dejé sin habla; sin duda, no esperaba esa respuesta. El silencioso lugar hacía que su estúpida risa resonara con más fuerza en mis oídos.

 

Jacques, se echó a reír como nunca, como si mi comentario hubiese sido la mejor de las ocurrencias. “Eres especial, sin duda”, murmuró antes de coger mis manos y llevarlas a la espalda, haciéndome chillar. Luego, con brusquedad, me estrelló contra la barra, mientras con su mano libre levantaba mi falda hasta mis pantaletas y de un tirón las corrió por mis muslos suaves y tersos que parecían ser su debilidad. “No sabes cómo disfruto de las vírgenes”, susurró en mi oído antes de lamerlo.

 

 

Ante esta situación, no siento nada. Ya lo había vivido antes. Lo que siento es enojo y rabia de ser tan débil que no puedo hacer nada para evitar que me ultraje.

 

“¿Por qué usar la violencia? Puedo darte el placer más grande del mundo. No es lo mismo tomar a una mujer por la fuerza que por voluntad propia”, dije con una voz suave, dulce y complaciente, aprovechando su confusión. Lo solté, y giré para mirarlo a los ojos, sonriendo.

 

“No sabes cómo he soñado con tenerte tan cerca”, lo miré fijamente mientras el imbécil sonreía y se desabotonaba el pantalón.

 

Sin perder tiempo, se bajó los calzones y dejó expuesta su polla maloliente, erecta y gruesa. “Chúpamela”, pidió.

“Lo que pida mi cliente más exigente”, dije con una sonrisa angelical en mi rostro. Dejé un suspiro escapar y me agaché, llevando mis manos a su miembro palpitante y acariciándolo. Era la primera vez que tomaba entre mis manos algo tan asqueroso como eso, pero los sacrificios valen la pena.

 

Lo miré por última vez, con una mezcla de desprecio y determinación en mis ojos. Abriendo mi boca, aguanté la respiración y metí lo más que pude su erección. Sin darle tiempo a reaccionar, mordí con fuerza. El hombre soltó un grito desgarrador y me golpeó la cabeza repetidas veces, intentando liberarse de mi agarre. Pero el dolor lo debilitó, y yo, alimentada por una furia indomable, seguí apretando hasta que de un tirón logré arrancarle un buen trozo de su carne. Solté un grito placentero, lujurioso, mientras el hombre horrorizado se tropezaba retrocediendo, desesperado, gritando y maldiciéndome. Su fiereza se había desvanecido, y ahora suplicaba auxilio con desesperación, pero nadie más podría oírlo. Había dado libre acceso a sus instintos más oscuros, una perversión que anidaba en las sombras de su alma, ansiosa por manifestarse.

 

“¿Quieres irte tan pronto?” dije riendo con la boca llena de sangre, una risa que resonaba con una mezcla sádica de satisfacción y desprecio.

 

“Estás demente”, pronunció con dolor, apretando entre sus manos su miembro mutilado.

 

“No estoy loca, soy una chica defendiéndose de un depravado. ¿Crees que te gustaba el dolor?” mi voz resonaba con una calma inquietante, una serenidad fría y calculada que contrastaba con el caos que había desatado.

 

“Solo cuando no es mío”, confesó entre gritos, revelando la verdadera naturaleza de su depravación.

 

“Sí, ya me di cuenta de ello. Pero ¿qué crees? Lo que sientes es lo mismo que muchas inocentes han sentido por ti”, comencé a lanzarle botellas de la barra con una precisión implacable, cada impacto resonaba con un eco sordo en el aire cargado de tensión.

 

“¡Basta! Llama a un médico”, imploró, tratando desesperadamente de protegerse de mis embates.

 

“¿Tienes miedo de morir?” pregunté con una sonrisa retorcida, mientras levantaba una botella de whisky con determinación.

 

“Sí”, admitió con voz temblorosa.

 

“Pues morirás”, proclamé con una frialdad que helaba el aire circundante. Con un golpe certero, la botella se estrelló contra su cabeza, aturdiéndolo momentáneamente. Sin darle tiempo para reaccionar, me acerqué con otra botella y la estrellé contra su cráneo, rompiendo la botella pero causándole aún más dolor.

 

“Morirás sintiendo una fracción del dolor que has infligido”, murmuré con una ferocidad sombría, mientras continuaba golpeándolo sin piedad. En ese momento, me sentía grande, invencible, poderosa; me había convertido en el juez y ejecutor de su destino.

 

La sangre brotaba a borbotones, pintando el ambiente con un rojo oscuro y espeso. El hombre cayó al suelo, dejando de quejarse, su rostro irreconocible por el daño infligido. Pero yo no me detuve. Seguí golpeando una y otra vez, sintiendo un placer siniestro y desconocido correr por mis venas. La sangre, caliente y pegajosa, corría por su cuerpo, salpicando mis manos y mi rostro con un líquido escarlata que me hacía sentir viva, satisfecha, en un trance macabro y liberador.

 

Pero la fiesta terminó abruptamente con la llegada de Solange. No sabía cuánto tiempo había estado allí, pero su presencia era como un seísmo en medio de mi furia. Solté la botella, que se estrelló contra el suelo con un estruendo sordo, y me acerqué a ella con pasos temblorosos. No hacía falta decir nada; el silencio que se interponía entre nosotras estaba cargado de una comprensión mutua, de un horror compartido.

Sus lágrimas y el temblor de su cuerpo decían todo lo que necesitaba saber sobre el impacto de mi violencia desatada. Se que la invadia un profundo sentimiento de culpabilidad, mezclado con un atisbo de satisfacción retorcida por el caos que había causado.

 

“Llegó el momento de irme de este lugar. Gracias por todo lo que hiciste por mí. Sabes que no soy un monstruo. Él sí lo era”, murmuré, tratando de encontrar consuelo en mis propias palabras.

 

Sin mirar atrás, me encaminé hacia la salida, llevándome conmigo algo único. Por primera vez en mucho tiempo, había experimentado un placer diferente, imborrable, pero también había desatado una oscuridad dentro de mí que no podía ignorar.

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