Blate Lachapel Turiggio, un viejo vidente natural italiano, nacionalizado estadounidense, tenía un enorme odio y aversión a los negros. Cabe destacar, que a sus escasos 4 años de edad, estando su padre en el trabajo, más precisamente en su estudio contable, unos salvajes rompieron la puerta de su humilde casa y entraron a las patadas, al verlos, su madre, una bella y joven afrodescendiente de solo 21 años, ocultó a su hijo y salió disparada rumbo a la puerta, con un rifle en sus manos, de su esposo: Franco.
Fue entonces que al ver a los impíos, fuertemente armados, disparó con virulencia, logró herir a dos de los ocho bandidos y hasta consiguió asesinar a uno de ellos, pero los otros 5 resultaron ilesos, pues portaban chalecos antibalas. Y, tras forcejear con Ajubadela Mguti Turiggio, tras arrebatarle el arma, la remataron de 10 balazos.
Pero, la madre de Blate, pese a encontrarse malherida, todavía tenía un leve soplo de consciencia, y se arrastraba por el piso dejando un lodazal de sangre en el piso de frío cemento.
Pero los hijos de puta no se rindieron, y, tras agarrarla del cogote, levantando a la mujer violentamente del suelo, la ataron a un viejo poste metálico y la molieron a golpes, dejándole los huesos destrozados y la cara hecha un manchón violeta. Y, cuando se pensó que todo acabaría allí, no contentos con el daño que hicieron, los bandidos, tras arrancarle las ropas con extrema violencia, la violaron entre todos, sin piedad alguna, mientras uno de los rufianes, le incendiaba la cara a Ajubadela Mguti con un lanzallamas, ante los chillidos y gritos desgarradores de la joven madre. Por desgracia, Blate vio todo, oculto en el interior de un mueble con forma de juguete de peluche, a través de un diminuto orificio, casi imperceptible a la vista.
Vio todo. ¡Fue un horror! Y entonces, poco después de descuartizar a la joven madre: Ajubadela Mguti, los maleantes, guardaron sus restos en varias bolsas negras, de las de consorcio, y, de inmediato, se dieron a la fuga en un viejo Chevi color magenta. Fue así que Blate... jamás supo a dónde rayos fueron a parar los restos mortales de su amada madre... pero en su corazón ya estaba sembrada la semilla del odio contra esos ocho negros y juró para sus adentros, que pagarían con su propia sangre el enorme daño que le habían hecho.
Y fue así que, quince minutos más tarde arribó el padre de Blate: (un hombre muy inestable emocionalmente, por cierto). Y, justo en ese momento, terriblemente aterrado, al ver la puerta de madera destrozada, ingresó con desesperación, buscando a su esposa:
__ ¡Ajubadela! ¡Ajubadela!
__ Amor. ¿Dónde estás? Y entonces, al ingresar a la humilde sala de estar y no hallar a la mujer por ninguna parte, vio un auténtico mar de sangre por todos lados, incluyendo las ropas de la joven esposa y madre, totalmente ensangrentadas. ¡Oh, por Dios! ¿Qué te han hecho, amor mío?-- le preguntó el hombre a la nada misma, en un completo estado nervioso...
Justo en ese preciso instante, el pequeño Blate, comenzó a llorar desconsoladamente...
Franco escuchó los llantos... ¡revisó por todas partes, pero no lograba descifrar de dónde provenían! Hasta que, tras varios minutos de intensa búsqueda, se percató de que provenían de un pequeño mueble afelpado con forma de Osito Winnie de Poo, que era una estantería de libros, o al menos, esa función cumplía...
Desesperado, en un auténtico colapso nervioso, Franco, quitó cuidadosamente el felpa y por fin, allí halló a su hijo: Blate, oculto tras el relleno, con apenas un diminuto agujero en el mueble por el que respiraba...
Y Blate, temblando y aterrado, seguía llorando a corazón partido.
__ Hijo. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde diablos está tu madre? "La busqué por toda la casa y no hay ni rastros de ella".
__ Ocho negros. ¡Ocho putos demonios negros asesinaron a mamá, papá Franco!
__ ¡Lo vi todo... oculto en el interior de ese mueble en el que me hallaste!-- añadió el pequeño Blate.
Su padre enloqueció... y con los ojos en sangre de tanto llorar, cogió el televisor y lo partió en mil pedazos y luego hizo lo propio con casi todos los muebles de la casa...
Y ya, agotado de tanto llorar, se acercó a mí, y, tras darme un extraño objeto, me dijo estas últimas palabras:
__ ¡Guárdalo, hijito! ¡Quizás en algún momento te servirá...! "Solo te pediré un par de cosas: ¡sé una buena persona, te amo y ojalá algún día puedas perdonarme". ¡Y acto seguido, cogió su pistola de 9 mm, y se voló la tapa de los sesos!
En tanto, yo, Jason Phoenix, sobreviví de milagro a las heridas y, tras agradecer al taxista, este se encaminó a trasladarme hasta el Orfanato South Grey Finnings, a varios kilómetros de allí, y tras varios minutos de intenso viaje, por fin llegué al lugar. ¡Una nueva vida comenzaba y ojalá el sol volviera a brillar en la tormentosa oscuridad de mi vida!