El orfanato era un edificio imponente, con una arquitectura realmente innovadora y con una muy buena iluminación y un amplio patio lleno de árboles frutales y juegos mecánicos de todo tipo. Cualquier desconocido podría pensar que ese sitio de gente amable y de dobles y triples apellidos era realmente un lugar seguro o, en el mejor de los casos, lo más cercano al Paraíso, si no el mismísimo Paraíso, no obstante, el orfanato: “Garfield Hintwoot”, era de todo menos un jardín de rosas. En breve se enterarán el porqué…
Ni bien llegar al sitio me saludaron muy amablemente: Louis, Alex y Benisson, los que, más tarde, por decisión de la directora del orfanato se convertirían en mis compañeros de cuarto y en mis mejores amigos. Louis era un enano mediometro, de nariz respingada y ojos saltones como sapo, Alex era un poco más alto, era gordito, usaba ropa muy holgada y a rayas y era un amante de las pizzas y comidas repletas de grasa, y por último, Benisson, era un niño rudo, (el más alto de todos los de los orfanato), y tenía modales groseros y le gustaba practicar deportes.
El orfanato era unisex… es decir, convivían allí tanto niños como niñas y la gente encargada de cuidarlos. Obviamente, separados por unidades, de forma tal que en el primer, segundo y tercer piso, se encontraban los niños y desde el cuarto al sexto piso, se hallaban las niñas. Y, para concluir, en el séptimo piso se hallaban situados los cuartos de los trabajadores, y, en el octavo y último piso… se hallaba la directora de este orfanato: la Sra. Melanny Strattson, una vieja directiva que rondaba los 65 años y sus ayudantes: Sharon y Teo, su secretaria y el informático, respectivamente…
Y, luego de jugar un largo rato, nos duchamos y cenamos, opíparamente, todos, en sus respectivos pisos. Y, luego de acabar, tras un breve pero reparador descanso, disfrutamos de un rato jugando con los juegos mecánicos dispuestos en una zona específica del patio, tutorizados por profesores de educación física, para evitar lesiones o algo así. Luego, comimos una oblea helada y antes de que la noche se vistiera de negro, nos dirigimos a nuestro cuarto y entonces, mis amigos y yo, platicamos como media hora, antes de cenar y cepillarnos los dientes para luego, irnos todos a descansar hasta el día siguiente.
__ Entonces, Benisson, rompió el silencio: Amigos: ¿No les parece raro que haya seis ascensores clausurados y solo 2 de ellos, funcionen…? Digo: “Es un orfanato de lujo”. ¿Hacia dónde va todo el dinero que recauda la directora con eventos deportivos, culturales y otras yerbas…?
__ A lo que yo le respondí: ¡Sí, es ciertamente extraño! Pero lo que más me llama la atención de este sitio es el macabro historial de muertes inexplicables y personas desaparecidas… digo, en un sitio tan maravilloso como este... ¿qué clase de cosas horribles pasaron a lo largo de los años para conseguir las frioleras cifras de 60.000 niños muertos y 120.000 desaparecidos?
__ ¡Sí, esos datos son ciertos! Y en solo ocho años—añadió, mi amigo el gordito.
__ ¿8 años?—le pregunté, incrédulo.
__ ¡Así es! ¡Este sitio fue oficialmente fundado por las autoridades hace no menos de 9 años y desde esa fecha más o menos, no han parado de llover muertes, horror y calamidades!—confirmó los dichos, Louis.
__ ¡Santo Dios! ¡Qué horror! Y lo peor de todo es que esas cifras han aumentado exponencialmente en los últimos cinco años—añadió Benisson.
__ ¿Y pese a todas estas muertes y desapariciones? ¿Nunca se investigó nada? ¿Nunca intentaron clausurar de por vida este sitio de mierda…?—indagué a mis amigos. Y Alex me respondió tajantemente: _ ¡Jamás! ¡Tú lo has dicho! Nunca nadie investigó un carajo y, para colmo de males, este orfanato tiene licencia para operar de por vida. Hace menos de dos meses el gobernador local le concedió esta licencia a este orfanato...
__ ¿Y gente presa? ¿Nadie cayó tras las rejas…?—pregunté a Benisson que era de los pocos que ingresaron a este sitio desde sus comienzos y, por ende, sabía cosas que el resto de los mortales como nosotros, no conocíamos con tal lujo de detalles. No obstante, como soy muy observador, noté que había ciertas cosas que Benisson no se animaba o tenía prohibido ventilar…
Por ejemplo, siempre que le preguntaba sobre las extrañas muertes y sucesos monstruosos ocurridos aquí, solía contestar con evasivas, y, si contestaba, cosa que ocurría no muy a menudo y a cuentagotas, contaba cosas inentendibles y sin sentido, como si se hallara bajo los efectos de drogas o algo parecido. ¡Era todo realmente loco!, era lo más parecido a tratar de armar un rompecabezas de 500 piezas y me faltaban 499 para resolver los enigmas. Cabos sueltos por todos lados, sin ninguna conexión o nexo aparente. Ciertamente esto que me ponía los pelos de punta y estaba dispuesto a averiguar cueste lo que cueste…
__ ¡¡¡Niños, a cenar!!!—nos llamó a todos a cenar, Francois Dellierou, el cocinero oficial del orfanato. Y entonces, en menos de lo que canta un gallo, nos hallábamos todos reunidos en la amplia mesa rectangular. Era ojo de bife, con crema de champiñones y una guarnición de papas noisette al roquefort con hierbas aromáticas y muchas… ¡muchísimas botellas gordas de Coca Cola de 3 litros! ¡Estaba realmente deliciosa la comida! Y eso que era solo la entrada, ni se me ocurría imaginar lo que sería el plato principal, pues, en mi puta vida había comido tan rico y tan abundantemente, pues se nos permitía repetir el plato no menos de seis veces y cuatro, el postre. Tan acostumbrado a comer un día sí y diez días no… estar en ese sitio, me pareció simplemente estar viviendo una auténtica bendición. Pues mi vida, como muchos ya saben, fue un auténtico infierno, y, cuando faltaba comida en casa, mi padre, quien siempre vivía drogado y alcoholizado, o bien, me mandaba a mendigar dinero para comprar comida o, en el peor de los casos, me obligaba a remover los basurales a cielo abierto, cercanos a nuestra casa, con el fin de calmar el maldito hambre y el salvaje rugido de leones de mi estómago. Y, si no regresaba con nada, ni con dinero ni con comida, me obligaba a dormir a la intemperie en plenas épocas de frío o, cocinarme bajo las infernales noches y el asedio de los mosquitos de las temporadas de calor…
¡Un auténtico hijo de puta! ¡El ser más monstruoso, vil y despreciable de este mundo…!
Al día siguiente, comenzaron a sucederse cosas realmente extrañas… llegué a oír gritos, auténticos aullidos que me incendiaban los oídos a altas horas de la madrugada y muchos ruidos inentendibles y esotéricos. Pero jamás oí pasos de gente de una zona a otra de las habitaciones ni muchos menos ruidos de golpes, perros ladrando ni nada por el estilo. ¡Era todo realmente macabro y aterrador! Había un billón de enigmas y ninguna respuesta. Cuando desperté, oí que alguien o algo abrió la puerta de mi habitación, y sin piedad alguna, oculto entre las caníbales sábanas de la oscuridad, disparó. ¡No menos de 7 tiros! Y aterrorizado, me oculté debajo de la cama-cucheta. De inmediato oí un sinfín de desgarradores chillidos, como los de un puerco cuando lo están despellejando para luego comérselo, chillidos desgarradores y estentóreos, los que despertaron a todos mis amigos. Y sin dudar, uno de ellos encendió la luz, mientras un objeto pesado e inanimado se estrellaba morbosamente contra el piso de mosaicos con arabescos…
¡¡¡Hijos de puta!!! ¡¡¡Mataron a Alex!!!— gritó a garganta pelada, Benisson, mientras la sangre de su rollizo amiguito manchaba toda la habitación y las paredes clamaban por su venganza.
__ ¡Las paredes tiene oídos, amigos!—nos advirtió Benisson, al tiempo que daba aviso a la policía de los sucedido. Pero, como era de esperarse, esta nunca se apareció. A los pocos minutos, llegó una ambulancia a toda velocidad hasta este orfanato. Y, sin dilación, los camilleros lo montaron rápidamente a la camilla y lo trasladaron a el hospital más cercano, pero, por desgracia, nuestro amigo pereció antes de llegar al lugar.
¡Somos marionetas en esta cueva de bestias y rufianes!
¡¡¡Debemos destapar esta olla hirviendo cuánto antes… o los próximos en morir seremos nosotros!!!—aullamos al unísono.
“Las paredes tienen oídos…”, ciertamente esta frase no paraba de taladrarme los sesos y pensar en todo esto y su posible veracidad, me producía terribles escalofríos.