Y así, al llegar finalmente hasta una pequeña casa sobre una colina, previa detención del coche varios metros atrás, nos sacaron de los pelos y a puntapiés de su interior. Una vez en el interior de la casa, los rufianes enmascarados, nos maniataron alrededor de viejas y oxidadas sillas metálicas y luego, tras vendarnos los ojos a todos, nos acribillaron a interrogantes...
Querían saber a toda costa quién de nosotros tres: es decir, mi primo, mi hermano y yo, si era el hijo mayor de Robin Leay... es decir, mi padre. Optamos por no responder y, tras rasgarnos las ropas con una filosa cuchilla de acero que nos rayó las carnes, provocándonos severas heridas en el pecho, nos molieron a bofetadas limpias, dejándonos los rostros hinchados y amoratados.
Y, por enésima vez nos preguntaron que quién mierda era el hijo mayor de Robin Leay... ¡no respondimos jamás!, mientras unos de los tipo ante nuestra negativa, nos pateó en el pecho y caímos con silla y todo. Estábamos aterrados y sudábamos como cerdos.
__ ¿Tienen calor?- dijo uno de los malvivientes. y nos lanzó un baldazo de agua helada a todos. Nos morimos de frío mientras la mucosa nasal... brotaba rabiosamente de nuestras narices y la sangre de las heridas de nuestros pechos no paraba de chorrear.
Justo en ese preciso instante, tras despegarse la cinta hiladora negra de mi boca, es decir, la de Jason, maldije a los sanguinarios que nos estaban torturando:
__ ¡¡¡Hijos de puta!!! ¡La pagarán muy caro!
Y sin mediar palabra, uno de ellos, me rompió la cara a puñetazos y tras las palabras:
¡Susann! ¡Acaba con estos niños! Y, sin piedad alguna, la repulsiva anciana, la que, portaba un habano en una de sus manos, nos quemó la cara y, tras abrirnos las braguetas de nuestros pantalones vaqueros, nos practicó sexo oral. A todo esto, nosotros, chillábamos de dolor por las quemaduras y la tortura que estábamos viviendo, y, tras acabar con el asqueroso y repudiable acto, la atractiva y diabólica anciana, trajo un bidón lleno de cianuro y, mientras los otros dos tipos nos quitaban la cinta hiladora de nuestras bocas, nos las abrieron y nos hicieron tragar esa letal sustancia. Y a juzgar por el tamaño del sucio bidón, nos habrán dado de tomar no menos de 500 ppm de HCN. Y se sabe que solo una dosis de aproximadamente 270 ppm de esa sustancia, nos liquidaría al instante, ocasionándonos la muerte.
Fue así que, por alguna misteriosa razón, a uno de los malvivientes se le cayó una filosa navaja... y yo, de los nervios, me defequé encima. Por desgracia, mi primo y hermano menor, perecieron en un abrir y cerrar de ojos, luego de sufrir feroces convulsiones, pérdida de conocimiento y falta de aire. Pedí con desesperación, permiso para ir al baño y luego de higienizarme bien, y, una vez libre, cogí el bidón de cianuro a un costado de la mesa y los quemé vivos a Terry y a la anciana... mientras, el malviviente que logró sobrevivir... tras asar bajo las llamas de un horno de barro y sobre una parrilla, los cuerpos sin vida de mis familiares, al verme, aterrado, se dio a la fuga.
¡Ignoro a dónde rayos fue!
¡Solo escuché el rugido de un coche, minutos más tarde!
Soberts, había logrado huir con éxito. Revisé la casa, y, tras hallar los cadáveres de mis familiares, azotados por las llamas, lloré, terriblemente desconsolado.
Y, tras revisar la casa de pies a cabeza, hallé una pequeña silla de ruedas, comprimida y oculta en uno de los refrigeradores de la casa, con restos de cabezas de bestias y un misterioso líquido rojizo, del que no sé si era sangre humana.
¡Todavía estoy sorprendido y me pregunto...!: ¿Por qué sigo vivo?
Si hasta creo haber tomado una cantidad igual o superior de cianuro que mis fallecidos familiares.
¡Acabo de matar a 2 personas!
¿Cuándo acabará mi suplicio?
Y la pregunta del millón: ¿a quién pertenecía la misteriosa silla de ruedas oculta en ese esotérico refrigerador?
Y así, sin mayor dilación, me alejé del lugar... hasta encontrar un lugar seguro y lejos de estos rufianes.