Patrick se sentó en la butaca frente al escritorio; sus ojos recorrieron la habitación. Había algo en el aire, una pesadez que iba más allá del duelo, como si la estancia misma hubiese soportado un peso invisible durante días.
Observó a su amigo y notó que los años parecían habérsele venido encima. A pesar de no superar los cincuenta, William se veía más viejo, exhausto.
—A pesar de no tener hijos, entiendo lo que estás pasando —dijo Patrick en voz baja—. Yo también le tenía mucho aprecio a Liam.
Dejó su vaso sobre el escritorio y, con un ademán aparentemente casual, recorrió la habitación con la mirada una vez más. Sabía que William intentaba ocultarle algo. Había en él una incomodidad que lo delataba. La pregunta era: ¿qué?
En el pasado, William había cruzado límites peligrosos en su búsqueda dentro del ocultismo, y ahora Patrick temía que estuviera a punto de hacerlo otra vez.
Aprovechando un momento en que William salió del despacho para atender un requerimiento de la señora Adeline, Patrick se inclinó hacia unas notas que se encontraban sobre el escritorio. Su mirada se detuvo en unos símbolos dibujados a mano, una escritura que reconocía, aunque en ese momento no lograba recordar su significado.
Tomó uno de los papeles y lo guardó en el bolsillo, sentándose nuevamente al sentir los pasos de William que regresaba al despacho.
—¿Qué es esto, William? —preguntó Patrick, tratando de sonar curioso, pero sin lograr ocultar la dureza en su voz.
William tomó su vaso de whisky, esquivando la mirada inquisitiva de su antiguo amigo, y dio un largo trago. Luego, dejó el vaso con un golpe seco sobre el escritorio.
—Son solo papeles —dijo con desdén—. Estoy buscando una forma de arreglar todo esto... para que la muerte de Liam no haya sido en vano.
Patrick sintió un nudo formarse en su estómago. Conocía demasiado bien los extremos a los que algunos padres estaban dispuestos a llegar por sus hijos. Había visto cómo la desesperación podía llevar a las personas a buscar respuestas en lugares oscuros, en fuerzas que ningún hombre debería tratar de controlar. Recordó entonces que William ya había hecho un trato antes; un trato del que Patrick solo conocía fragmentos, pero lo suficiente para sospechar que la muerte de Liam no había sido una simple casualidad.
—William, dime la verdad. ¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Con quién estuviste hablando? —insistió Patrick, su voz ahora impregnada de un tono autoritario.
William lo miró fijamente, su expresión endureciéndose. Era evidente que Patrick no pensaba irse sin una respuesta, pero William tampoco pensaba detenerse. No ahora. No después de haber llegado tan lejos. Se levantó de la silla y caminó hacia la ventana, mirando la nada mientras su voz resonaba con una calma antinatural.
—Te dije que lo arreglaría, Patrick. No voy a perder a mi hijo así como así. No lo entenderías... ¿Qué sabes tú del amor de un padre?
Patrick también se puso de pie, su paciencia agotándose.
—¡No entiendes lo que estás haciendo, William! Estas cosas... esas fuerzas no te devolverán a Liam. Solo te destruirán a ti y a todos los que están a tu alrededor. Lo sabes, en el fondo, ¡lo sabes!
William giró sobre sus talones, los ojos enrojecidos por la falta de sueño y la desesperación. Había una mezcla de furia y dolor en su mirada.
—¡¿Y qué me queda entonces, Patrick?! ¿Sentarme y aceptar que mi hijo se fue para siempre? ¿Aceptar que no pude hacer nada para salvarlo? ¡Prefiero arriesgarme! ¡Prefiero pelear contra el infierno mismo, si es necesario!
Patrick lo miró fijamente, sabiendo que no había palabras suficientes para convencer a un hombre cegado por el dolor. Su única esperanza era intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Su mirada se desvió a un libro de cubierta de cuero que yacía cerca de las notas, y sin pensarlo demasiado, lo tomó.
—No puedes seguir con esto —dijo Patrick, apretando el libro contra su pecho—. No te lo permitiré.
William, al ver el libro en manos de Patrick, sintió una oleada de ira subirle por el cuerpo. Se lanzó hacia él, tratando de arrebatárselo.
—¡Déjalo, Patrick! No sabes lo que estás haciendo.
Los dos hombres forcejearon. El libro cayó al suelo, sus páginas abriéndose con un golpe sordo. De inmediato, una corriente helada recorrió la habitación y un murmullo gutural llenó el aire. Patrick miró a William, viendo cómo sus ojos se ensombrecían con un temor que antes no estaba allí.
—¡Mira lo que has hecho! —gritó William, su voz quebrándose—. ¡Todo esto es por tu culpa, Patrick!
Pero Patrick ya no escuchaba. Sabía que tenía que destruir el libro, y con él, cualquier posibilidad de que William pudiera continuar lo que había comenzado. Sabía que no sería fácil, y que su amistad estaba rota, pero no podía permitir que su amigo se condenara a algo peor que la muerte.
El murmullo en la habitación se hizo más fuerte, como si algo —o alguien— estuviera despertando. Patrick sintió que el tiempo se agotaba. Sin más opciones, tomó el libro del suelo y salió corriendo del despacho, mientras la voz de William resonaba tras él, llena de rabia y desesperación.
—¡No puedes huir, Patrick! ¡Regresa con ese libro! ¡Regresa ahora mismo!
Pero Patrick no miró atrás. Sabía que el conflicto solo acababa de comenzar, y que detener a William sería la lucha más difícil que jamás había enfrentado.
William, mirando la puerta cerrarse tras su amigo, cayó de rodillas. Sus ojos, llenos de lágrimas y furia, se clavaron en el vacío. Susurró al aire, como si hablara con alguien invisible.
—Un trato es un trato... pero voy a encontrar la manera. Voy a encontrarla.
El murmullo gutural respondió desde las sombras, una risa fría que llenó la habitación con la promesa de más sufrimiento por venir.
Patrick corría por los pasillos, esquivando a las sirvientas que miraban aterrorizadas el estruendo que provenía del despacho. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que William encontrara otra forma de completar el trato. Mientras bajaba las escaleras hacia la entrada principal, pensaba en qué hacer con el libro, cómo destruirlo antes de que fuera demasiado tarde.
Ya en la calle, sin perder tiempo, se dirigió a su casa. Patrick necesitaba estudiar el libro, entender a lo que se enfrentaba.
Al llegar a su hogar, se apresuró a encender la chimenea y colocó el libro sobre el escritorio. Las sombras de la noche parecían volverse más densas, como si algo lo observara desde afuera, esperando. Pero Patrick no se detuvo. Estaba determinado. Abrió las páginas del libro de William, encontrándose con palabras en un idioma vagamente conocido. Sus dedos recorrieron las letras con la precisión de alguien que ya había leído textos similares.
—Esto es más antiguo de lo que pensaba —murmuró para sí—. La estructura de este pacto... es como las invocaciones de Salomón, pero más retorcida...