El Durmiente
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El sol bañaba un vasto deshuesadero, un cementerio de escombros y chatarra que se extendía hasta el horizonte. En medio de ese caos de metal, Dennise, una joven de 22 años, recorría las ruinas. Con sus jeans desgastados y una mochila a la espalda, subía sobre montículos de basura, buscando algo en ese mar de objetos olvidados.
Cada paso resonaba sobre la chatarra, mientras su mirada exploraba con una mezcla de desesperación y esperanza. Un aullido, débil pero claramente perturbador, se dejó escuchar a lo lejos: era el grito de un sabueso errante, pero también algo más, algo que no era del todo natural. Dennise no se detuvo. Un destello metálico llamó su atención: algo medio enterrado en la basura. Ella lo tomó, y al instante, lo descartó con indiferencia. Era solo un trozo de chatarra.
El objeto cayó y derribó una pequeña montaña de basura, revelando algo más en el suelo. Con un gesto ágil, Dennise descendió, apartando con manos nerviosas la basura que cubría lo que había descubierto. Era solo una botella de plástico deformada. Con determinación, sacó un martillo desgastado de su mochila y, golpeando con fuerza, rompió un trozo de concreto que la cubría. Finalmente, la botella quedó libre.
La esperanza iluminó su rostro, pero al intentar bebe, solo una pequeña gota alcanzó su lengua. A pesar de la decepción, sonrió como si esa minúscula recompensa fuera suficiente para ella.
Tomando una bicicleta roja y oxidada, caminó junto a ella por el deshuesadero. Pasó junto a montones de chatarra, restos de coches, y basura electrónica dispersa por todas partes. Miró dentro de un par de botes de metal, esperando encontrar agua, pero estaban vacíos. Finalmente, llegó a un coche viejo y oxidado que parecía haber sido su refugio en más de una ocasión.
Se acomodó en el asiento del copiloto, como si fuera su sala de estar, y comenzó a sacar objetos de su mochila: un martillo, una libreta, un cuchillo, unas baterías y un viejo casete. Encendió la radio del coche, pero solo recibió un mensaje entrecortado, que hablaba de albergues y advertencias. Desconectada del mundo, insertó el casete, y una melodía nostálgica llenó el interior del coche, donde todo estaba cuidadosamente acomodado como si fuera una especie de hogar: juguetes rotos, libros deteriorados, afiches desgastados, platos y vasos viejos.
En la guantera había una foto de ella cuando era niña, en brazos de su madre. La miró con cariño, le dio un beso y volvió a colocarla en su lugar. Con la música de fondo, se recostó, hojeando un libro maltratado titulado "Parásitos Mentales" por el Dr. G. Austin. Apenas le prestaba atención hasta que se detuvo en una página con la ilustración de un extraño parásito. En ese momento, disparos resonaron a lo lejos, haciéndola encogerse y llevarse las manos a la cabeza, aterrorizada.
La noche cayó, y con ella, una voz desconocida invadió su mente. Despierta, susurraba, llamándola hacia una pila de escombros que parecía brillar con vida propia. Dennise, hipnotizada, apartó los escombros con manos temblorosas hasta descubrir un pequeño frasco de agua negra. Contenía un gusano que se movía de manera errática, y en la cinta que lo rodeaba podía leerse el nombre "G. Austin".
Sin entender por qué, abrió el frasco y bebió todo de un solo trago. La voz se detuvo de inmediato, y un silencio aterrador la envolvió. Intentó vomitar, pero no pudo. Un temblor recorrió su cuerpo, y sus ojos se volvieron rojos, mientras sentía que algo oscuro se apoderaba de ella. El deshuesadero la oprimía, y sus sentidos se distorsionaban.
La voz volvió a susurrar: Despierta. Se desmayó y se sumergió en un sueño febril donde un hombre encapuchado le susurraba palabras incomprensibles, rodeado de gusanos que se retorcían a sus pies.Él ha despertado, decía el hombre, su voz reverberando en su mente.
Al abrir los ojos, Dennise estaba de nuevo en el deshuesadero, ahora en la penumbra de la noche. Vomitó un líquido negro y espeso mientras su cuerpo temblaba. Corrió frenéticamente, sintiendo que algo la perseguía, hasta llegar al coche que consideraba su refugio. Pero ya no había seguridad ahí. Destruyó todo a su paso, arrancando páginas de libros, rompiendo lo que alcanzaba a ver y tirando su vida al caos. Su respiración era errática hasta que una pequeña foto cayó ante ella, la foto de su madre.
Tomándola entre sus manos, se calmó, observando la imagen con un atisbo de humildad. Pero entonces vio su reflejo en el espejo del coche: su ojo se estaba tornando completamente negro. Una lágrima solitaria recorrió su rostro. La radio se encendió de repente con un mensaje que resonaba en su cabeza:
Él ha despertado en ti.