La Piscina

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Nos quedaban todavía dos días, para el termino de nuestras vacaciones de verano. Estábamos parando en un coqueto departamento de Villa Gesell. Teníamos que dejar el lugar antes del mediodía.  Hicimos algo de limpieza, y esperamos al administrador para entregarle las llaves. Decidimos aceptar la invitación de mi cuñado, que tenía una cabaña con pileta en San Antonio de Areco, y disfrutar esos días que nos quedaban.

La mañana era esplendida, y hacía mucho calor. Emprendimos el viaje hacia el campo con una ruta casi vacía. Llegamos y nos estaban esperando con un asado. Recorrimos la moderna cabaña, y dejamos los bolsos en nuestra habitación. El verde predominaba en la quinta. La pileta era un espejo de agua azul, que invitaba a tirarse y no salir más.

Susana, estaba un poco sería. Por más que se reía con su hermana y recordaban anécdotas familiares en la sobremesa, no estaba como siempre. Pensé en que quizás esté experimentando alguna angustia psicológica de madre primeriza. Estábamos transitando el segundo mes de embarazo.

Mi cuñado no podía meterse a la pileta porque se había enganchado un alambre en el tobillo y estaba con antibióticos. Decidimos darnos un “chapuzón” nosotros.

Entramos a la habitación de la cabaña para cambiarnos. La pieza estaba toda forrada en troncos de madera, como sacada de un capítulo de Heidi. No quisimos desarmar los bolsos de ropa, ya que eran solo dos días que nos íbamos a quedar. Busqué mi short de baño entre la ropa doblada, tratando de no desordenar mucho. Me saqué la remera y puse mi bermuda. Susana se desabrochó el corpiño por la parte trasera, y se puso de espaldas, como tapándose los pechos con los brazos. Me acerqué por detrás, y empecé a mordisquear su hombro. La estiré de la mano haciendo fuerza para que caiga conmigo en la cama.  Ella trabó sus piernas contra el placard para seguir en pie, y no acostarse en el colchón. Se cubrió sus grandes pechos con una toalla, y se encerró en el baño.

Le pregunté del otro lado de la puerta, si se sentía bien, que hacía dos años que estábamos casados, y que era la primera vez que ocurría algo así. Me respondió que la deje cambiarse tranquila, que ya estaba por salir.

Susana salió del baño con un bikini de corpiño rosa fluorescente, estaba atado con una tirita por detrás del cuello, y la parte de abajo era una diminuta malla de color negro, que se perdía dentro de sus nalgas bronceadas. Tenía un cuerpo voluptuoso. Yo siempre le decía, que cuando se ponía el traje de baño, parecía una “vedette” del teatro “Maipo.  Parecía que nada le hacía gracia.

El agua estaba un poco fría. Metí primero los pies, y de a poco fui entrando. Susana se tiró en la parte profunda, tapándose la nariz, parada estilo “palito”, como los chicos.

Cuando salió a la superficie, me acerqué y la tomé de la cintura, le di un “piquito” en la boca mojada. Se despegó rápido de mí, y nadó hasta la escalera metálica que estaba en la esquina de la pileta, y se sentó escurriendo el agua de su pelo, con las dos manos.

Me sumergí casi hasta el fondo y aparecí en sus pies, fingiendo ser un tiburón de “Spielberg”. Le hice algunas cosquillas, pero tampoco se sorprendió.  Me quedé al lado de ella. Estábamos solos.  Le pregunté que le pasaba, si estaba cómoda, si algo le había molestado. Se largó de la escalerita y nadó hasta la mitad. Fui detrás de ella otra vez. Hicimos pie en el medio, el agua nos llegaba hasta el cuello, casi a la altura del mentón.

-Cuál es tu problema? – le dije ya fastidiado.

-Voy a tratar de contarte lo más claro posible, es difícil para mí esta situación. Necesito que sepas algo antes de regresar a Buenos Aires. –Dijo ella.

- ¿Tan grave es, que pasó? Susana tenía toda mi atención.

-Sabes que mi trabajo como directiva en la empresa automotriz japonesa, es agobiante. Si bien gracias a Dios, tengo un sueldo de “otro planeta”, y estamos muy bien, me siento ligada y abocada a este trabajo todo el tiempo, como que no puedo conectar con otra cosa. –Dijo.

-Las empresas extranjeras, más estas japonesas, te exprimen hasta la última gota. Vine de Japón hace menos de un mes, y ahora posiblemente tenga que volver en quince días. Los cambios de horarios me están matando, en fin, estoy estresada. –Me explicó.

-Decile al “nipón” que no, que no vas y “buenas noches”.Ahora tenes la excusa delembarazo. -le dije.

-Imposible, sabes que me tiene como su “mano derecha”. Delegó todo el sector de exportación hacía mí. Es el típico japonés que solo quiere recaudar dólares, viendo como los demás se “rompen el lomo”. Lo único bueno es que esos trabajos afuera, los pagan muy bien. Creo que metiendo dos viajes más en el año, podemos terminar la casa del country.

- ¿Pero, ese es el problema?  ¿Solo estrés? –Dije. -No te “ahogues en un vaso de agua” Susi, conozco una forma desestresante, que te va a solucionar todos tus problemas. –Vamos ahora a la habitación de la cabaña, prendo el aire acondicionado, te relajas, te hago unos masajitos en los hombros, te arranco la malla mojada y hacemos el amor toda la tarde. -Le dije guiñando un ojo.

-Me encantaría, pero el sexo no va a solucionar nada ahora. –Tengo mucho más para contarte.

- “Takashi”, mi jefe, viajó conmigo en julio a Yokohama, cuando fuimos a la casa matriz.

- ¿Pero me dijiste que fuiste sola? –Que el viaje era un “embole”, el idioma, - ¿Por qué, no entiendo?  – le dije sorprendido.

-Él no es casado como te había dicho. Siempre fue un empresario muy poderoso, acá y allá en su país. Amante de las mujeres latinas, y los placeres de la vida.

- ¿Para, para, para, que me estás queriendo decir?

-Que me ofreció un puesto de gerente en Buenos Aires, a cambio de pasar esos tres días con él allá.

- ¿Vos me estas cargando nena?, - ¿Esto es una joda?

-Ojalá pudiera decirte que sí, que es una broma, pero es real. –No sabes lo que me está costando decirte esto.

 

-Te acostaste con él?

-SI-

- ¡Sos lo peor Susana!, ¡Que hija de puta, por favor! -Ya mismo nos vamos de este lugar, en realidad, te vas vos. –¡No hagas nada, me voy a la mierda yo! –grité.

-Esperá, por favor, tengo que contarte algo más.

- ¿Todavía hay más?, -No me digas que te convertiste en “geisha” ahora, - ¿Vas a empezar a usar “kimono” ?, - Estás enamorado de un chino. –Atención, gente, la señora está enamorada de un “chino”, se “bajo” a un chino. -grité con la cabeza fuera de la pileta.

- ¡Basta, te lo pido por favor! –Necesito ser sincera con vos, valórame eso, nada más. Y voy a llevar esto hasta el final, quiero que sepas toda la verdad. –Tengo dudas si el hijo que llevo dentro es de él, o es tuyo. Coinciden las fechas. Perdón.

-Mi cuñada apareció con una malla amarilla, ojotas y anteojos negros. Colgó su toallón en el cerco de la piscina y metió la puntita del pie en la pileta.

-Y chicos, como está el agua? –Dijo sonriente, con voz aniñada.

- ¿Sabes una cosa? - Tu hermana es una puta. –Le grité.

Volví a Buenos Aires desbastado. Susana se quedó en el campo con ellos un tiempo.

Mi cabeza se destruía al pensar en ese hijo. En mi situación inmerecida.

Pude hablar con mi psicóloga. Había que enfrentar esa paternidad, más allá del odio que sentía por Susana.

Decidí hacerme cargo de mis responsabilidades de padre, si era mío. Porque la madre es una basura, pero el bebé no tenía la culpa.

Pero también me atormentaba la idea de que ese hijo no sea mío.

 No tenía idea si el asiático sabía de esta “bomba”, si se iba hacer cargo del niño. Pero eso ya no me importaba.

Llegó el mes número nueve de embarazo. Todo estaba programado en la clínica desde hacía un tiempo atrás, en mi “gestión”.

Susana se internó por la mañana. Yo me senté en la sala de espera, oculto en una silla detrás de una columna. No quería cruzarme con sus familiares, ellos creo que tampoco. Cada enfermera o doctor que pasaba, me preguntaban todo el tiempo, si yo era el padre, para llenar unos papeles.

Tomé una decisión en ese instante. No iba a realizarme ningún tipo de análisis de sangre, ni menos de ADN. No estaba para pasar por ese momento horrible.

La paternidad de ese bebé se confirmará por sus ojos.

Cuando nazca la criatura y me llamen para verla, sabré quien es el padre, por su rostro. Si tiene mi cara, mis rasgos, como decía mi mamá, “todos los bebes de la familia Gonzales, tienen la misma carita al nacer”. Entonces, si, será hijo mío.

Pero si tiene tiene los ojos rasgados, achinados, será del japonés.

Un llanto de bebé, traspasó la puerta de la habitación 207. Me eyecté de la silla y presioné el picaporte para entrar. Me detuve antes de abrir.

Con la manija en la mano, apuntado hacía el piso, recordé las palabras de mi viejo, que decía que “cuando ingresa una pareja embarazada a la clínica, entran los dos y salen tres”. Pero quizás papá se haya equivocado en los cálculos de su reflexión. De ahora en más, es válido también que entren dos y salga solo uno.

- ¡Lo felicito señor Gonzales! –Dijo el doctor. –Ya puede pasar a ver al bebé.

 

 

 

 

 

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