El Reino De Los Espejos

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Este relato comienza al revés. Como muchos de los cuentos que sobreviven a miles de ojos y oídos que los reinventan. Este es un relato que fue amado, odiado y desgastado al mismo tiempo. No hay certezas de su veracidad tampoco de su ficción. Y, así y todo, el relato sobrevivió. En lenguas ya olvidadas y lugares de la tierra que ya nadie visita ni conoce es que habita el corazón de esta pequeña historia. Simple pero única. De tan única que podría pensarse que el sentido de todo lo que conoce quien escribe (y quien lee) está escondido en sus frases.

Esta historia como les advertía, nace al revés. Y es que reside en un mundo pequeño y olvidado donde sólo habitaban espejos. Suena extraño y sin sentido pero el relato lo es.

 

Hubo una vez un mundo que sus fronteras, sus tierras y su vida eran espejos. Reflejaban aquello que vivía en algún otro reino o universo. No solo eran espejismos, o más  bien no bastaba con describir al reino como un “reflejo de…” El reino en sí tenía vida pero la misma fue un reflejo de otra que fue vivida o vivirá en otro mundo. Se podría pensar en replicas pero quien lee este relato sabe distinguir entre una réplica y un reflejo. Los espejos no muestran replicas sino vidas en otro plano.

En este mundo hubo un ser del cual todos olvidaron su nombre. Reclamó ser el rey del mundo de los espejos. Confundidos, sus habitantes creyeron en sus palabras. Durante siglos vivieron en un completo y absoluto engaño. Felices pero engañados por esta entidad que no poseía ninguna característica particular más que la de ser muy alto y saber varios idiomas.

Un día, quizá el que menos importaba, apareció en un río un pequeño ser de unos quince centímetros de altura reclamando también ser el rey de este mundo de espejos. La gente le creyó y varios protestaron reclamando que el ser de quince centímetros reinara. Depusieron al rey alto de su trono y pusieron al pequeño en su lugar.

De nuevo, durante siglos vivieron engañados.

 

Un bello día de sol, dentro de una nuez había un gusano marrón. Reptó por la tierra y escribió “soy el rey”. Y así los habitantes comenzaron a quitar del trono al rey diminuto y pusieron en su lugar al gusano.

De nuevo, vivieron siglos engañados, esta vez por el gusano.

Son infinitas las figuras que aparecieron luego reclamando el reinado. Hasta lo hizo una niña de tres años.

Cierto anochecer brotó vino de las paredes de espejos. Y sin explicación los reyes y reinas desplazados comenzaron a luchar por el trono. La batalla duró siglos. Mientras tanto nadie reinó. Pues se habían olvidado de reinar, ocupados batallando. En consecuencia un mago aplastó con su pie una bola de cristal mágica que tenía guardada en una caja muy especial. La aplastó descalzo por eso su pie sangró al romper los cristales. En ese mismo instante el mundo de los espejos colapsó. Brotaba sangre de los cielos y la imagen del mago gigante y su sangriento pie asomándose por los cielos fue lo último que vieron los habitantes del reino de los espejos.

El mago no lloró pero sí confió en que esa acción traería consecuencias. Consecuencias terribles a otros mundos. Sonrió y junto los pedazos. Armó un espejo plano con ellos, lo apoyó contra la pared y se introdujo en él para nunca volver a salir.

 

Así fue como dentro del mundo de los espejos, el hombre alto o mago reclamó su reinado, reinando por siglos y engañando a todos, desatando un bucle temporal que puso fin al universo como se conocía.

Su última gracia, su último acto de magia, costaría la vida y el equilibrio y por siempre se relataría este relato al revés, como si todo hubiera quedado en el lugar equivocado luego de una diabólica y definitoria travesura.

#Este cuento se encuentra publicado en el blog Aletheia Buenos Aires (http://aletheia2019.blogspot.com/2022/08/el-reino-de-los-espejos.html)

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