Gabriel

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Gabriel había nacido bajo un Álamo de hojas blancas. Atípico y sin ningún principio de realidad posible, se encontraba aquel árbol enorme, frondoso y robusto, en el medio del campo. Su tronco era adornado por una enorme barba blanca de hojas desafiantes. Nadie en el barrio comprendía el fenómeno que subyacía bajo ese tenebroso y único espécimen. Lo cierto es que, más allá de las especulaciones, mitos y teorías, existía un hecho incuestionable: bajo el  álamo de hojas blancas había nacido Gabriel.

Un nacimiento que venía a romper con las dinámicas y costumbres de un barrio alejado de la civilización moderna. Algunos especulaban con que se trataba de una zona gris entre la realidad y la ficción. Quienes vivían allí nunca se mudaban a otros lugares, no salían de sus espacios de confortabilidad ni interactuaban con miembros de otras comunidades. Todo parecía normal en ese pedazo de tierra que quedaba a cuarenta minutos de las zonas céntricas, excepto por el detalle pintoresco de que nadie nunca salía de allí. No había explicación racional, las autoridades locales habían dejado pasar el fenómeno hacía décadas, quizá por razones más oscuras que la comodidad, como si algo  que no se nombra ni se dice en voz alta rondara en las fronteras de aquel barrio. Los habitantes del mismo, de hecho, estaban eximidos de la obligación de ir a votar (o anulado el derecho, dependía desde donde se problematizara). En los mapas del municipio ya ni siquiera figuraba su nombre. Quedaba en el recuerdo colectivo, de  cierto barrio, de cierta cuidad, con ciertos habitante que solía salir de allí (cosa que ya no ocurría), como si fuera un recuerdo de una infancia lejana que hasta podríamos confundir con una ficción literaria o vista en la televisión. Ya nadie recordaba su nombre o peor aún: a nadie le importaba.

Era poco habitual escuchar risas en las calles de aquel extraño barrio que nadie nombraba, ni siquiera sus propios habitantes. Las risas infantiles habían desaparecido hacía más de una década. Sus habitantes eran personas mayores, con arrugas y cabellos blancos, pálidos y sin vida. De ahí la sorpresa de aquel jueves de luna y brisa fresca, donde un llanto irrumpió en la pálida calma de aquel barrió. Los habitantes se miraron confundidos. Uno de ellos le hizo un gesto a otro para acercarse al sitio de donde provenían los llantos, que no eran cualquier tipo de llanto: eran llantos de bebe.

 ¿Cómo podía existir un infante entre sus polvorientas y silenciosas calles? ¿Acaso alguien había ingresado a ese espacio tiempo extraviado sin autorización?  Y sí, alguien había irrumpido en él. Era Gabriel y había nacido bajo un Álamo blanco un jueves de luna y brisa extraña.

Nadie nunca supo quién parió al niño, solo encontraron su cuerpo cubierto de sustancias gelatinosas y sangre, aún con el cordón umbilical desplegándose desde su cuerpo.

Gabriel lloraba intensamente y los miembros de la comunidad no sabían qué hacer con aquel sonido. Rodearon al niño en un infernal semicírculo y lo observaron estupefactos por horas, muchos de ellos hacía ya tiempo habían olvidado lo que era un bebe.

Nunca nadie adivinó su origen, pero todos sabían  que se llamaba Gabriel. Con una certeza asombrosa aceptaron que ese niño se llamaba así. Había nacido bajo la marca de la luna de un jueves extravagante y había venido a sembrar el caos y la destrucción, empezando por aquel barrio olvidado que a nadie importaba. Pronto el mundo sería rodeado por tinieblas y viejos y cadavéricos monstros que vivían ocultos en las sombras del tiempo, en lugares olvidados como ese barrio infernal.

Gabriel miró fijamente a uno de los miembros de la comunidad, los dos entendían que se trataba de realizar un pacto o morir instantáneamente en ese momento. Tanto el líder de la comunidad como Gabriel sabían que se necesitaban unos a otros, el niño necesitaba cuidados para crecer y fortalecerse y la comunidad no tenía intenciones de extinguirse en ese preciso instante. Es que Gabriel les explicó, con una simple mirada que  tenía el poder y la voluntad para matarlos a todos en ese momento, pero debido a su pequeño envase, su cuerpo de bebe recién nacido, él también moriría. Necesitaba crecer para poder fortalecerse .

Así pues, el primer niño en dos décadas crecía en las calles de aquel barrio olvidado, crecía y se criaba como un niño normal, pero todos en la comunidad sabían que no lo era. En algún momento, cuando Gabriel cumplió doce años habían llegado a olvidar y negar su origen, imaginando que se trataba de un viejo sueño de confusiones ese jueves de álamo blanco y demonios.

No fue hasta un caluroso diciembre, en el que Gabriel tenía ya dieciocho años que comprendieron con horror lo estúpidos que habían sido. De una noche a la otra, y sin ruidos ni escandalosos gritos, el pueblo había desaparecido. Sólo una inscripción rezaba en una pared tallada con una piedra “EL DIABLO YA CAMINA ENTRE NOSTROS”.

Del barrio nadie nunca volvió a hablar ni a mencionarlo, algunos miembros del municipio se espantaron cuando encontraron casas quemadas y ropas ensangrentadas. Sin embargo la explicación fue que quizás simplemente habían abandonado ese pequeño lugar. Una explicación simple y tentadora. El predio se utilizó años después para armar un barrio cerrado con casas para ciudadanos de elite. Familias ricas de Buenos Aires que desconocían y querían ignorar otras realidades.

En un café alejado de aquellas tierras, mientras miraba por la televisión la inauguración del Barrio Del Sol Nocturno, nombre propuesto por algún funcionario sin necesidad de reflexionar mucho,  se encontraba sentado un hombre de cabellos oscuros y ojos esmeralda. Pidió la cuenta y advirtió a la simpática moza que había hablado con él sobre su vida e intereses musicales de forma jocosa:

- Mi nombre es Gabriel, y vine a este mundo a destruirlo sin dejar rastro de vida ni esperanza. Ningún mortal lo sabe aún, los que lo suponían están muertos desde hace mucho. Así que siéntete privilegiada por ser la primera en tantos años.

Celeste dejó caer las monedas al piso. Al igual que el líder de la comunidad del barrio olvidado, sabía que Gabriel no bromeaba y que esta sería su última tarde de sol en este mundo. Celeste podía verse a sí misma prendida fuego y agonizando.

 Con esa imagen en su cabeza, vio como Gabriel dejó el café y caminó sonriendo.

 

#Este cuento fue publicado en el blog Aletheia Buenos Aires (http://aletheia2019.blogspot.com/2021/09/gabriel.html)

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