La Mansión
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La Mansión había sido construída a finales de siglo 19, en el medio de un campo de 5 hectáreas por Hernán Orozco Paredes, dueño de una inmensa fortuna, amasada por medios que nunca quedaron en claro. Se decía que se dedicaba a la piratería y al contrabando, cosa bastante probable, pero la verdad jamás fue revelada a sus descendientes.. El refinamiento y buen gusto arquitectónico le dieron al majestuoso edificio gran fama en la época. Sin embargo, la familia que la poseía se vió pronto signada por la tragedia, contándose desapariciones y de muertes misteriosas de parte de muchos sus miembros y algunos huéspedes notables. Para principios de este siglo la mansión gozaba de un extraño status: por un lado algunos la consideraban un sitio embrujado, con una historia plagada de eventos espeluznantes, de los cuales sólo una fracción de ellos había salido a la superficie y para el resto del país ya casiHabía sido olvidada.
Ahora, la habitaba el último miembro vivo de la familia, Gaspar Orozco Paredes, que parecía una reencarnación del fundador de la familia y constructor de la mansión. Atrás habían quedado sus días de playboy y ocupaba una mínima parte de esa colosal vivienda: una cocina, un baño y una habitación. Se decía, en el pueblo cercano, que recorría todos sus rincones por la noche y que hablaba con su parentela fallecida, ya que los espíritus todavía rondaban por las distintas y amplias habitaciones.
Fue precisamente una de esas noches en la que Gaspar escuchó un ruido sospechoso proveniente del ala norte, donde estaba ubicada la fabulosa biblioteca que la familia fue aumentando en volumen a lo largo de casi 150 años. Sospechó que se trataba de algunos de esos exploradores urbanos que ya habian entrado a la casa sin su permiso con anterioridad. Cargó su enorme escopeta y en total oscuridad, se dirigió a paso resuelto hacia el lugar, dispuesto a darles un buen susto a los intrusos. Sus avanzados 70 años no se notaban en su paso firme y decidido. Un fuerte viento se levantó aullando de manera fantasmagórica y por unos enormes ventanales observó cómo se formaba una tormenta. La seguridad del origen del sonido se la daba esa íntima comunión que tenía con la casa. Decía que la casa le hablaba y le decía cosas del presente, del pasado y del futuro y eso fue uno de los síntomas que preocupó a su sobrino Lisandro, su favorito, quien luego de mucha insistencia consiguió que un psiquiatra diagnosticara adecuadamente a su tío: esquizofrenia. Sin embargo, luego de la muerte de Lisandro el año pasado, Gaspar se convirtió el último de los Orozco Paredes y abandonó su tratamiento.
Eso fue lo que recordó al entrar a la biblioteca, luego de abrir sus puertas con un vigoroso puntapié, y ver, posado encima de un busto de un filósofo griego, a una enorme y extraña criatura. Los primeros relámpagos de la tormenta iluminaron al monstruo y Gaspar vio que tenía una enorme cabeza, con dos ojos grandes y bulbosos que lo miraban amenazantes, y emitían una luz fosforescente muy tenue y que además esa cabeza estaba plagada de múltiples ojos rojos. El cuerpo era similar al de una iguana, provisto de alas emplumadas que comenzaba a desplegar y sus patas terminaban en unas horrendas garras rojas que perforaban el cráneo del filósofo griego. Calculó que debía medir más de un metro y medio de largo contando la cola atiborrada de espinas retorcidas. Pensó en el cuento favorito de Lisandro y se preguntó si haber dejado su medicación había sido buena idea. De todos modos, cuando la criatura se aprestaba a levantar vuelo y abrió una enorme boca plagada de innumerables y afilados dientes, Gaspar disparó su arma. A tan corta distancia, cualquier cosa viviente acabaría muerta de manera instantánea, pero sólo provocó en el animal pequeñas heridas. Terminó su corto vuelo clavando sus garras y dientes en el pecho de Gaspar, quien dando un alarido aterrador, soltó su arma y cayendo al suelo pudo haber muerto en ese momento pero tomó a la criatura del cuello usando todas sus fuerzas y comenzó a estrangularla, mientras el monstruo le clabava las espinas de su cola en las piernas. Haciendo uso de una vitalidad insólita para su edad, Gaspar consiguió alcanzar el enorme cuchillo de caza que llevaba en la cintura y antes de que la extraña monstruosidad pudiera desfigurarlo con sus dientes, clavó muchas veces el filo en el torso del animal, hasta llegar casi a partirlo en dos. Muy mal herido, pudo reincorporarse y alcanzar la escopeta para recargarla y rematar a la criatura.
Pero de pronto, el sólido techo de la biblioteca fue rasgado por un haz de luz que iluminó a Gaspar y este lanzó un horrible grito de dolor. Sus ropas, su piel, sus músculos y luego sus huesos fueron desgarrándose en el aire y desapareciendo.
Lo último que gritó Gaspar fue: "¡Traidores! ¡Jamás hablé! ¡Jamás dije nada!"
Una pareja de exploradores urbanos que había dado esa tarde con un sótano oculto en el cual había seis tumbas rodeadas de inscripciones desconocidas, salió por una puerta secreta que daba a la biblioteca un par de horas después, luego de sobreponerse al terror que sentían al escuchar los disparos, los gritos y los truenos de la colosal tormenta que se estaba desarrollando. Huyeron despavoridos al ver los restos de la pelea y denunciaron de manera anónima lo que oyeron.Para la policía, el escenario con el que se encontró era un enigma de casi imposible resolución. En el piso de mármol había un charco de sangre humana todavía fresca, más allá, algunas garras y dientes y muchas plumas por todos lados; el techo tenía un enorme agujero en forma de círculo perfecto, a tavés del cual se asomaba el sol. Se cerró la causa como suicidio y la Mansión, al no haber herederos, pasó al Gobierno, para luego caer en manos de un astuto político.
Maira y Nicolás nunca publicaron los videos que registraron. Fuero hallados muertos en su departamento, con sus cuerpos rasgados y sus cajas torácicas abiertas, pulmones y corazones desaparecidos. Sus cámaras jamás se encontraron.