Ángel En El Cielo
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Mientras avanzamos en la caravana, por la extensa interestatal, finalmente lo diviso. Mi cuerpo tiembla y, sin poder contenerme, saco mi cámara fotográfica para intentar capturar el momento, difícilmente sostengo el aparato, pero consigo tomar las fotos. En lo alto del cielo flota una figura imposible. Un ser tan vasto que el horizonte parece inclinarse a su alrededor, su tamaño es colosal, quizás igual al de un país pequeño. No obstante, llamarlo simplemente “gigante” sería una injusticia. Es un ángel. Un ser de belleza absoluta, con siete alas inmaculadas y una túnica brillante como la plata, moldeado con una precisión inimaginable. Ni hombre, ni mujer. Un rostro sereno, perfecto, adornado con una aureola resplandeciente. Este debería ser un momento de magnificencia, digno de alabanza mundial. ¿Un ángel en el cielo? ¡Deberíamos celebrar! Pero no… Hay algo mal...
El ángel está muerto…
Soy Jules Montalvo, redactor de noticias para una importante cadena internacional. Quizás hayan visto mi rostro en la televisión, quizás hayan oído mi voz en algún podcast. Pero nada de eso importa ahora. Cuando apareció el ángel en el cielo, el mundo se congeló. Aterrados no por su presencia, sino porque el ángel estaba herido. Gravemente herido. Un agujero gigante en su pecho, fresco, sangrante, que dejaba ver sus órganos y sus huesos destrozados. Algo o alguien lo había lastimado, algo tan inmenso y profano que logró herir a esta entidad celestial, aparentemente poderosa. Cuando lo vimos por primera vez, el ángel aún estaba vivo. Sus ojos, debilitados, agónicos, se movían con notable dificultad. Desde la herida en su pecho comenzó a manar sangre, precipitándose en un grotesco espectáculo. Teatro de lo macabro. Una lluvia carmesí cayó sobre la Tierra, aversión divina… que manchaba todo a su paso… Entonces, enfocó la superficie, y habló. Su voz, una mezcla aterradora de resonancia masculina y suavidad femenina, se proyectó en todo el mundo:
—“Inanis fuit conatus noster eos impedire! Cecidimus, et vos mox sequemini…”
Escasos lo entendieron al principio. Pero no pasó mucho tiempo antes de que su significado en latín se revelara: “Vano fue nuestro intento de impedirlos. Caímos, y ustedes pronto nos seguirán…”.
Esas palabras... más terroríficas de lo que cualquiera podría imaginar. Si un ser tan inmenso, tan perfecto, tan poderoso, había sido derrotado, por algo o por alguien, ¿qué esperanza nos quedaba? El pánico cundió enseguida. Algunos se evaporaron en la locura, desaparecieron en la desesperación. Algunos se suicidaron en una acción rayana. ¿Cómo olvidar las muchas transmisiones en redes sociales de gente suicidándose? Recuerdo la trasmisión en directo de un grupo de personas lanzándose al vacío desde la azotea del Empire States. Aún me escoce la escena de ese pobre hombre que con una escopeta se voló la tapa de los sesos en un directo en esa reconocida plataforma de videos. Pronto, el ángel profirió su último aliento. Sus ojos se apagaron, mirando eternamente hacia la Tierra, como si nuestro planeta fuera un último y triste recordatorio de todo lo que había visto en su vida.
—“Vano fue nuestro intento de impedirlos. Caímos, y ustedes pronto nos seguirán…” —solo puedo repetirlo mientras me servía otro vaso de whiskey. Amaba el whiskey, siempre me consideré alguien solitario, de muchos conocidos, pero mi único amigo que consideraba real era el alcohol. Una pregunta me rondaba de nuevo en la mente, en un eco incomodo y disonante: ¿Qué ser, o seres, podría haber hecho eso?
La humanidad, ya al borde del abismo, decayó en parte en caos colectivo: manifestaciones, huelgas, confrontaciones. Aunque, curiosamente, otra gran parte del mundo intentó seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado. Ciertamente, además de la aparición del ángel, de su advertencia y de sus consecuencias directas, no había sucedido otra cosa. Siento que era surreal. Un enorme cadáver celestial colgaba sobre nosotros, y aun así mucha gente iba al mercado, a la escuela, al trabajo, a sus citas. Casi parecía una broma absurda. Como si, frente a la evidencia abrumadora del final, de lo impensable, algunos hubieran decidido mirar hacia otro lado. Gran parte de las veces, la mente humana es incapaz de procesar lo incomprensible. En esos momentos, busca un equilibrio ilusorio. Una psicóloga en un podcast de salud mental lo llamó “homeostasis psicológica”, una respuesta mental autonómica que mantenía a las personas funcionales, ignorando la enormidad de los traumas.
Nos acostumbramos a todo, supongo… la guerra, el conflicto, los vicios, las relaciones, la soledad… y los traumas… Sobre todo, los traumas.
Cuando niño perdí a mis padres en un accidente automovilístico. Quedé al cuidado de mi abuela. Siempre, durante las noches, clamé por respuestas a Dios, nunca las tuve. Ahora miro el ángel en el cielo y pienso que Dios, obviamente existe en algún lugar y decidió no responder… o tal vez si respondió de maneras que mi limitada mente no comprendió, que aún no comprende. Entiendo que eso afectó mi forma de vincularme con las personas, durante mi infancia, adolescencia y adultez, lastimé muchas personas, crecí con desconfianza. Uno cuando adulto cree que ha sanado, para descubrir que los traumas solo se han transformado, que continúan ahí, manifestados en otras cosas, encubiertos, filtrándose en nuestras acciones como malditos parásitos. Excesos… Curiosamente, muchas personas compartimos traumas, por lo que pensamos que esas heridas mal cicatrizadas son la normalidad.
Mientras todo seguía su curso, en el mundo emergieron nuevos cultos y sectas que clamaban conocer la “verdad” de la muerte del ángel. Conseguí información al respecto, aunque no toda cuanto quisiera. Algunos decían que habíamos fallado como especie, que había sido un juicio divino y dicho ángel intentó protegernos. Otros decían que ese ángel había sido derrotado por demonios en una guerra celestial, invisible para nosotros. Otros cuantos referían que el ángel era solo el primero de muchos, y que los verdaderos dioses, tal vez primigenios como de los cuentos de horror cósmico, vendrían a reclamar lo que quedaba de la Tierra. Tantas versiones, algunas absurdas, algunas horrorosas, algunas inenarrables.
Pero había algo más. Un susurro oscuro entre líneas, en el fondo del alma humana, algo que nadie quería verbalizar, pero que todos sabíamos, supongo. ¿Y si la aparición del ángel muerto no era un juicio ni una advertencia? ¿Y si simplemente era una señal de que todo lo que habíamos creído, todo lo que habíamos construido, era irrelevante? Nada más que una coincidencia cósmica. ¿Qué si el universo, en su vastedad indiferente, no tenía lugar para la existencia humana? Porque ciertamente, con la aparición del ángel, con su herida, con su muerte, lo comprobamos; nosotros éramos seres minúsculos, comparados con la vastedad universal. ¿Qué amenaza representaba un único nido de hormigas para la población mundial humana?, supongo que esa metáfora también funciona en una escala universal.
Los días se volvieron indistinguibles. Seguía cubriendo la noticia, aunque con cada transmisión me sentía más desconectado de la realidad. Apático. Había una desesperación creciente, pero también una extraña indiferencia que se filtraba en cada rincón de la sociedad. Algunas personas continuaron refugiándose en sus rutinas, como si fingir normalidad pudiera salvarlos. Mientras tanto, grupos enteros de los nuevos cultos y sectas, empezaban a adorar el cadáver celestial, clamando que su presencia era un misterio divino, algo que no debíamos cuestionar.
En el fondo, yo sabía que estábamos todos condenados. Quizás no por una entidad sobrenatural o un castigo divino, aunque no podía arrancarme la idea de la cabeza, que algo vendría en algún momento; sino por nuestra propia incapacidad de confrontar lo que realmente somos. No somos más que fragmentos de polvo en un universo frío y despiadado, colgados de la ilusión de propósito. Pero… ¿realmente podríamos hacer otra cosa contra fuerzas que superan nuestra comprensión de la realidad?
Entonces ocurrió una noche cualquiera mientras estaba sentado en el balcón de mi apartamento. Hubo un cambio en la atmósfera. Sentí el aire vibrar de forma extraña, como si algo lo hubiese alterado levemente. Volví la mirada hacia el cielo y noté algo diferente detrás, o encima, del cadáver del ángel. Estaba una grieta cósmica en un destello blancuzco y violeta con filamentos luminiscentes que parecía extenderse millones de kilómetros, porque la perspectiva terrestre es ínfima en comparación a la inmensidad del espacio.
Pronto lo entendí, esa grieta era un portal hacia una región más allá de la limitada comprensión humana. Lugar de donde seguramente provenía eso que dejó en tal estado al ángel. Que no le importaba la vida ni la muerte, algo que no le importaba el bien ni el mal. Algo que simplemente es, que simplementeera. Que, si no le importó matar un ángel, no le importaría arrasar con humanos insignificantes.
El fin no había llegado aún, pero ya sabíamos que era inevitable. Los susurros nihilistas y el vacío existencial no eran meras especulaciones filosóficas. Eran el telón de fondo de una verdad imposible. El ángel no había sido enviado para salvarnos ni para juzgarnos. Simplemente fue un testigo de lo que se avecinaba, un espectador, ahora muerto, de una obra teatral de los horrores, que, graciosamente, ni siquiera entendemos. Que en el proceso nos advirtió, ¿pero de qué servía realmente esa advertencia si no sabíamos que hacer?, si no podíamos hacer nada…
Respiré profundo, sintiendo el peso de la insignificancia cósmica aplastarme. Miré la grieta en el cielo una última vez… antes de beberme la botella de golpe.
El final no tendrá ningún escape, tampoco gloria, victoria o derrota. Únicamente habrá silencio.