Elías
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Elías
Hay días que no aparece, que esta tranquilo. En realidad más que tranquilo diría ausente. Esos días el silencio es oro en polvo. Escuchar sus pensamientos tan nítidos sin que nadie ponga palabras o discuta cada decisión es un tesoro que Gerardo Arias disfruta rara vez.
Al principio era solo una sensación, un atisbo de presencia que lo acompañaba a diario. Con el tiempo pasó a ser su compinche en los juegos de niño. Compartían los juguetes, los libros de cuentos y sus momentos favoritos.
Le gustaba estar con Elías, así le había susurrado una noche que hera su nombre. Él era capaz de cosas que le aterraban. Cosas malas.
No es que fueran de manera accidental. El daño era meditado y calculado. No sentía empatía alguna. Aunque disfrutaba el echo de saber que el sufrimiento estaba en marcha.
Elías vive en el armario. Es donde más libre se siente. Hay días enteros que se la pasan juntos ahí dentro entre juguetes y ropa que huele a jabón y suavizante.
Marcela, la madre de Gerardo, muchas veces se paró tras la puerta a escuchar. El pequeño jugaba y conversaba con ese amigo imaginario. Al principio no le molestó, a lo mejor era la manera del chico de lidiar con la muerte de su padre.
El compinche de su hijo llegó a los pocos meses de enterrado su marido. El accidente de tráfico dejó poco que meter en el cajón. Sólo unos pedazos de hueso y carne quemada. El olor no se fue de su mente por mucho tiempo. Si al niño le hacía bien aquel escape a un mundo imaginario, pues por el momento es aceptable.
La noche del 24 de Enero, casi cumplido 10 meses del fallecimiento del padre de Gerardo, Marcela sube a buscarlo porque la cena esta servida. Entra a la habitación y a gritos llama al pequeño. Al no verlo se acerca al armario y pone su oído junto a la puerta. Risas nerviosas. Le parece tierno, coge aire para volver a pronunciar el nombre de su hijo cuando una voz grave, ronca y fría le hiela la sangre; - shhh, ella nos escucha.
Abre de un tirón y dentro solo está su niño sentado con dos camioncitos de plástico entre sus manos y una risa de oreja a oreja dibujada en el rostro.
La tarde siguiente, cuando el sol pela la piel, Gerardo es invitado a la fiesta de cumpleaños de su vecina. Margarita es su compañera de juegos en la escuela, donde comparten grado. El segundo “A”.
En la entrada de la casa, la madre de la niña puso un globo gigante con la forma del número 7. El pequeño estuvo nervioso y emocionado todo el día anterior y la mañana del agasajo.
Lo bañan, visten y perfuman para el evento.
Al llegar la hora su madre lo acompaña hasta el jardín de al lado y le abren la puerta como si fuera una estrella de rock o un príncipe de alguna nación lejana.
Los invitados no serían mas de 6. Todos de la misma edad, salvo un chico alto y colorado. Primo de la niña.
El mayor se dedica toda la tarde a arruinarles los juegos. Los molesta. Los golpea en la cabeza y grita ¡toma!
Los demás niños lloran o se rien ahogando el dolor y la vergüenza con los ojos húmedos tratando de pasar el mal trago.
Gerardo los mira y la voz de Elías le dice, primero en un susurro; - Es un imbesil.
- Si, lo sé.
- Que vas a hacer al respecto.
- Nada
- ¿Quieres que yo lo haga?
- No, a lo mejor ya pasan a buscarlo.
La oración cae refrescando un poco el día. Uno de los niños pide que llamen a su mamá, que a los 5 minutos llega. ¿ pasó algo cariño? Pregunta la señora.
- No mami- responde mirando de reojo al revoltoso.
Damián, así se llama el niño problema, lo había empujado con tal fuerza que voló sobre las rosas y se clavo las espinas en la espalda. Como pudo se levantó sacándose con sus manitos las zarpas de la planta enganchadas a la ropa. Mientras Damián se despanzaba ¡toma!
- ¿Ahora si?
- No
- Cobarde
Margarita no dice nada sobre las actitudes de Damián. Al contrario todas le parecían dignas de admiración.
- Parece que esta enamorada- tira Elías.
- No es así
La dueña de casa se sienta en el patio a verlos jugar. Conoce a su sobrino y de lo que es capaz.
Se ponen a jugar al fútbol, cuando timbra el teléfono en la cocina. La dama se levanta de mala gana y se mete a la casa.
Damián corre con todas sus energías y le da una patada en el tobillo a Gerardo cuando el balón lo tenía Margarita. Así, porque le salió de los huevos ¡toma!
Se aguanta las ganas de llorar mientras su pequeña amiga festeja la hazaña de su primo. Arrastrando la pierna se acerca hasta los escalones que dan a la cocina y se sienta. La señora sale otra vez y lo ve meciéndose mientras se agarra el tobillo. – ¿ Pasó algo Gerardo? Dice mirando fijo a Damián.
-No. Me doblé el pie pero ya va a pasar el dolor.
Ella sin creerle mucho, enciende las luces y se ubica a seguir vigilando.
Gerardo ve como juegan los demás desde las gradas. –¿ Ahora si puedo encargarme?
La bronca le rechina en la quijada – Ahora si.
Se levanta y camina rengueando hasta el garaje de la familia vecina.
Cuando el padre de Margarita se fue, escuchó que con una chica joven del gimnasio, se llevó el automóvil. Pero dejó muchas herramientas.
Damián lo sigue con la mirada. Ver como arrastra la pierna le da esa sensación de satisfacción. De poder.
Al minuto Gerardo regresa corriendo del garaje y se une al juego como si nada hubiera sucedido. El verlo le carcome las entrañas al pichón de matón.
La madre de margarita pide a todos ir dentro. Servirá chocolate y sándwiches.
El revoltoso ve la oportunidad y cuando la mujer cruza el umbral toma carrera dispuesto a golpear de nuevo al pequeño. Se acerca saboreando el triunfo. Margarita lo sigue con la mirada, comenzando a reírse poseída por los nervios.
Gerardo le atina un codazo en la nariz. El ruido del tabique roto atraviesa el aire.
El resto de los niños ya están dentro de la cocina. Damián cae de frente al piso. A medio camino al suelo Gerardo le clava un destornillador en el pecho. Queda inmóvil con la cara en el césped. La cumpleañera se mancha el pantalón con orín. Gerardo corre al garaje y regresa a los segundos saltando en un pie.
Los niños escuchan el grito de la niña y corren a ver. La dueña de casa aparta el tumulto alrededor de su sobrino y quiere levantarlo. No se mueve. Nunca más lo hará. El chico yace muerto con la herramienta clavada hasta la empuñadura.
Llaman a los padres de todos. La ambulancia se detiene en la entrada de la residencia y las luces dan el contraste mortuorio a la noche que se hace más larga. Los padres del fallecido gritan e insultan abrazados viendo como el vehículo del la cruz roja engulle a su retoño. La madre de Margarita intenta explicar a la policía que no entiende que pasó, o como. La niña mira sin pestañear a Gerardo que sin gesto alguno en el rostro es espectador de semejante cuadro dantesco - ¡Toma!- susurra.
- ¿Como dices?- pregunta Marcela
- Tengo hambre ¿Podemos ir a casa?
- Si. Vamos.
A las pocas semanas Marcela comienza a trabajar por las noches en un mini-mercado cerca de casa. Gerardo se queda acompañado de Josefina, una adolescente del barrio que ofrece servicios de niñera.
El pequeño se había puesto necio y toda la semana le dijo a su madre que podía quedarse solo. Que su amigo Elías le haría compañía. Por supuesto dejar a su pequeño a cargo de su amigo invisible le parecía una locura así que llamó a la muchacha que es la que cobraba menos de todas las personas a las que contactó.
Esa noche de viernes Marcela regresa caminando, pasa por la tienda y compra unos chocolates para disfrutarlos junto a Gerardo. Tener una entrada más de dinero le viene muy bien. La pensión que le dejó su marido no es mucha y el tema del seguro sigue en “veremos”.
Esconde bajo las demás cosas una botella de vino blanco de la que se hará cargo tras acostar a su hijo.
Llega al jardín de su casa y encuentra a la niñera parada fuera. Llorando.
- ¿Qué pasa? ¿ Donde está mi hijo?
- Usted me contrató para cuidar un solo niño.
- Si, así es.
- Pero aquí hay dos. Y me hicieron daño- con la cara hinchada de tanto llorar se levanta la remera y le muestra un corte bastante grande.
- ¿Y eso?
- Eso me hicieron ellos. Me cortaron con un cuchillo.
Recibe su dinero y sale de la casa sin mirar atrás. Secándose el rostro con la manga de su prenda.
Marcela queda sorprendida siguiendo con la mirada a la joven que comienza a correr.
Cuando acuesta a Gerardo, tras lavarle las manchas de chocolate, le consulta por lo sucedido. A lo que el niño le comenta que Elías no quiere niñeras.
A la tarde del día siguiente logra conseguir una señora que ofrece sus servicios a través de Facebook . El precio es más alto pero no conoce a nadie más. La mujer se llama Roxana, alta y morena. Tiene 30 años. El curriculum le parece aceptable y sellan el trato conversando café de por medio.
A sus espaldas juega sentado en el piso el niño.
La noche cae lenta avivando la iluminación pública como si fueran brasas. Roxana llama a cenar al pequeño. Nadie contesta. Le parece raro porque durante dos horas jugaron de manera animada.
Vuelve a gritar, y otra vez nadie responde. Decide ir a buscarlo. Abre la puerta y la habitación vacía la saluda. Ordenada e impecable. Se acerca al armario y escucha el murmullo dentro. Apoya la cabeza en la madera y siente al pequeño parlotear y reír. Luego la voz grave: - Esta escuchando.
Roxana traga saliva que se abre paso en la garganta apretada de miedo y tira de las perillas celestes con forma de payasos abriendo el mueble. Una figura sin forma la agarra del cuello y le arranca la tráquea. Escucha el burbujeo del aire y la sangre atravesar el hueco. El gorjeo de un pájaro agonizante, piensa. Cae dejando la mitad del cuerpo fuera del armario. Algo la tira dentro con la facilidad conque se mueven las hojas sueltas en otoño.
Marcela espera la hora de salida atenta al reloj circular que se adueña del tiempo desde que pisa el lugar. Faltan 5 minutos para la media noche.
Camina lento, es un día extraño. El recuerdo de su esposo a jugado toda la tarde en su mente. Hay días que llega y se va dejando esa sensación de falta. Pero hoy es abrumadora. Y la empalaga con un sentimiento de angustia casi palpable.
Decide llamar a la niñera. No responde. Llama al teléfono de línea fija que descansa como el fósil de un antiguo animal esperando ser desenterrado. Nada.
Faltan dos cuadras hasta casa y comienza a correr. Primero lento y luego a todo lo que dan sus piernas.
Abre la puerta de calle y encuentra al niño sentado a la mesa de la cocina comiendo cereal con yogurt. Pregunta por la mujer y el chico no responde. No levanta la vista del cuenco. El pijama blanco con dibujos de súper héroes está teñido a medias de un color rojo oscuro. Sangre
Algo no está bien. Lo siente en el vientre. No percibe la presencia de Gerardo. Eso que está a la mesa no es su bebé.
- ¿Gerardo, cariño?
- ¿Mamá?- se escucha una voz desde la habitación.
Camina rodeando al ser que la sigue con el rabillo del ojo mientras sorbe otra cucharada y sonríe a media boca - ¿Quién eres?
- Elías- responde limpiándose la boca con la manga.
El parecido de esa cosa con su hijo la hace preguntarse si no está soñando. Son exactos.
- ¿Que eres?
- Quién soy, querrás decir – responde ya dedicándole toda su atención.
Se baja de la silla de un salto. Y camina hacia ella :- No te me acerques – grita
Se queda observándola. Condescendiente, con el brillo de lastima en la mirada.
- ¡Gerardo!- llama el ser y en su boca una hilera de afilados dientes se dejan ver.
Marcela trata de decirle a su hijo que no se acerque pero el pánico se le prende a la garganta y le chupa el aliento.
Su pequeño llega corriendo y se toma de la mano con Elías. Las ropas de Gerardo también están llenas de sangre.
- ¡Aléjate de él! – se rasga la garganta la mujer e intenta levantarse.
Se arrodilla y lanza un manotazo tratando de agarrar la mano de su hijo. Elías lo tira hacia atrás y larga un rugido que la deja sorda.
Gerardo lo abraza y el ser se tranquiliza. Se acerca a su madre y se lleva un dedo a los labios pidiéndole que mire en silencio. Se sienta en el piso de espaldas a ella. Su cuerpo se abre en dos como si tuviera un cierre de un macabro disfraz. Marcela ve las costillas partirse quebrándose como ramas secas. Los órganos gotean y palpitan. Elías se acerca, se encaja en el cuerpo abierto y comienza a ser absorbido. No demora mucho. No más de un minuto. Vomita en la alfombra pensando que a perdido la cordura.
Nadie pregunta por Roxana. La única que la vio entrar es la pequeña vecina.
El sábado llega y sentada en el parque de la plaza central de la ciudad Marcela completa un crucigrama a la sombra de un árbol. Una señora joven que empuja una carriola se sienta a su lado.
- ¡Vaya calor! ¿verdad?- entabla charla la joven mientras acomoda el chupete al bebé que lleva
- Verdad. Aunque esta fresco comparado al resto de la semana.
- Si, es cierto. Intenté quedarme en casa hoy pero si no saco a pasear a este bribón no quiere dormir
- Es hermoso – dice Marcela sonriéndole al pequeño
- ¿Usted está sola?
- No, vine con …
- ¿Esos son suyos? ¡Tiene gemelos!
Marcela se levanta y toma a los niños de la mano.
– Digamos que si-
Caminan hacia el carro de helados los tres. A lo lejos una tormenta toma forma entre nubes oscuras y relámpagos .
FIN