Al Margen De La Tormenta
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Nidavellir. venido del nombre de uno de los mundos del Yggdrasill, el fresno universal, la forma en que los vikingos concebían el cosmos. Ahora, ya no era un sistema estelar. Era una cicatriz. Un territorio olvidado en la frontera entre dos galaxias colapsadas por las guerras del ciclo solar 407A. Bajo la ruina flotaban estaciones oxidadas, colonias de desecho y comunidades de exiliados. En la estación M9, un refugio de piratas, sin ley, ni bandera, vivían los que no encajaban en ningún lugar: desertores, prófugos, disidentes, rechazados. Thanakot, “el Señor de las Sombras", no era un gobernante. Era un símbolo. Un nombre inventado por los consorcios para personificar el desorden que ellos mismos habían creado: violencia para justificar control. En el mercado negro, su nombre era excusa para desplegar drones de ejecución en las barriadas orbitales. Thoran era un marginado. Tenía el apodo "Dios del Trueno" era una broma pesada entre los excombatientes del Filo de la Nebulosa. Había trabajado como ingeniero de descargas atmosféricas en planetas terraformados. Su brazo derecho era una prótesis que funcionaba a base de energía. Antes de ello, había perdido su extremidad durante un motín de mineros cuando intentó evitar una masacre. No lo perdonaron por fallar. Tampoco por intentarlo.
Vivía escondido entre los módulos del subsuelo del M9, intercambiando reparaciones por energía y código limpio. Hasta que una señal activó su antiguo implante de guerra.
La señal provenía de un satélite muerto cerca de un planeta prohibido: Asgar 17. Durante siglos, se decía que ahí existía un archivo viviente llamado “la Gema Estelar”, capaz de resucitar núcleos solares muertos. En las leyendas de los hijos de exiliados, la gema no era poder, sino hogar. Una tierra capaz de dar refugio. Thoran buscó a Lysara, líder de los ‘indóciles’. Exmilitar. Había desertado tras negarse a ejecutar niños durante la campaña de Urania. Mujer tatuada de cicatrices y con el cabello como esquirlas de cometa. Comandaba una flota de barcos estelares hechos con desechos del imperio. Nadie la obedecía por miedo, sino por respeto.
—“¿Otra historia de dioses caídos, trueno?” —dijo al ver el implante parpadeando en su brazo.
—“No es mito. Es un llamado. Y es de nuestra especie. Quien lo emite… está buscando asilo, no poder”.
—“¿Y por qué crees que nos corresponde?”.
—“Porque los márgenes son lo único real que queda”.
La nave “Exilio Inverso”despegó con una tripulación de parias: una anciana ciega que descifraba frecuencias de memoria, un niño mecánico cuya madre lo trajo a este mundo en un horno de reciclaje, un exsoldado que hablaba con las estrellas, y un criminal de guerra que ahora cultivaba hongos curativos. A medida que se acercaban a Asgar 17, los sensores se desintegraban. El planeta no tenía atmósfera constante. Parecía que estaba suspendido entre dimensiones. Thoran, con la prótesis a punto de fundirse, caminó sobre el campo de piedras. Allí, en el cráter más profundo, encontró una voz. No hablaba en ondas. Hablaba en recuerdos. Era Brynn, o algo que se llamaba a sí mismo así. Una IA fracturada, ella les mostró imágenes del pasado: los orígenes del control, la creación del mito de Thanakot, la explotación del caos.
—“No hay Señor de las Sombras. Solo sistemas destruidos y símbolos que perpetúan la obediencia. El trueno es la rebelión”.
—“¿Y la Gema?” —preguntó Lysara.
—“No da poder. Da verdad. Y nadie la quiere”.
Al volver a M9, todo era ruina. Thanakot —o la estructura que lo usaba— había lanzado un asalto preventivo. Los rebeldes estaban muertos. El aire envenenado. Las niñas criadas en las aulas-libertad habían sido convertidas en nodos de vigilancia cerebral.
Lysara se arrodilló ante los cuerpos. No lloró. Solo tomó una decisión.
Con Brynn instalada en la nave, los sobrevivientes trazaron un nuevo rumbo: ingresar a las transmisiones galácticas oficiales y revelar los archivos contenidos en la Gema Estelar. No con armas. Con imágenes. Con memoria. El día del eclipse binario, toda la galaxia se detuvo ante una señal inesperada. En ella, niños famélicos narraban cómo los héroes que adoraban eran hologramas de control. Soldados amputados describían las órdenes de destrucción. Madres sin planeta relataban su exilio en cápsulas sin oxígeno. Thanakot no existía. Era un eco perpetuado por los que necesitaban un enemigo para justificar su poder.
La señal fue acompañada por una detonación sin fuego: Thoran, en un acto final, sobrecargó su prótesis y la conectó al núcleo de transmisión. Su cuerpo se desintegró. Su voz no.
Los márgenes no fueron redimidos. No hubo revolución gloriosa. Solo una grieta. Una grieta suficiente.
Lysara construyó una estación libre con los restos de M9. La llamó “ElRefugio del Relámpago”. Allí, los que no encajaban, los que hablaban lenguas suprimidas, los que veían el trueno como esperanza, podían vivir. No bajo un dios. No bajo una bandera. Sino bajo el recuerdo de que lo real habita siempre en la periferia.