Ecos Del Valle Sagrado

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El Valle Sagrado era un refugio apartado, una tierra bendecida por montañas protectoras y un río cristalino que serpenteaba como una vena vital. Sus habitantes vivían al margen de los conflictos del mundo exterior, una sociedad aislada que guardaba celosamente sus tradiciones. Sin embargo, las sombras de un imperio tecnocrático no respetaban fronteras, y el valle pronto se convirtió en el escenario de un enfrentamiento entre la antigua sabiduría y la despiadada modernidad. Sora, la joven heredera de la disciplina marcial conocida como Kaedo, pasaba horas cada día golpeando un tronco desgastado. Sus nudillos sangraban, pero su mente estaba tan afilada como una cuchilla. Su abuelo, el Sensei Arata, vigilaba desde la distancia, sus ojos cansados pero llenos de orgullo. "El Kaedo no es solo fuerza, Sora," decía con su voz temblorosa. "Es equilibrio. Construcción y destrucción, en perfecta armonía".

Aquellas palabras siempre resonaban en la mente de Sora, aunque últimamente parecían un eco distante. El mundo había cambiado. Los rumores de máquinas imparables, soldados mecánicos y armas de energía habían llegado incluso hasta su aislado hogar. El Kaedo le parecía una lanza contra un tanque blindado, un grito ahogado en un mundo de cañones. Pero no lo decía en voz alta. No quería decepcionar a su sensei. El día que los drones de reconocimiento aparecieron en el cielo, los rumores se convirtieron en realidad. Las máquinas emitieron un mensaje en altavoz que resonó en todo el valle: "Este territorio está requisado para la extracción de recursos. Desalojen en 48 horas o serán sacados a la fuerza".

El consejo de ancianos de los habitantes del valle se reunió esa misma noche, el miedo era palpable. "No podemos enfrentarnos a ellos," dijo uno de los miembros. "No tenemos las armas, ni la tecnología que ello tienen". Sora no pudo contenerse. "¡Pero tenemos el Kaedo! No necesitamos máquinas para defender nuestra tierra". Su voz temblaba de rabia, pero las caras de los ancianos reflejaban escepticismo. Solo su abuelo apoyó su postura, aunque con una mirada de preocupación.

Fue entonces cuando apareció Hikaru, un extraño que había llegado al valle semanas atrás. Quien decía ser un ingeniero desertor del régimen tecnocrático, pero su naturaleza reservada había generado desconfianza. Sin embargo, esa noche se ofreció a ayudar. "No podrán derrotarlos con puños desnudos," dijo. "Pero puedo construir algo que combine vuestras habilidades con tecnología básica".

Durante los días siguientes, Hikaru trabaja junto a Sora, creando trampas rudimentarias que aprovechan la fuerza y agilidad de los habitantes del valle. A esto se agregaban artefactos como guantes con amortiguadores mecánicos, botas con propulsores que le permitían dar saltos imposibles. Sora se mostró escéptica al principio, pero cuando probó los artefactos, sintió un poder que nunca había experimentado antes. "Esto es solo el principio", dijo Hikaru con una sonrisa enigmática.

El Sensei Arata observaba, desde cierta distancia, su ceño fruncido. "Cuidado con la dependencia de esas tecnologías, Sora," le advirtió una noche. "El Kaedo es una extensión de tu espíritu, no de máquinas". Pero Sora estaba demasiado emocionada para escuchar. Por primera vez, veía una oportunidad real de vencer.

Cuando la maquinaria de la tecnocracia llegó, traía consigo una ola de destrucción. Los obreros autómatas de metal brillante actuaban como soldados, maniatando a mujeres y niños, sacándolos de sus casas. Las armas de energía serraban los árboles con cortes perfectos. Los aldeanos, aterrorizados, buscaron refugio, pero Sora salió al frente, sus nuevos guantes reluciendo bajo el sol. Se enfrenta a los autómatas en una batalla brutal. Sora se movía con una velocidad y precisión increíbles que superaba a aquellas máquinas, destruyéndolos uno tras otro. Los aldeanos comenzaron a creer que quizá había esperanza. Pero entonces apareció el capataz de la obra, pilotando un meco colosal armado con cañones láser, percibiendo en Sora y su resistencia un problema.

"¿Crees que tú solita puedes detener el progreso?". Burlandose. Su voz resonaba desde los altavoces de la meca. Sora no responde. Se lanza al ataque, esquivando disparos y buscando una apertura. Hikaru, desde la retaguardia, le gritaba. "¡Apunta a su corazón, en el torso, es su punto débil!".

Con un salto impulsado, Sora golpea el pecho de la meca con toda su fuerza. La meca colapsa en una explosión de chispas y humo. Los aldeanos vitorearon, pero el rostro de Sensei Arata seguía preocupado. La victoria de Sora trajo un breve respiro, pero el costo emocional comenzó a pasar factura. Hikaru se convirtió en el héroe del valle, y los aldeanos empezaron a depender de él para construir nuevas defensas. Sora, aunque admirada, sentía que algo no estaba bien. Hikaru parecía demasiado cómodo en su nuevo rol, y sus "mejoras" tecnológicas comenzaban a alterar más que el equipamiento de la joven guerrera.

"Si queremos sobrevivir, debemos adaptarnos", decía Hikaru mientras instalaba implantes en algunos aldeanos voluntarios. El ingeniero empieza afirmar: "La tradición es un lastre en un mundo como este". Cuando escucho estas palabras, Sora lo confronta: "Esto no es lo que quería. Estás convirtiendo a mi gente en máquinas, justo lo que querían hacer los tecnócratas con nosotros". Hikaru sonrió con frialdad. "¿Y qué tiene eso de malo? "Las máquinas no se agotan por el trabajo, no sienten dolor"…

El momento se empezó a poner estresante para Sora cuando Hikaru intentó convencer a Sora de implantarse un chip que "mejoraría su conexión con los guantes y las botas". Se negó rotundamente, pero varios aldeanos, empezaron a abrazar las promesas de Hikaru, al ver que tenían lavadoras, cocinas y refrigeradores que empezaron a hacer sus vidas más fáciles. La paranoia comenzó a consumir a Sora. Veía traición en cada rincón. Sospechaba que los aldeanos implantados ya no eran completamente humanos. Una noche, encontró a su abuelo discutiendo a viva voz con Hikaru y sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies.

"¿También tú?" le gritó. Arata intentó calmarla. "No entiendes lo que está en juego, Sora. A veces debemos sacrificar algo para proteger lo que amamos." Pero para Sora, esas palabras eran la confirmación de su peor temor.

Al día siguiente, una segunda oleada de tropas tecnocráticas forzó al valle a unir fuerzas, pero la desconfianza que Sora sentía era palpable. Se enfrentaron a nueva partida, Sora notó que Hikaru no daba órdenes para proteger a los no implantados. En su lugar, enviaba a los "mejorados" al frente, tratándolos como herramientas desechables.

La ira de Sora alcanzó un punto de no ayudar cuando vio a un joven amigo en problemas. Después de la batalla, confrontó nuevamente al ingeniero frente a todos. "Tú los estás usando como si fueran máquinas".

Hikaru no negó nada. "Las máquinas son más útiles que los humanos", dijo. "Incluyéndote a ti."

En un arrebato de furia, Sora lo atacó, pero Hikaru había previsto esta reacción. Activó un dispositivo que inutilizó sus guantes y botas, dejándola vulnerable. "¿Ves? Sin tecnología, no eres nada".

Hikaru subestimó la verdadera fuerza de Sora. Se desprendió de los guantes y las botas y utilizó el Kaedo puro que su sensei le enseñó para derrotarlo. Fue entonces cuando los aldeanos, tanto los implantados como los no implantados, comprendieron la locura en la que habían caído. La victoria fue amarga. Aunque Hikaru había sido derrotado, el valle estaba dividido y muchos aldeanos habían perdido su humanidad en el proceso. El sensei Arata, consumido por la culpa, murió poco después, dejando a Sora con un vacío imposible de llenar. Años después, el Valle Sagrado se convirtió en un lugar fantasma. Sora vivía sola, practicando el Kaedo en silencio, recordando tiempos más sencillos, sin traición y locura…

El eco de las montañas le devolvía las palabras de su abuelo: "Construcción y destrucción, en perfecta armonía". Pero para Sora, esas palabras ahora solo hablaban de un equilibrio que ya no era posible alcanzar.

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