El Enigma Del Caduceo

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El viento aullaba sobre la vasta llanura de Mornar, una región, estéril, aparentemente muerta y desolada bajo un cielo perpetuamente cubierto de nubes grises. Lo que alguna vez fue una tierra próspera y llena de vida, ahora yacía en ruinas, cubierta de escombros de civilizaciones olvidadas, apenas recordadas y perdidas en la vastedad de los tiempos en antiguos mitos. En la distancia, una solitaria torre metálica, construida con un material tan antiguo como indestructible, se elevaba en el recto horizonte. Aquella estructura había sido el centro de innumerables leyendas sobre artefactos perdidos y secretos prohibidos, constatados en viejos grimorios con sus advertencias constatadas. Dentro de esa torre, una figura encapuchada se movía con pasos silenciosos pero seguros. Arlan Voshk, un cazador de artefactos que se había hecho un nombre recorriendo estas tierras peligrosas en busca de riquezas y respuestas a grandes preguntas que su alma siempre hacía, estaba a punto de descubrir el enigma más oscuro de su carrera.

Durante años, había oído hablar del Caduceo de Seranth, un objeto legendario que, según las leyendas, contenía un poder insondable que bien podía llevar a la perdición eterna para aquel que lo reclamara. Hoy, su búsqueda lo había llevado a este lugar olvidado por el tiempo y la frágil memoria del hombre. Mientras se adentraba más en la torre, sentía cómo el aire a su alrededor se hacía denso, casi palpable. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones en escrituras arcaicas que solo había visto en los viejos libros de hechicería que consultaba antes de cada búsqueda, símbolos oscuros y retorcidos que parecían moverse bajo su mirada, como si estuvieran vivos, revelando una lengua muerta y oscura, adoradoras de espíritus siniestros.

Frente a él, una puerta gigantesca de obsidiana negra bloqueaba el camino hacia lo que él sabía que sería la cámara final. En ella había, dos serpientes esculpidas en la puerta, con sus cuerpos entrelazados y sus ojos brillando con un resplandor etéreo. Lo miraban fijamente, como si estuvieran observando o desnudando su destino. No había vuelta atrás.

En ese momento, Arlan recordó las advertencias de la Dra. Selene Corvus, una experta en el conocimiento de la mitología antigua, quien con anterioridad había trabajado juntos. "El Caduceo de Seranth no es solo un artefacto", le había dicho, "es un portal hacia lo desconocido. Su poder no es algo que los hombres deban tocar o poseer". Pero las advertencias no habían logrado detenerlo, menos aun disuadirlo. Su deseo de desentrañar los misterios que rodeaban aquel objeto era más fuerte que cualquier miedo. Era su obsesión.

Con un empujón, la puerta de obsidiana se abre sin mayor resistencia, revelando una cámara sombría, apenas iluminada por un suave resplandor en el centro. Allí, flotando en el aire como si desafiara las leyes de la naturaleza, estaba el Caduceo de Seranth. Dos serpientes doradas se enroscaban en torno a la vara, mientras unas alas plateadas se desplegaban, irradiando una luz fría y sobrenatural, absolutamente nada de este mundo. El aire alrededor del Caduceo parecía distorsionarse, como si la realidad misma se viera alterada por su presencia. Esto dejaba a Arlan con un asombro que superaba toda su experiencia.

—"Finalmente…" —susurra Arlan, avanzando hacia el artefacto, con el mismo cuidado, con la misma precaución, con lo que lo había hecho antes para obtener otros tesoros.

Pero justo cuando daba su siguiente paso hacia el Caduceo, algo cambió. El suelo tembló bajo sus pies, y las paredes de la cámara parecieron vibrar como si una extraña energía con la que hubiera despertado hasta un muerto. El aire, denso, se vuelve sofocante, cargado con una presencia que Arlan no podía ver pero que podía sentir en lo más profundo de su ser.

Y entonces, lo vio.

Desde las sombras emerge una figura. No era humano, ni tampoco una criatura conocida por los hombres. Parecía hecho de pura energía, con un brillo interno que emitía calor, como si fuera una mezcla de luz y fuego. Tenía una forma vagamente humana, pero sus ojos, eran dos orbes ardientes como soles, lo observaban con una intensidad que hizo que el cazador se quedara paralizado.

—"¿Quién osa perturbar el descanso de Seranth?" —Tronó la voz de la criatura, profunda y resonante, como si su propia presencia resonara por cada vez que habla a través de ella.

Arlan intentó retroceder, pero sus piernas no respondían. Una fuerza invisible lo mantenía en su lugar, incapaz de moverse ni de apartar la mirada de aquel ser.

—"Soy Arlan Voshk" —logró decir con voz temblorosa—. "He venido por el Caduceo".

La criatura lo observó por un momento, y sus ojos brillaron aún más intensamente, como si evaluara las palabras del intruso.

—"El Caduceo no es un simple objeto de poder, mortal. Es la llave hacia el Reino de las Sombras, donde los secretos del universo se revelan a aquellos que son dignos… o a los que se atreven a desafiar a los dioses del mundo antiguo".

Un escalofrío helado y eléctrico recorría la columna vertebral de Arlan. Sabía que estaba en presencia de algo mucho más allá de su comprensión, pero su deseo de obtener el poder y los conocimientos del Caduceo lo mantenía firme y cuerdo.

—"Lo sé" —dijo con voz quebrada—, "y estoy dispuesto a aceptar las consecuencias".

La criatura soltó una risa baja, profunda, que reverbera en toda la cámara.

—Muy bien, mortal. Si deseas obtener el poder del Caduceo, deberás superar las pruebas. Solo aquellos que enfrentan sus miedos, desafían las sombras y aceptan la verdad pueden tener la potestad de reclamarlo.

La habitación comenzó a desvanecerse ante los ojos de Arlan. Las paredes y el suelo se disuelven, dejando solo un vasto vacío oscuro. El Caduceo sigue flotando en su lugar en ese abismo, iluminando con su brillo tenue la infinita oscuridad que los rodeaba.

—La primera prueba… es el Miedo —anunció la voz.

De repente, Arlan se encontró en un lugar de su infancia, de pie en el pueblo donde había crecido. Pero algo era distinto. Las sombras en los árboles se movían de manera anormal, la atmósfera cargada de una sensación de peligro que mantenía alerta a Arlan. Frente a él, aparece una figura familiar: su madre, con el rostro pálido y ojos llenos de lágrimas.

—"¿Por qué me abandonaste, Arlan?" —Le susurra con una voz que resonaba como el viento—. "¿Por qué me dejaste morir sola?".

El cazador de tesoros retrocede, horrorizado. Recordaba ese momento. Había huido cuando las criaturas de las sombras atacaron su aldea, dejando atrás a su madre para salvarse a sí mismo. La culpa lo había perseguido desde entonces.

—"No tuve opción" —murmura, con los ojos llenos de lágrimas—. "No pude salvarte".

Las sombras comienzan a acercarse, transformándose en los monstruos que lo habían aterrado cuando era niño. Pero esta vez, Arlan se mantiene firme ante el miedo que provocan. Era un hombre diferente ahora, alguien que había aprendido a enfrentar sus temores. Dio un paso adelante y, con una determinación renovada, las sombras comenzaron a desvanecerse.

—"Has superado la primera prueba" —anuncia la voz.

Nuevamente, la escena cambia. Ahora, Arlan está en una sala de espejos. Los reflejos de sí mismo lo rodean, pero cada uno era diferente. En algunos, era un hombre lleno de bondad y esperanza; en otros, un monstruo sediento de poder.

—"¿Quién eres realmente, Arlan Voshk?" —preguntan al unísono las versiones reflejadas de él mismo—. "¿Eres un héroe, o un villano que solo busca el poder del Caduceo para su propio beneficio?".

Arlan observa los espejos y, por un momento, se siente perdido. Había hecho cosas de las que no estaba orgulloso, pero también había luchado por los ideales más nobles. Finalmente, aceptó la verdad.

—"Soy ambos" —dijo en voz alta—. "He sido un héroe y un villano. Pero soy alguien que ha hecho lo necesario para sobrevivir, y también para salvar a otros".

Los espejos se rompen en mil pedazos, dejando a Arlan nuevamente solo en la oscuridad.

—"La última prueba… la Muerte” —dice la voz.

Y allí, frente a él, yacía su propio cadáver, frío y sin vida. Arlan sintió un vacío en su interior, como si todo lo que había hecho en la vida no tuviera sentido. Pero entonces comprendió. La muerte era inevitable, y no importaba cuánto poder tuviera. Lo que importaba era lo que hacía con el tiempo que le quedaba de vida.

Con esa aceptación, la oscura escena se disuelve, y Arlan se encuentra nuevamente en la cámara del Caduceo. La criatura lo observaba, pero esta vez con respeto.

—"Has superado las pruebas, mortal. El Caduceo es tuyo… pero recuerda, el poder siempre tiene un precio".

Con las manos temblorosas, Arlan extendió su mano hacia el Caduceo. En el instante en que lo tocó, una oleada de energía recorre su cuerpo. Sabía que había logrado lo que pocos antes que él había conseguido. Pero también sabía que el verdadero desafío apenas comenzaba.

El Caduceo de Seranth es suyo. Y con él, el destino de todos.

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