El Hijo Del Eterio

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La ciudad de Voliar flotaba entre nubes de ámbar y esporas incandescentes. Desde abajo parecía una medusa gigante, con torres colgantes como tentáculos, y desde dentro era una sinfonía de vapor, engranajes y polvo de estrellas. Para los que vivíamos allí —sobre todo los aprendices como yo— Voliar no era un milagro: era una ecuación, una convergencia entre las leyes del eterio y la ingeniería arcana. Yo era Dalen, hijo de un tejedor de nubes y una hilandera de pensamientos. O, al menos, eso me dijeron los Magos cuando me recogieron en la Plaza del Vacío, envuelto en una manta de visiones. Nunca conocí a mis verdaderos padres, y supuse que habían sido consumidos por la Entropía, como tantos otros. A los trece, fui iniciado en el Gremio de los Etéricos, una orden que creía que el universo estaba compuesto por iniciados en la magia. Las reglas eran estrictas: no desafiar al Consejo, no intentar contactar con lo Desconocido y, sobre todo, jamás interferir con los Límites del Eterio, una región del firmamento donde la realidad era maleable… y a su vez, peligrosa.

Mi vida cambió el día en que limpiaba el Ala Occidental de la Biblioteca Interdimensional, en ese entonces, encontré un libro sin título, cubierto de hilos vivos que se enroscaban alrededor de mis dedos. No lo robé. No lo oculté. Simplemente, lo abrí. Las palabras ardían como fuego azul. No estaban escritas, sino tejidas en el aire. El contenido era claro: La Vibración Primaria, un tratado que explicaba cómo una mente suficientemente entrenada podía disolver la materia y reconfigurarla desde los planos más profundos. No lo entendí del todo, claro. Pero lo sentí. Esa noche, mientras los demás dormían entre sus cápsulas de sueños programados, yo intenté invocar una simple forma geométrica usando las instrucciones del tratado. Nada más que un cubo de aire comprimido. Lo conseguí… y el suelo bajo mis pies se desmaterializó, dejándome caer por una grieta que no debía existir. Aparecí en un lugar más allá del conocimiento del Gremio. Un salón circular, con columnas flotantes y una figura esperándome: un hombre vestido de negro con un rostro cambiante. Su voz era como un recuerdo de algo que nunca viví.

—“Dalen” —dijo—. “Has despertado el eco de la Primera Cuerda. ¿Sabes lo que eso significa?”.

—“No… pero quiero saberlo”.

—“Entonces debes elegir: obedecer… o descubrir”.

Y desapareció.

Volví al Gremio con la mente alterada. Las cosas ya no eran lo que parecían. Los pasillos retumbaban con ecos que solo yo oía. Las fórmulas de los Maestros parecían incompletas. Comencé a cuestionar lo incuestionable.

Mi mentora, Maga Olyria, me notó cambiado.

—“Tu aura vibra en frecuencias no autorizadas, Dalen” —dijo, con la mirada ladeada—. “¿Has cruzado los límites?”.

—“¿Y si los límites fueran mentiras?” —repliqué.

Me abofeteó. No con la mano, sino con una ráfaga de energía que me arrojó contra la pared.

—Tu camino se tuerce hacia el Abismo. Recuerda: lo etéreo no perdona a quienes lo fuerzan.

Pero ya era tarde. Cada noche, el hombre de rostro cambiante —al que llamé No-Nombre— regresaba en sueños. Me mostraba cosas imposibles: civilizaciones más allá del tiempo, criaturas formadas por emociones puras, estructuras que flotaban sin masa, sin forma, sin intención. Comencé a replicar esas formas. Pequeñas al principio: un insecto de vidrio, una espiral que giraba hacia adentro. Luego, sin proponérmelo, creé un puente de realidad. El puente no conectaba lugares, sino ideas. Desde el laboratorio del Gremio podía sentirlo extenderse hacia planos donde los pensamientos se solidificaban antes de nacer. El aire olía a verdad sin filtrar.

Y entonces lo crucé.

Del otro lado no había tiempo, ni gravedad, ni lenguaje. Solo yo. Y algo más.

Ella.

Una forma femenina compuesta de miles de voces, todas diciendo mi nombre.

—“Eres el Hijo del Eterio” —dijeron al unísono—. “Aquel que unirá los mundos. Aquel que destruirá el Gremio”.

—“¿Por qué lo destruiría?” —pregunté.

—“Porque sus cimientos están hechos de cadenas. Tú eres llave”.

Ella me mostró la verdad: los Magos sabían del otro lado. Lo habían ocultado para mantener el poder. La entropía no era una amenaza… sino una puerta. Volví. Pero no volví solo. Algo me acompañaba: una certeza, un propósito… y un fragmento de la voz.

En la Asamblea del Gremio, expuse mis hallazgos.

—“He cruzado el Eterio. He comprendido la primera vibración. Lo que ustedes llaman magia es solo una interfaz. Hay más allá, mucho más”.

Los maestros rieron. Olyria me llamó “engendro de ruido”. Me prohibieron usar mi don. Intentaron encerrarme en la Cámara de Silencio.

Pero yo ya no obedecía.

Extendí la mano, y el aula se fracturó. No por violencia, sino por desobediencia estructural. La realidad misma se reconfiguró a mi alrededor, mostrando su rostro verdadero.

Los magos cayeron de rodillas. No por temor… sino por comprensión.

Habían sido descubiertos.

Comenzó entonces la ruptura. Algunas ciudades flotantes se aliaron conmigo. Formamos el Concilio del Segundo Eterio, una sociedad dedicada a explorar los planos sin filtros, sin dogmas. Olyria huyó con el resto del Gremio original, refugiándose en el Núcleo de Ceniza, una anomalía gravitatoria donde la magia funciona al revés. No era mi enemiga… pero tampoco podía permitirle dictar lo que otros podían soñar.

El hombre de rostro cambiante —No-Nombre— regresó una última vez.

—“Lo has hecho. Pero aún no comprendes del todo. ¿Sabes quién soy?”.

—“Una proyección. Un maestro. Una ilusión”.

—“Soy tú. De otro ciclo. Un ciclo donde fallamos”.

—“¿Y esta vez?”.

—“Eso depende del próximo Hijo”.

Desapareció.

Pasaron décadas. El segundo eterio creció. Los niños aprendían a soñar sin necesidad de glifos ni hechizos. Las estructuras vibraban al compás de su voluntad. Yo me retiré. Mi cuerpo ya no era necesario. Me desdoblé en formas múltiples, algunas humanas, otras abstractas.

Fui el puente.

Fui la puerta.

Fui el canto.

Y cuando sentí que era hora, me deshice. No morí. Me convertí en la vibración primaria.

Ahora otros caminan ese puente. Y en sus sueños, a veces, alguien les susurra:

“Dalen. Hijo del Eterio. Tú también puedes elegir”.

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