La Tejedora De Épocas

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Maika descubrió que era la Tejedora de Épocas un martes. Lo supo con la misma certeza con la que uno nota que ha olvidado cerrar la puerta de su casa o que le ha puesto demasiada sal a su consomé. No hubo rayos, ni voces del cielo. Solo una nota, metida cuidadosamente en la puerta, firmada por el Departamento de Continuidad y Realidades Asociadas, Sección Antediluviana, Subdivisión N. La nota decía:

“Estimada ciudadana Maika,

Nos complace informarle que ha sido seleccionada como Tejedora de Épocas según lo estipulado en el Anexo C-12 del Tratado Multidimensional del Equilibrio Universal, vigente desde antes de la creación del universo. (Véase cláusula “antes” en el Apéndice P-37).

Por favor, preséntese antes del próximo eclipse rojo en el Centro de Entrelazamiento Dimensional (CEDI), ubicado tras la tercera cascada invertida, con esta carta y una muestra de saliva.

Agradecemos su comprensión.

Atentamente,
Oficina de Tramas, Paradojas y Fibras Místicas”

Maika se dirigió a buscar a Eshkar, el anciano sabio que vivía al fondo de la calle, burocráticamente muerto.

—“El Hilo del Tiempo ha hecho su llamada” —le dijo él, revolviendo papeles que solo él podía leer—. “No puedes ignorarla, no si ya firmaron tu destino con tinta cósmica”.

—“Pero yo nunca firmé nada” —replicó Maika, inquieta.

—“Eso lo decidieron antes de que tú existieras. Lo tuyo es más bien un nombramiento retroactivo”.

Y así empezó todo. El Centro de Entrelazamiento Dimensional (CEDI) no era más que una cabaña. Dentro, un escritorio. Detrás del escritorio, una criatura de ojos múltiples que tejía hilos con antenas y escupía sellos de cera directamente de la boca.

El ser examinó el papel. Lo olfateó. Lo humedeció con su segunda lengua.

—“Mh, formulario incompleto. Le falta… no ha traído la muestra de saliva”.

—“La escupí en el camino. ¿Sirve?”.

—“Pase. Pero recuerde que el cargo no incluye beneficios dentales”.

Maika atravesó la puerta y cayó. O quizás fue absorbida, o quizás simplemente dejó de estar donde estaba y comenzó a estar donde nunca había pensado estar. Allí, el cielo tenía forma de espiral y el suelo era un enorme tapiz tejido con escenas de lo que aún no había ocurrido.

En ese lugar —una especie de antes-después— la esperaba Seraph, una criatura arácnida que fumaba una pipa de esencia de memoria.

—“Llegas tarde” —dijo, escupiendo una telaraña que se transformó en un reloj—. “La ruina ya ha empezado”.

—“¿Ruina?”.

—“El colapso de todas las realidades tejidas sin patrón. Alguien ha estado deshaciendo los bordes. Lo llaman El Tejedor Oscuro. Pero yo lo conozco como El Auditor”.

Maika sintió que su estómago se le caía en espiral. Afortunadamente, eso era común en ese plano.

—“Pero ustedes alteran realidades. Dicen que manipulan el tejido”.

—“¿Cómo se usa esto?” —preguntó, sosteniendo un ovillo que palpitaba como corazón.

Y mientras aprendía, el Auditor se acercaba. El mundo comenzó a deshilacharse. Maika se reunió con Seraph en la Sala de Cosechas Posibles. Crearon una realidad de formularios infinitos. De puertas que pedían contraseñas olvidadas. De pasillos que exigían sellos que ya no existían. De horarios estrictamente aleatorios. Un mundo donde nada podía ser resuelto de forma eficiente. Un limbo de espera eterna. Y allí atraparon al Auditor. El Auditor gritó y fue absorbido por un cubículo.

Cuando despertó, el mundo era distinto. Los hombres ahora celebraban cada equinoccio con un desfile de documentos sin firmar. Había altares con sellos de goma y ofrendas de clips. Los niños jugaban a ser funcionarios de lo imposible. Porque en el fondo, lo más poderoso del Hilo del Tiempo no era su magia, ni su conexión con las dimensiones. Era su absurda, gloriosa, inquietante burocracia. Y Maika… era su administradora.

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