Las Cartas De Artemisia

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El torneo “Duelo de Sangre” se celebraba cada década, convocando a los mejores duelistas de las grandes casas para determinar quién controlaría la ciudad-estado de Arcadia. Entre ellos, Artemisia destacaba no solo por su destreza, sino por su linaje oculto. Descendiente de la última tribu de amazonas, su pueblo había sido traicionado y sellado en una dimensión olvidada, su existencia convertida en mito. Su única esperanza de liberarlos residía en el torneo y en su mazo prohibido. El juego era más que simples cartas; cada invocación era una manifestación de un poder ancestral, una reminiscencia de batallas olvidadas entre dioses y humanos. Mientras los duelistas caían uno a uno, Artemisia avanzaba con determinación, guiada por la voz de Selene, un espíritu atrapado en una de sus cartas legendarias. Su último oponente era Tyros Leonis, líder de la Casa Leonis. Su linaje portaba la bendición –o maldición– del Gran Tigre, una entidad que devoraba las almas de los perdedores. Con cada duelo que ganaba, la criatura se fortalecía, y Arcadia caía más bajo su dominio. La batalla comenzó con una intensidad abrumadora. Artemisia desplegó a sus guerreras, mientras Tyros liberaba la furia del tigre. El fuego devoraba el campo de batalla, desvaneciendo cada invocación que Artemisia realizaba.

Al borde de la derrota, Artemisia recordó la carta prohibida que su madre hace mucho tiempo le había enseñado. Nunca la había usado, pues su poder era impredecible. Ahora, era su única opción para jugársela. Con un movimiento decidido, sacó la maza. El aire se tornó denso y la realidad pareció fragmentarse. Un fuerte rugido resonó, pero no era el del Gran Tigre. Era algo con más furia. Era la figura de una guerrera cubierta de fuego azul que emergió de la carta; su armadura refleja el fulgor de un sol distante. Artemisia sintió su cuerpo arder con una energía desconocida. Su linaje despertaba. Ella sentía cómo las cadenas que aprisionaban a su pueblo comenzaron a resquebrajarse. Tyros retrocedió por precaución; su conexión con el Gran Tigre se tambaleaba.

—“No es posible…” —susurró, mientras la guerrera de Artemisia avanzaba, atravesando su última defensa con un solo golpe.

El rugido del Gran Tigre se convirtió en un lamento, su esencia se disolvía en la nada. Tyros cayó de rodillas, su cuerpo temblando ante la presencia de la entidad liberada. Arcadia entera pareció contener el aliento. Cuando Artemisia se disponía a reclamar la victoria, una risa baja y gutural resonó en el lugar. Las llamas color furia se tornaron moradas, y del horizonte surgieron figuras envueltas en energía oscura. Ojos resplandecientes de un rojo profundo se fijaron en ella.

La mejor parte del juego apenas había comenzado.

 

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