Las Garras Del Desierto
star star star star star
El Desierto de Hierro no perdona, ni a hombres ni a máquinas. En el horizonte, montañas formaban una frontera que muchos evitaban cruzar. Lukas McGraw, conocido como "Garras" por sus extrañas garras metálicas, cabalgaba en su yegua color azabache, un animal tan resistente como el hombre que la montaba. Su sombrero de ala ancha ocultaba un rostro endurecido por las cicatrices y el polvo. Había llegado al pueblo de Redstone, al anochecer, buscando agua y provisiones. La aldea era poco más que una colección de chozas hechas de chatarra y madera, con un único edificio prominente: la cantina local, un lugar donde los viajeros encontraban refugio temporal o problemas permanentes, no importando el orden; también podían encontrar ambas cosas. Cuando Lukas entra, las miradas se clavaron en él, escudriñando al extraño de arriba hacia abajo, centímetro por centímetro. Lukas no era ajeno a ese tipo de recibimiento; lo había experimentado en cada pueblo, en cada valle y en cada rincón de este mundo, desde que comenzó a vagar. Sus botas resonaron sobre el suelo polvoriento mientras se acercaba al mostrador.
—Agua y comida —pidió con voz grave al cantinero, un hombre de rostro curtido que apenas asintió antes de ponerse a trabajar en su petición.
Mientras esperaba, Lukas sintió una mirada diferente, menos hostil, más curiosa, como si fuera un olor diferente en el ambiente. Giró ligeramente la cabeza y encontró a una mujer de cabello rubio observándolo desde una mesa en el rincón. Llevaba un maletín gastado y un aire de determinación que contrastaba con el ambiente de la cantina.
—“¿Eres un errante?” —preguntó la mujer, rompiendo el silencio.
Lukas no responde de inmediato.
—“Algo así. ¿Quién lo pregunta?”
—“Eloise Hart, doctora” —dijo, acercándose a él—. “Veo que llevas cicatrices interesantes. ¿Cosas del desierto o algo más?”.
Lukas apartó la mirada, incómodo. No le gustaban las preguntas, especialmente aquellas que se acercaban demasiado a los secretos que ni él mismo entendía del todo. Antes de que pudiera responder, un grito desgarrador irrumpió en la cantina. Una figura cayó a través de las puertas dobles, su cuerpo destrozado y cubierto de sangre. Los clientes se levantaron de sus asientos, algunos corriendo hacia la salida, otros desenfundando armas. La aldea de Redstone estaba en constante amenaza por los Rusted Riders, una pandilla de forajidos biomecánicos que operaban en las tierras áridas. Esa noche, habían llegado con su acostumbrada brutalidad. Sus cuerpos eran una amalgama de carne y metal, con ojos brillantes que emanaban un siniestro resplandor rojo.
Liderados por un coloso llamado Iron Jaw, los Riders entraron al pueblo con armas en mano, disparando al aire para sembrar el caos. Lukas observa desde la cantina mientras los aldeanos intentaban esconderse. Eloise, sin embargo, corrió hacia el hombre herido que yacía en el suelo.
—“¡Métete adentro!” —grita Lukas, sacando un revólver de su cinturón.
—“¡No puedo dejarlo aquí!” —responde la doctora, concentrada en tratar de detener la hemorragia del hombre.
Uno de los Riders camina hacia la cantina, una criatura con una mandíbula mecánica que emitía un chirrido cada vez que hablaba.
—“Escuchamos que hay un extraño en el pueblo” —dijo, mirando a Lukas—. “Iron Jaw quiere conocerte”.
Lukas no responde. En cambio, dejó que su revólver hablara por él, disparando un tiro certero que atravesó el cráneo metálico del Rider. El cuerpo se desplomó con un estruendo, pero el sonido atrajo la atención del resto de la pandilla. El caos se desató en la cantina. Lukas luchaba con una ferocidad que sorprendía a los aldeanos, quienes solo veían destellos metálicos cuando sus garras emergían como las de un puma. Con cada movimiento, cortaba a los Riders como si fueran papel. Eloise lo miraba entre horrorizada. Las garras de Lukas no eran naturales, eso era evidente. Pero lo que más la intrigaba era cómo su cuerpo parecía resistir cada golpe recibido que los Riders lograran darle antes de ser cortados por sus garras.
Aunque los Riders eran cortados por las garras de Lukas, estos lograron retirarse con el rabo entre las patas; Lukas quedó de pie en medio del caos, respirando con dificultad. Eloise se acercó a él.
—“¿Qué eres tú?” —preguntó, sin rodeos.
Lukas guardó sus garras y tomó su sombrero del suelo.
—“Eso es algo que me pregunto todos los días, galena”.
Eloise no dejó que el tema muriera ahí. Esa noche, mientras trataba a los heridos en una improvisada clínica, insistió en hablar con Lukas. Le mostró una vieja carpeta llena de notas y dibujos, que describían experimentos realizados por un laboratorio clandestino llamado Celix Corp.
—“Esto es lo que estoy buscando. Tecnologías que alteraron cuerpos humanos. ¿Reconoces algo de esto?” —preguntó.
Lukas miró las notas, y aunque no recordaba claramente su pasado, algo en esos dibujos le resultaba dolorosamente familiar.
—“Quizás. Pero si quieres respuestas, no las encontrarás en este pueblo”.
Al amanecer, Redstone se preparó para lo inevitable: otro encuentro con los Riders. Lukas decidió quedarse y ayudar, a pesar de saber que enfrentarse a Iron Jaw sería peligroso.
Lukas y Iron Jaw, una imponente figura cubierta de metal oxidado, estaban parados frente a frente, listos para un duelo a pistolas, pero de pronto el enfrentamiento cambia, y Lukas deja salir sus garras al mismo que Iron Jaw se pone en posición defensiva y corre hacia Lukas para atacarlo. Iron Jaw, el choque de ambos cuerpos fue titánico, demostraron ser oponentes formidables. Sus golpes eran tan poderosos que parecían poder derribar montañas, la risa del titán metálico resonaba como un trueno. Lukas luchaba con todo lo que tenía, pero el líder de los Riders era casi invulnerable. En el momento, Eloise interviene. Había modificado un viejo dispositivo, convirtiéndolo en un arma de pulso eléctrico. Lo activó justo cuando Iron Jaw estaba a punto de aplastar la cabeza de Lukas contra una gran roca, dejándolo fuera de combate temporalmente. Aprovechando la oportunidad, Lukas usa sus garras para atravesar su carne y destruir la batería de Iron Jaw que lo mantenía vivo, con este golpe de gracia, el líder cae como un saco de papas, los Riders huyen, dejando a Redstone en paz, al menos por un tiempo.
Pasados unos días, Lukas se despidió de Eloise. Agradeció su ayuda, pero sabía que su camino no podía incluirla. Había demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados peligros que lo seguían como moscas a la porquería.
—“Si alguna vez decides buscar más sobre tu pasado, quizá podamos trabajar juntos” —dijo Eloise, entregándole una copia de sus notas.
Lukas asintió, ajustando su sombrero antes de montar su yegua. Mientras cabalgaba hacia el horizonte, supo que la paz nunca sería su destino, pero al menos había hecho algo bueno en un mundo que parecía haber olvidado el significado de la palabra. La figura solitaria de "Garras" McGraw se perdió en el resplandor del atardecer, un vaquero con garras que llevaba el peso de un pasado que no podía recordar y un futuro que aún no podía escribir.