En un arrabal olvidado, Jaxon Renner malvivía entre chatarra y promesas rotas. Exmilitar del gobierno conocido como “el Consejo”, Jaxon —apodado "Blade" por la herida brillante que cruzaba su mejilla— había visto de cerca cómo los poderosos despedazaban su mundo con políticas de hierro y silencio. La resiliencia era su único refugio. No era una revolución de plasma, ni de rayos, sino de palabras, comida compartida y redes clandestinas de educación. La ciudad estaba partida en zonas: las Altas Torres, donde vivían los funcionarios del gobierno, y las Fosas, donde sobrevivía el resto. Kara, una experta en explosivos de las Fosas, hacía estallar silos de energía corrupta con bombas caseras y un cigarro en la boca. Su risa era la única chispa que aún quemaba esperanza en los ojos de los niños de los mercados. Lissy era distinta. No hablaba de guerra. Llegó desde el barrio mudo, ese donde se castigaba el lenguaje bajo pena de muerte. Ella hablaba con la mente. Leía a los demás con el lenguaje corporal, ayudaba a los quebrados. Había perdido a su familia cuando los drones del Consejo confundieron a su hermano con un distribuidor ilegal de libros.
La lucha por la ciudad no era una guerra de espadas, sino una sucesión de pequeñas victorias: hackear una terminal, liberar un barrio, esconder a una madre perseguida. Talón, un trabajador migrante de los anillos orbitales, era el músculo. Se sabía todas las rutas de escape. Nunca hablaba de su país natal, ahora toda hecha una fábrica de androides. Uno de ellos era E01. Inteligente, sintético, descartado por considerarse obsoleto. Lo rescataron en un vertedero. Aprendió más humanidad viendo a niños pelear por pan que en los 3 millones de líneas de código que componían su conciencia. Él los mantenía conectados. El Consejo planeaba usar el llamado "Centro N": una red de nanotecnología capaz de monitorear y reprogramar la voluntad humana. Decían que sería "la nueva paz". Jaxon lo llama esclavitud…
El plan era sencillo: robar los planos del Centro, publicarlos y exponer la verdad. Pero los riesgos eran enormes. Jaxon fue capturado una semana antes del golpe. Lo llevaron a las Altas Torres, a un centro de reeducación. No lo torturaron con látigos, sino con imágenes: una vida que pudo tener, con casa, salud, familia, todo bajo control. Solo debía aceptar.
Él escupió en la pantalla. Lo dejaron ciego de un ojo.
Lissy lo vio en un tiradero; lo dejaron sus torturadores ahí después de declararlo muerto. Ella sintió su dolor como una aguja en la frente. Así, Kara, E01 y Talón se infiltraron en el complejo. Fue una noche de gas y fuego, de drones confundidos y guardias aturdidos por una marcha de hologramas. Recuperaron a Jaxon. Pero perdieron a veinte más.
Con los planos en mano, los distribuyeron en la Red Abierta, una intranet clandestina. Al día siguiente, toda la ciudad sabía la verdad. El Consejo intentó silenciarla con apagones, para hacer actuar a sus escuadrones de la muerte, pero el mensaje ya vivía en los murales, en las canciones, en las manos pintadas de los niños.
En ese momento se da una batalla campal en el centro de Control N: una torre rodeada de canales y cables. Los enfrentamientos fueron brutales. E01 fue destruido protegiendo a un grupo de ancianos. Kara quedó herida. Talón cargó su cuerpo durante dos kilómetros sin decir una palabra.
Jaxon enfrentó al líder del Consejo en la sala principal. No hubo discurso. Solo una mirada y un disparo. El holograma del director del consejo estalló en miles de fragmentos de propaganda.
Pero finalmente se dio lo que se creía imposible: con la caída del Consejo, N no fue libre de inmediato. Fue difícil. La comida escaseó. La energía fallaba. Pero la gente hablaba otra vez. Se organizaban. Recuperaban sus calles.
Años después, Lissy enseñaba a los niños en una escuela construida donde antes hubo una prisión. Kara entrenaba a brigadistas. Talón cuidaba de un orfanato. Y Jaxon, el hombre con su cicatriz, barría el suelo del centro comunitario.
La lucha seguía, pero esta vez, era de ellos…
Aun así, el autor de este texto les recuerda que estos hechos, al margen de ser ficción, pueden suceder en cualquier lugar y en cualquier parte.
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