El Gran Secreto

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Era la mañana del diez de diciembre de 1990, cuando frente al espejo me arreglaba para salir. Yo Iván Gardner tras siete años de estar interno en una escuela católica religiosa en Suiza, regresaría a casa. Mi padre Herbert Gardner se encontraba enfermo, y precisaba que yo acompañase a mi hermana Carla en el manejo de las empresas familiares. Nuestra familia es dueña de las papeleras Gardner, mismas que cuentan con fábricas en América y Europa. Sonó la puerta de mi cuarto, y Miss Bárbara me comunicó que ya estaba listo el transporte que me llevaría al aeropuerto. De camino al aeropuerto solo podía sentir nostalgia al ver las calles de Suiza y decirle adiós a la que había sido mi casa por tanto tiempo. En la escuela Suiza había sido más feliz y más querido que en mi propia casa.
Al llegar a casa, fui recibido y abrazado por el frío temple de aquella enorme casa en la que había nacido. Luego de tanto tiempo volví a ver a mi padre, muchos sentimientos encontrados, miedo, angustia y nervios corrían por mi ser al momento de abrir esa puerta. Pero al hacerlo, no encontré ni rastros del hombre poderoso que alguna vez fue ese que me dió la vida. Su cuerpo desgastado por su raro padecer, que debilitaba sus músculos y huesos, lo habían vuelto un guiñapo dependiente de cables y medicamentos. Quitándose la mascarilla me dijo que estaba muy contento de volver a verme, a lo que contesté que sentía no creerle, puesto que no asistió a visitarme ni una vez en todos esos años. Luego contestó que lo pasado debía quedar en el pasado y que esta sería una nueva vida para todos, para luego quedar agotado por la debilidad y volver a ponerse la mascarilla.
A la noche por el cansancio del viaje me fui a dormir temprano, por lo que no saludé a Carla. Más sin embargo, al otro día la encontré en la empresa y me recibió con un fuerte abrazo, lo cuál me demostraba, que a pesar de no crecer juntos me tenía aprecio y cariño. Carla ya no era la niña que yo recordaba en nuestra infancia,  ahora era una mujer de carácter, con visión para los negocios empresariales, pero mujer al fin. Lo cuál no era malo, pero para la época y la competencia era simbólicamente como una carnada en un río lleno de pirañas, y mi labor a pesar de ser menor que ella, era procurar que nadie tratara de hacerle daño. La figura de un hombre impone respeto, no importa la edad que tenga, o si sabía o no de negocios, simple y sencillamente entre hombres nos sabemos entender, y más en las jugadas sucias de negocios.
Le pregunté a Carla si precisaba que le ayudara en algo, a lo que respondió debía acompañarla a una comida con un posible socio.
Esperando impaciente, jugueteaba con la servilleta entre mis manos, cuando de repente a la mesa se asomó un hombre. En la vida había sentido esta sensación, mis ojos parecían estar congelados he hipnóticos ante a esos ojos café que reflejaban decisión he inteligencia, su labios tan varoniles invitaban a querer bañarme por siempre en ellos, su cuerpo atlético tan notorio a pesar de estar envuelto en finas telas denotaban su esmero y dedicación. Y es que eso provocaba en quien lo viese Iñigo Navarro, ganas de que la eternidad en mis ojos sea el. 
Al transcurrir la cena, no podía evitar verlo, trataba de disimular, tal vez fui muy obvio, ya que el y Carla rieron luego de que el me preguntase si me gustaba el postre y yo le contestase que no tenía experiencia en las empresas. Mi cabeza estaba en cualquier lado, poco me importaba lo que se tratase sobre la empresa. No podía dejar de pensar en Iñigo, y para mi suerte, en la empresa podía tenerlo para el gusto de mis ojos, apreciarlo, a pesar de que las horas se me hacían cortas. Pero la suerte hizo que el no consiguiera una secretaria, por lo que Carla para demostrar amabilidad y agradar a nuestro nuevo socio, me puso como su asistente.
Pero mi alegría recaería un poco, cuando en un pequeño convivio en nuestra casa para festejar la sociedad con él, Iñigo nos presentara a su esposa he hijo de un par de meses. Alana Lancaster de Navarro era una mujer simplemente hermosa,  pero celosa como nadie, ¿y como no?, si su esposo era el sueño de cualquiera. Más a mi, no me atemorizaba, Alana no sabía que clase de persona era yo, ni de lo que era capaz.
Los meses pasaron he Iñigo y yo, nos habíamos vuelto muy amigos, al punto de yo contarle sobre el rencor que sentía por mi padre, al haberme abandonado en esa escuela Suiza. El me alegraba los días, me sacaba una sonrisa y podía borrar cualquier tristeza del pasado.
Más todo cambiaría,  cuando una noche, Carla había olvidado su portafolios en la empresa, por ende me pidió lo buscase. Acudí a la empresa, y al subir en el ascensor llegué a la oficina de Carla y pude oír una discusión. La misma se trataba de Iñigo y Alana, la cuál le reprochaba no haber ejecutado el plan que ambos tenían, mismo se trataba de robar las cuentas de la empresa. Y es que al ser socio, Iñigo tenía derecho a acceder a las cuentas de banco de la empresa.
Iñigo, salió de su oficina y me sorprendió, solo pude pensar en salir de ese edificio, pues luego de haber oído su plan, no sabía que pudiesen hacerme él y su esposa.
Al otro día solo pude tratar de evadir a Iñigo, y no quería contarle a Carla lo que había oído,  pues ya tenía suficiente con la interrogación que me había echo la noche anterior, al no haber llegado a casa con su portafolios,  eso dejando de lado que le inventé que trataron de robarme antes de llegar al edificio. 
Al termina el día de trabajo, Carla se adelantó a la casa, mientras que yo le dije que luego la alcanzaría por ende me dispuse a terminar un trabajo, y después fui directamente al ascensor,  en donde fui sorprendido por Iñigo,  mismo que me cubrió la boca con su mano, prometiendo no hacerme daño si le juraba no gritar. Moviendo la cabeza le dije que sí  y me quitó la mano de la boca, y acercándose a mi oído, me habló y me preguntó si le había platicado algo a Carla, le dije que no, y solo respondió que me esperaba a las 2:00 am, en el bar que estaba dos cuadras del edificio de la empresa. No respondí nada, he igual asistí a la noche, pues no sabía que podían hacerme.
Al llegar solo pude llamarle estafador, a lo que contestó que yo estaba en lo cierto, más me pidió que le dejara explicarme porque quería robar a mi familia. Entonces procedió a contarme que su padre,  Enrique Navarro, dueño de cruceros Navarro, era un ludópata capaz de jugarse toda la fortuna familiar de ellos, y la de su esposa también. Por lo que presionado por su esposa, accedió a proponernos una sociedad con lo último de dinero que les quedaba,  para luego robarnos y huir. Continuó diciéndome que no era una mala persona,  y que en parte lo hizo por su hijo León. 
Iñigo me pidió perdón y me rogó no le contase a Carla lo sucedido, más le dije que no podía jurarle nada. Luego Iñigo me propuso robar la empresa de mi familia pero huir conmigo y su hijo. Solo pude esbozar una sonrisa de sorpresa, como si así, le dijese lo descarado que era. El continuó diciéndome que el sabía de mi interés por el, y que estaba dispuesto a corresponderme por garantizar el futuro de su hijo. Es más, me prometía formar una familia entre los tres ya que estaba harto de su esposa castrante y su padre ludópata. Yo, solo respondí que no sería capaz de dejar en la ruina a mi familia. Entonces haciendo uso de su inteligencia, y de la información que me sacó mientras éramos amigos, me dijo que ¿si le sería fiel? Al padre que me abandonó por 7 años sin visitarme una vez,  y a la hermana que se crió con el sin pensar como estaba yo. Pensando en el rencor que sentía por mi padre, le dije lo pensaría.
Dos semanas después,  luego de que la idea de Iñigo se paseara por mi cabeza,  lo cité en el bar para decirle que aceptaba su propuesta.  Felizmente me miró, sonrió, y me tomó en sus brazos abrazándome, cargándome y dando una vuelta completa, sin importarle si nos miraban. Pero le dije que debíamos conseguir pasaportes falsos, pues luego de que robara la empresa, seguramente nos buscarían, entonces prometió encargarse de eso.
Una vez que Iñigo confirmó tener los pasaportes, realicé los movimientos para pasar todos los fondos de las Papeleras Gardner, a una cuenta en el exterior. Pronto la verdad se descubriría,  por lo que al día siguiente de que me confirmaran la transferencia,  preparé mi equipaje y le dije a Iñigo que hiciera lo mismo. Pero me dio una sorpresa al decirme que los pasaportes habían desaparecido. Solo pude enfadarme y decirle que los encontrase. A lo que el dijo que lo haría  de inmediato. En su expresión corporal podía notar algo raro,  más no pude saber que, ya que cuando le pregunté que le pasaba,  una mano giró mi cuerpo y luego sentí un golpe en la cara. Para luego darme cuenta que era Carla, quien ya había descubierto toda la verdad.
Sus palabras fueron, asqueroso estafador, ¡¿como pudiste robarle a tu familia?!. A pesar de estar casi petrificado, reaccioné rápidamente y le dije me dejara explicarle, pero necia y obstinada, me respondió que haría que pasara el resto de mi vida en la cárcel. En ese momento no lo pensé dos veces, no podía permitir que Carla me arruinara, por lo que podía permitirme llegar más lejos aún.
Sin sentir la voz de la razón,  tomé un abre cartas de la mesa, y giré a Carla con fuerza, mientras que velozmente con mi brazo marqué en su cuello la línea del fin de lo poco que quizás me quedaba de humanidad, mientras que posteriormente quedaba la huella de una lluvia carmesí en toda mi ropa y rostro. Carla fue valiente, he intentó subsistir tratando de salir de la oficina, pero le puse fin a su sufrimiento.
Mientras tanto, Iñigo observaba el cuerpo de Carla que yacía en el piso, entonces me acerqué, y aún con el abrecartas en la mano, rodee mi brazo por su cuello y le dije que no debía temer, que era lo necesario para lograr nuestros objetivos. Luego roce mi nariz con la suya, mientras que nuestros labios se juntaban. Para posteriormente salir del edificio he ir a mi casa, donde me liberé de todo yugo y prejuicio adoptado por la sociedad moralista donde me crié.
Y allí, en esa cama que vio mis primeros años de inocencia,  despertamos envueltos por la luz del amanecer, ya no había marcha atrás para los dos, ahora estábamos unidos por nuestras bajas pasiones y por el gran secreto.
A media mañana la policía tocó la puerta, era obvio el asunto al que venían. Como mi padre estaba imposibilitado para poder recibirlos,  lo hice yo. Entonces ya frente a ellos, me dijeron que lamentaban informarme que Carla había sido encontrada sin vida en el edificio de la empresa. Tal como lo planie, luego de quitarle la vida, también le robé su bolsa, por lo que todo fue tomado como un robo con final violento.
Al despertar, le pedí a Iñigo que se vistiera y fuese a seguir buscando los pasaportes, no había tiempo que perder, y luego de lo que había pasado con Carla, la empresa permanecería cerrada por la investigación del robo. Todo iba perfecto pues en esos días nadie notaría la ausencia del dinero.
Luego de una semana, nos dieron el cuerpo de Carla para su posterior entierro. Como gesto a la relación que nos unía aún, yo mismo cambié y puse en una silla de ruedas a mi padre, para que fuese a despedir a Carla. Al volver pidió lo dejara en la sala de la casa, para poder apreciar los retratos de Carla y recordarla. Le pedí a su enfermera lo cuidara mientras iba a atender un asunto. Entonces busqué a Iñigo en su casa, ya que en la mía, corría el riesgo que nos oyeran.
Al llegar a la casa de Iñigo, su ama de llaves me abrió la puerta, pero en ese momento el correo llegó a entregar un paquete y ella salió a recibirlo, dejándome solo adentro de la casa. Fue en ese entonces cuando pude confirmar lo que sospeché el día anterior, al ver el comportamiento de Iñigo. Ellos hablaban de que su esposa estaba embarazada nuevamente. Por lo que el le dijo que ya faltaba poco para que consiguiera mi dinero y pudieran huir. Ya había llegado muy lejos por Iñigo. De ninguna manera iba a soportar una traición. 
Salí de esa casa, y le dije al ama de llaves que no le dijera a Iñigo que yo había ido, ya que el paquete que el correo había traído era lo que yo había ido a buscar, ya que pertenecía a la empresa. Obviamente me obedeció  y entonces firmé la hoja de entrega con el nombre de iñigo. Tal cual lo sospeché, el paquete traía la última prueba de su traición, los pasaportes de los tres.
Iñigo me las iba a pagar, pero tenía que arreglar otro asunto. En honor a Carla organicé una fiesta he invité a varios amigos importantes de la familia. La fiesta sería esa noche, así que le llamé a Iñigo para invitarlo y con la escusa de que sentía pena por su esposa, le pedí la trajera. A todos menos a ellos les dije que la fiesta sería a las 21:00 hs. 
A las 19:00 de la tarde llevé a mi padre a dar un paseo por las fábricas, para mostrarle unas nuevas maquinarias que habían llegado. Entonces le dije que esa sería la última vez que nos volveríamos a ver, para luego reprocharle el haberme abandonado. El, solo pudo devolverme el reproche diciéndome que no podía verme por el secreto que compartíamos, y sin pelos en la lengua me dijo que le tendría que estar agradecido por haberme protegido luego de yo haber matado a mi madre. Yo respondí que había echo lo que el no tendría el valor de hacer en su mediocre vida. Para proseguir a como última muestra de humanidad a confesarle que yo también maté a Carla, y ahora lo mandaría a hacerle companía. Quizás haciendo destajo de su último aliento, me llamó asesino y se lamentó de no haberme matado a los 10 años, en vez de haberme mandado a la escuela religiosa de interno. Solamente pude dedicarle unas últimas palabras, por lo que le dije Adiós Papá,  y lo lancé hacia una trituradora industrial desde una barandilla. 
Al estar en la fiesta con todos reunidos, le pedí a Iñigo y su esposa me acompañaran, por ende los llevé a una bodega en el subsuelo de la casa, misma que sólo conocíamos los de la familia, allí, en unas escaleras viejas y oscuras les pedí bajaran ellos primero, diciéndoles que les tenía una sorpresa para ambos. Algo sorprendidos bajaron, sin imaginar que la escalera no tenía un fin, sino que culminaba en un hueco producto de una construcción sin terminar. Al final de ellas cayeron inocentemente en mi trampa. Al oír el golpe de ambos, encendí una lúgubre Bombilla que solo podía alumbrar mi rostro y casi nada el de ellos, en mi bolsillo llevaba una linterna que arroje al hueco, solo con el firme propósito de hacerlo más placentero. Al encenderla, les dije que si creían fuese tan tonto para dejarme engañar por ellos, para proceder a contarles todo lo que hice, incluso mi gran secreto, en el cual, ellos estaban parados.
Entonces, les conté como a los 10 años mi madre me quitó al amor de mi vida, mismo que era mi maestro particular, el cual fue el primer hombre que me demostró amor. Por ende, al encontrarlos en la bañera les arrojé un secador de cabello enchufado a la corriente para matarlos por su traición. Mi padre, como compensación y no para protegerme, ocultó los cuerpos en el lugar donde ellos estaban parados, incluso podían ver los huesos si alumbraban con la linterna.
Sin oír sus ruegos, también confesé mi relación con Iñigo, el crimen de Carla, y por último el de mi padre. También, le juré a Iñigo y su esposa, que haría de León, un hijo fiel a mi y una persona mejor a ellos, luego cerré la puerta de esa bodega para siempre, enterrando así,  todos mis secretos.
Al día siguiente la policía encontró la bolsa de Carla y el abrecartas en casa de Iñigo,  junto con el comprobante de la entrega de los pasaportes falsos. Motivo por el cuál a su desaparición, tanto la muerte de Carla como la de mi padre cayeron en él  y su esposa. Al igual que el robo a la empresa ya que lo hice con su firma.
 Meses después al no tener más familia León, pedí su custodia. Ya que su abuelo había sido ajusticiado por la mafia de las apuestas clandestinas, y yo ya era mayor de edad. Nadie sospecharía de un joven de alma filántropa, capaz de adoptar al hijo del asesino y ladrón que mató a mi padre y hermana. Con un fideicomiso que mi padre tenía para mi, no me fue difícil obtener la custodia de León. Y así 25 años han pasado guardando el gran secreto.
Fin.

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