Drugdog
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Antes que vinieran los pibes de la banda pedí por teléfono al petshop que me trajeran una bolsa de alimento para Rocky. Me había olvidado por completo y el pobre bicho estaba famélico.
Como baterista no me queda otra que el resto de los músicos me invadan la casa, y se tomen todo lo que tengo en la heladera cada vez que ensayamos. Julito vino medio picado, estaba excitado, confuso. Él es el cantante y toca la Fender como los dioses. Ringo, toca el bajo y Camila hace los coros y los teclados. Había que ensayar mucho ya que teníamos turno en la grabadora para poder lanzar nuestro primer sencillo.
Rocky era un labrador entrenado para detección de drogas pero como confundía mariguana con desodorante de ambientes me lo regaló su entrenador ya que no les servía ni para espiar. A mi se me había ido un Golden que adoraba con toda mi alma y quise reemplazar con Rocky todo el amor que solo un perro te puede dar.
La banda tenía un sonido metálico pero romántico tipo Scorpions, pero nuestras letras son peores que las de Palito Ortega. Julito me pidió que escribiera algo que alucinara, algo que fuera un flash, algo sobrenatural, entonces abrió una latita y me dio un par de pastillas de distintos colores que debí rechazar. Me las apoyé en la lengua y tragué. Abrí mi notebook, apoyé mis dedos sobre las teclas como si fuese un pianista y volé.
A partir de ese momento perdí todo contacto con la realidad, o mejor dicho me sumergí en una realidad paralela donde la psicodelia me inducía a sensaciones que jamás había experimentado. En un momento mi cuerpo convulsionaba y yo podía verlo zarandear desde otra dimensión.
No se cuanto tiempo atravesé por ese estado, a mis amigos los veía con colmillos y cuernos de cabra, con prominentes narices peludas en una danza diabólica por la habitación. Rocky, con alas de murciélago, sobrevolaba los parlantes lanzando llamaradas por su boca y ladrándole a todos con un sonido distorsionado de ultratumba.
La hoja de papel con la partitura de nuestro hit fue lo primero que vi en el momento que pude salir de ese trance. Me vi las manos, estaban ensangrentadas y me sobresalté. Mi computadora tenía gotas de sangre coagulada en el teclado y en la pantalla. Estaba asustado. En ese instante me di cuenta de que mis amigos ya no estaban. La puerta de la casa estaba abierta de par en par. Al parecer habían cargado sus instrumentos y huido. Rocky no estaba y no se lo escuchaba. Botellas rotas de cerveza por todas partes y sangre, mucha sangre, convirtiendo mi casa en un infierno. Miré la pantalla y vi que tenía un mail en mi inbox. Al parecer me lo había mandado yo mismo para recordar alguna frase que podía estar buena para el estribillo. Decía “Cuidado con lo que haces”. Me quedé pensando, parecía un mensaje de mi subconsciente, pero también podía ser el inicio de la estrofa que intentaba escribir. Me levanté como pude de la silla, tenía veinte kilos de plomo en cada pie. Me fui arrastrando por el pasillo tratando de esquivar los vidrios. No sabía que había pasado esa noche, si se pasaron de merca, si se habían peleado, yo tenía sangre por todo el cuerpo, pero no tenía ninguna herida aparente. Llegué al baño con toda la intención de ducharme para después poder poner el living en orden.
Me miré al espejo y parecía un monstruo, mis ojeras me llegaban al piso y mis pelos estaban pegoteados con una sustancia parecida a plasticola pero color de crema pastelera. Pasé la mano por detrás de la cortina del baño y encendí el agua caliente. No me gusta bañarme con agua fría por la mañana.
Esperé unos minutos, volví al dormitorio, con la idea de buscar ropa interior limpia y de paso ver si mi Rocky estaba acurrucado sobre mi cama muerto de miedo. Recordé que mis amigos habían dejado la puerta abierta, seguramente mi pichicho se habría escapado a dar una vuelta por el barrio.
Regrese al baño, el agua ya estaba a la temperatura que a mi me gusta. Abrí la cortina del baño, y me encontré con lo más espeluznante que pude imaginar en mi vida. Apoyado en la bañera, contra el diapasón de la Fender estaba el Rocky con su lengua afuera, crucificado y enroscado con las seis cuerdas metálicas que apretaban su cuello y sus patas. Todo era un pastel de sangre y pelos. Lo peor fue ver saliendo de su boca las uñas pintadas del índice y el pulgar de mi guitarrista.