Luciernagas
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La luciérnaga se posó sobre mi mano, era tarde en esta noche de verano y no había un alma que pudiera despertarme de esta locura.
Mientras las noches eclipsaban mi mente con felices recuerdos y frases que todavía aún no entiendo, le pedí al cielo un poco más de tiempo.
Este fue revocado a causa de desvelo.
No estoy contando una historia, ni una leyenda, menos una fábula.
Queda en el lector de estas palabras creerlas, atesorarlas o simplemente descartarlas.
Sobre mi mano se posó la luciérnaga, era de noche en una tarde de invierno y no había un cuerpo que no hubiese sido mutilado que pudiera dormir en esta cordura. Podría ser un padre, una madre o un hijo. Es terrible describirlo pero aún más cautivante, vivirlo.
En la orilla de aquel río que contemplaba era un paraíso que se había teñido de rojo, sin previo aviso. Donde los ángeles que nadaban y susurraban de tanto en tanto:
"Aquel que se aventura hacia lo desconocido, desconocido será para los demás, hijo mío".
Y así la aguja del reloj maldito se detuvo y traiciono mis sentidos. ¿Quién dictamina que es justo y que no?, el balance se encuentra del lado del benefactor y lo relativo se vuelve subjetivo cuando es mi cuerpo el que se arrastra en el río flotando con el resto de los caídos.
Dicen que en las guerras, cuando la noche se calma y queda quieta, se pueden observar las luciérnagas. Como aquella que se posó sobre mi mano en varias ocasiones para recordarme y recordarles a los que vieran semejante atrocidad, que el mundo es hermoso, pero el corazón de la gente es el que alberga la luz más fuerte dentro de la oscuridad latente.
Por eso en el eco del viento congelado todavía se puede oír, si uno se queda en completo silencio:
"Aquel que se aventura hacia lo desconocido, desconocido será para los demás hijos míos y amado por aquellos que avistaron un río donde las luciérnagas iluminaron el cielo, una vez más por toda la eternidad".
Extracto de una nota anónima, encontrada en las orillas de río seco en 1910.