Transeúntes Sin Identidad
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Sus ojos eran despiadados de un apetito voraz, ella se escondía en los callejones detrás de los antros, para aprovecharse de los borrachos y de los fuera de sí, que salían por la madrugada.
Se acercaba despacio acechante, no los dejaba ni parpadear, cuando su afilado cuchillo de una hoja muy fina como un bisturí, se deslizaba por la garganta de los desafortunados transeúntes del callejón.
Era audaz, los elegía con cuidado, siempre los que estaban solos eran los desdichados que pasaban a ser los caídos de la noche.
Los medios buscaban a un asesino, a un tipo grande fornido, de unos cuarenta años, rubio, una especie de arquetipo, asesino de manual.
Alguien al pasar en una ocasión vio a un tipo así, parado buscando algo en uno de los callejones, pero era solo un hombre con vergüenza de orinar ante la vista de todos.
Celia, era el nombre de esta chica, siempre pensó que llamarse así podría ser el peor de sus males, una mujer de altura normal cabellos oscuros, tez blanquecina, sonrisa fácil, siempre vestida de manera formal, para su trabajo rutinario, falda ajustada colores apagados que contorneaba sus piernas y su cola redondeada.
Fuera de su labor como secretaria de una escribanía, vagaba por la ciudad, auriculares música siempre en sus oídos, le gustaba observar cada peatón que pasaba ante sus ojos.
Su casa era un pequeño depósito de recuerdos, fotos, discos, era la chica extraña del lugar, un complejo de departamentos, que los vecinos mirones la veían y no podían dilucidar su vida, ¿qué hacía esa chica?, ninguna malicia nada para chismosear, todo lo días los saludaba de manera simpática, pero no pasaba de un cordial saludo, porque socializar no era su estilo.
Las noches posteriores a una tarde de lluvia eran sus preferidas, se ponía sus zapatillas, unos jeans y un buzo grande con capucha. En esas salidas prefería fumar, deambulaba buscando lugares extraños, y personas extrañas, aunque la tarea se había convertido en algo más complicado, los rumores se esparcían más rápido que otra cosa, y todos se alejaban de los lugares oscuros, por temor al asesino del callejón.
Ella reía de manera burlona, maldita sociedad, catalogando a un asesino masculino, hasta en eso una mujer no podía tener un lugar, siempre los asesinos tenían que ser hombres, pero quizás era el mejor chiste contado, ella podía actuar y sin estupor.
Para su suerte, los confiados seguirán frecuentando lugares oscuros, un flaco debilucho en la oscuridad lejos de los ojos de la ley, esperaba a su dealer para tener un poco de marihuana, pero se encontró con un puntazo en su espalda para luego tocarse con su mano el cuello palpando su sangre y desvanecerse.
Cayó boca arriba, con los ojos azules abiertos, enormes que alumbraban el espacio, ella lo miró y prendió un cigarro que dejó a medio fumar tirado a una cuadra del lugar.
Siguió su camino a casa, sus auriculares puestos, escuchando “Ella También”, esos ojos le dieron cierta nostalgia que apaciguo con la presencia de la poesía de Spinetta.
Al día siguiente los medios pregonaban “El asesino del callejón atacó de nuevo” ella leía las noticias en su computadora y comentaba los pormenores de lo que acababa de leer como una lectora más que solo quería saber del tipo que acechaba la ciudad.
En su departamento la música era constante sonante, algunas fotos recuerdos de familia, a veces llamaba a su padre, y los domingos solía dejar flores en la tumba de su hermana Gisel, en silencio depositaba margaritas, y hacía sonar una canción desde su teléfono, para luego retirarse.
Los domingos eran cuasi ritualisticos, ir al cementerio, llegar a casa comer, poner a llenar la bañera, para luego masturbarse en la tina, ella para el sexo no necesitaba de un hombre, había encontrado las mil maneras, pero en ocasiones contadas era bueno tener una lucha cuerpo a cuerpo.
Esa tarde tenía la bañera llenándose, pero interrumpe el sonar de la puerta, era su vecina Gaby que necesitaba la plancha prestaba, ella era la única persona que la miraba y saludaba todos los días con una sonrisa y sin juzgar. Una chica dulce, delgada de un metro setenta y cinco, de unos ojos azules detrás de unas gafas redondeadas, anticuadas.
Celia la atendió casi desnuda, asomándose detrás de la puerta, al ver que era Gaby, relajó su cuerpo haciéndola pasar.
Jeans clásico un poco suelto, arriba pechos al aire, pezones pequeños, tetas en punta, Gabriela la recorrió con su mirada comenzando por sus pies descalzos para acabar en los ojos de Celia, que se dio cuenta y se sintió algo intimidada bajó la vista poniendo el pelo detrás de la oreja.
—¿Me esperas que busco la plancha en la pieza? —Dijo Celia, mientras el sonido de sus talones retumbaba como golpes de un tambor.
La línea de su espalda era perfecta, un lunar solitario anclado en el omoplato, digno de admirar y ese pantalón suelto hacía notar su cola.
Regresó con la plancha, entregándola en las manos de Gaby, ella la recibió, pero algo nerviosa. En el ambiente se percibía cierta electricidad, que Celia cortó, tomando los anteojos de Gabriela, sacándolos despacio como si fueran una prenda de alta suavidad, allí pudo percibir los ojos desnudos de su amiga, que relajaba sus hombros de a poco, a su vez que respiraba abriendo su boca muy despacio.
—¡Que hermosos ojos!
Dijo Celia a la vez que dejaba los lentes sobre la mesa, todo era muy sutil como si se deslizaran o danzaran a son de una música muy suave un unplugged de esos difícil de olvidar.
A todo esto, sus bocas estaban muy cerca casi pegadas, faltaba un leve impulso, que no se supo quién lo dio, pero sus labios y sus cuerpos estaban pegados y allí como si hubiera sonado un chasquido de dedos, se acabó toda la sutileza, se desnudaron de manera desesperada casi violenta, desfilando por el lugar dejando sus ropas desparramadas.
Y así Celia apaciguo sus ganas de matar, ahora quería amar, amar a esa mujer, sin prejuicios, ser ella, dejando de lado todo mal.
Los días pasaban, ambas paseaban, jugaban, amaban y cogían, mientras los medios seguían teorizando sobre el asesino del callejón y la policía vigilaba los lugares oscuros todas las noches, pero la ausencia del asesino se hacía notar.
¿Se habrá cansado?, a lo mejor falleció, la sociedad se encargaba de hacer todo tipo de teorías, algunas más retorcidas que otras.
Una noche de viernes, víspera de descanso ambas cenaron en el departamento de Gaby, dos vasos de vino y besos de por medio.
Charla va y viene, ambas contaban sus historias, Celia por su parte, habló de su padre que no deja de llamar y visitar cuando puede, de su hermana mayor, era su ejemplo a seguir mentora de gustos musicales, una persona que todo hacía bien, pero una noche saliendo de un bar, después de ver tocar una banda, un tipo la embistió llevándola a un sucio callejón y acabó con la vida de la chica, violentándola y cortando su garganta.
Ese día solo hubo un testigo, que vio a un hombre andar por los callejones además de ver cuando llevaba del brazo a la hermana de Celia.
Gaby quedó con la mirada perdida, sus ojos en lágrimas no disimulaban tristeza.
—¿Entonces tu hermana fue la primera víctima del asesino del callejón?
—¡Sí!, así fue, esto fue hace ocho años, yo era chica.
Gaby la miró, tomó un sorbo de vino y dijo.
—¡Me acuerdo de esa chica! Ese asesinato para mi familia fue un caos que hace dos meses lo revivimos.
—¿Porqué? — preguntó Celia.
—¡Viste que me fui varios días hace un tiempo!
—Sí, es verdad no te vi en unos días, justo antes de la noche que buscaste la plancha.
—Exacto, ese domingo regresé, porque estuve en casa, acompañando a mis padres, después de la muerte de mi hermano.
—¿Cómo? —dijo Celia abriendo sus ojos y dejando caer el vaso de vino sobre una vieja alfombra.
Gaby se paró, comenzó a caminar ir y venir por la sala del departamento, quebrada en llanto, agarrándose la cabeza, exclamando, “! ¡No puede ser!”
—¡Perdóname Celi…Por favor perdóname!
—Pero ¿qué, que pasa?, ¡decime!
—Te pido perdón, aunque sé que esto no me lo vas a personar en tu vida, la puta madre justo vos Ce... tenías que ser vos Celi.
—¡Contame que no entiendo nada!, ¿qué pasa?
—Mi hermano, fue la última víctima del tipo este.
—¡Ay la puta madre Gaby! — Exclamó Celia agarrándose la cabeza, poniéndose de pie—¿tenés una foto de él?
Gaby saca su celular mostrando la foto, era el chico de ojos azules, su última víctima.
—¡Esperá que falta lo peor! — Gaby hizo una pausa, respiró profundo, ante la atenta mirada de Celia que de sus ojos chorreaban lagrimas— Mi hermano fue el testigo de tu hermana.
—¡No, no, no! Repetía Celia a la vez que Gaby no dejaba de hablar, ¡Perdóname vos!
—Te voy a contar todo, mi hermano “David”, la noche de lo de tu hermana, él estuvo con ella, se fueron al callejón a fumar, y según él, tu hermana estaba muy borracha o drogada se puso paranoica y lo atacó, entonces él se quiso defender y se le fue la mano… ¡Perdóname, el me confesó esto y yo callé todo esto, por miedo de que eso haga mierda a mi familia, a mi vieja, mi abuela!
—¿Qué haga mierda a tu familia? ¿y la mía?
Gabriela se arrodilló sobre la alfombra, desconsolada, pidiendo perdón, y diciendo.
—El hijo de puta era él, Celi... ¡era el!, por eso yo no lo quería, me hizo callar todos estos años, yo pensaba que se había mandado una cagada aislada con tu hermana, pero hace un año cuando comenzaron los asesinatos, fue vivir todo de nuevo, yo sabía que era el, David había comenzado otra vez a matar gente y esto me estaba matando, ¿entendes?, por eso cuando él falleció, ¿sabes una cosa?, ¡sentí paz!
Celia se sentó en el suelo, abrazó a Gaby dejándola llorar sobre su hombro, quedaron abrazadas por mucho tiempo acariciándose en la soledad de un piso frio.