La Deuda

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Hace tiempo Cayó Hueso no visita este barrio, pero se respira el mismo aire de veinte años atrás cuando visitó al Cojo Alonso por primera vez: un aire de frustración sin motivación alguna que no fuera el alcohol, el juego o alguna que otra droga más o menos fuerte, más o menos disimulada, ahora reforzada con esos nuevos inventos tecnológicos que emitan el cerebro de los más jóvenes debido a su uso descontrolado y acrílico. Sonríe para sí al reparar que emplea el mismo lenguaje moralista de Gustavo, su re educador penal.

En el trayecto hacia donde se dirige, no presta atención a un vehículo blanco,  tipo wagon, todo cerrado y de cristales calobar en las ventanas de las puertas, con climatización interior funcionando, tres cuadras antes de llegar a lo del Cojo Alonso; tampoco le llama la atención la presencia de dos hombres sobre un auto Lada con el capó abierto --cual boca metálica que se los fuera a tragar--; ni levanta su curiosidad un hombre negro, en camiseta, sentado a la puerta de un solar, con el brazo derecho tatuado que utiliza para sacar un pañuelo rojo y se lo pasa por el rostro, carente del más más mínimo signo de sudor.

 

 

 

 

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