Canon
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Al volver de visitar al boticario cruzó por el mercado y se topó con un grupo de comerciantes que estaban apedreando a dos hombres. Masticó una manzana y de inmediato la escupió pensando en la suerte de esos pobres infelices al ser lapidados por fruta podrida. Su visita fue infructuosa pues el comercio estaba restringido debido a la peste y se dificultaba incluso conseguir medicinas o algún bálsamo para su padecimiento. Llegó a su casa cuando los últimos rayos del sol apenas acariciaban ya las torres más altas. Oscurecía temprano, el frío y la inseguridad no permitían deambular muy tarde por las calles. Las noches se hacían cada vez mas largas, las cumbres a lo lejos predecían un largo invierno que él no llegaría a ver terminar.
Afuera la peste hacía estragos, como la tuberculosis en sus pulmones. Sabía que no le quedaba mucho. En cualquier momento dejaría este mundo. Su único deseo era componer la pieza musical con la que se lo recordara durante siglos, aun después de que su recuerdo se perdiera con el tiempo; incluso si su nombre no fuese más que un dato en algún libro perdido de alguna crónica de la época
Ya hacía dos noches que la tos no le permitía dormir. Aprovechaba entonces para componer. Una y otra vez anotaba y borraba, volvía a escribir y borrar, tensaba las cuerdas con cuidado. Ya había rotó algunas y sabía que no podía permitirse el gasto de unas nuevas, el arco del instrumento. Iba y venia ejecutando las melodías mientras sus dedos perdían las fuerzas al apretar las cuerdas.
Era la tercer noche de insomnio quizás pudo dormitar unos instantes, tal vez no. No lo sabía. Sin embargo, fue sobresaltado por una melodía familiar. La había escuchado algunas noches atrás. Miró alrededor y descubrió que las hojas de las partituras descartadas se deshacían en el fuego de la chimenea como los cadáveres en las calles. Se incorporó y pudo ver una figura de pie, inmóvil, que lo miraba desde las sombras
Agitado le pregunto:
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? No hay nada de valor en la casa.
La figura esbozó una leve sonrisa y le dijo:
-Tranquilízate. No vine a robar nada más bien he venido a darte algo, algo que has anhelado toda tu vida y que finalmente obtendrás al decir estas palabras.
Levantó su instrumento y comenzó a tocar. El hombre miraba atónito. Del violín parecían salir imágenes. Cerró sus ojos y las notas lo transportaron a su tierra natal donde había vivido una infancia rodeada del amor de sus seres queridos. Se sintió pleno y libre de toda carga o culpa, todos sus pesares se desvanecieron al escuchar la música como si se tratase de algún encantamiento. La música cesó, al abrir los ojos le pareció que había más de un instrumento pero solamente vio al extraño violinista. Quizá por el embrujo, el insomnio, o por las llamas de la chimenea le pareció que su sombra no era la de un ser humano pero le dio poca importancia.
- Por favor no dejes de tocar- le pidió.
- No te preocupes - le dijo el extraño mañana- volveré y te complaceré pero has de saber que esa será la ultima vez que escuches la melodía y también la ultima vez que me verás. Pues mañana es tu última noche en este mundo.
El sol asomó y el extraño desapareció. No podía creer lo que había sucedido. Quizás había sido una alucinación producto de los elixires que tomaba para su dolencia. No le importó si esa era o no la causa. Rápidamente buscó papel y tinta para intentar anotar todo lo que pudo recordar de la mágica melodía. Repasaba una y otra vez. Cuando quedó satisfecho con lo que había escrito tomó su instrumento.
Alzó su arco y la melodía comenzó. A medida que tocaba sintió nuevamente su alma salirse del cuerpo. Cerró sus ojos y, una vez más, la sensación de plenitud lo invadió. Continuó tocando cada vez más rápido. Si hubiese podido verse, hubiese visto que la forma de tocar no era natural. Ejecutaba la melodía a una velocidad increíble y parecía girar mientras se elevaba levemente del suelo. Cuando llegó al final de la pieza se desplomó ya sin vida
Nadie se preocupó del muerto. Había sido fue una víctima más de la peste. Fue enterrado en una fosa común, su vivienda fue saqueada y sus posesiones fuero vendidas a quien pudiese dar algunas monedas. De esa manera, la partitura que logró escribir, aunque inconclusa, llegó a un joven comerciante de vinos de apellido Pachelbel próximo a ser padre.
Al tocar los papeles, el joven músico pensó que sería un buen regalo para su hijo. Un regalo muy bello que no le había costado nada.
#Este cuento fue publicado originalmente en el blog Aletheia Buenos Aires (http://aletheia2019.blogspot.com/2020/08/canon.html)