La Matriz De Circe

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La Matriz de Circe

José Miguel Benavides

 

 

Julián y Lucía habían coincidido en la casa de Amanda y Patricia en una oportunidad y, aunque no habían cruzado palabra, Lucía tenía absolutamente presente aquel encuentro en el que ella había pasado desapercibida.

Ésta tenía unos veintitantos, de estatura promedio, delgada, ojos café y pelo largo. Metódica, obsesiva y perfeccionista en su desempeño profesional. Era observadora y persuasiva. Tenía un carácter fuerte y decidido.

Había llegado a Editorial Caronte recomendada por Enzo Pradenas, amigo de Julián. A través de Enzo, también la había conocido Juan Manuel, gerente de operaciones. A éste le encantó Lucía, por lo que bastó con la entrevista respectiva para que quedara a cargo del área de comercialización, fundamentalmente por sus conocimientos actualizados en las estrategias de marketing que traía de la universidad El Libertador de Viña del Mar.

Julián estaba más que satisfecho con el trabajo de Lucía, pues podía descansar en ella en todo lo referido al trabajo de marketing de la colección de textos. Así, podía estar enfocado en el área académica delegando la comercialización en la ingeniera.

Ambos compartían el gusto por el buen café y una buena conversación. Por lo que sagradamente antes de que Julián partiera a Viña pasaban a Providencia a tomarse un cappuccino para repasar el día.

Tras un par de semanas de amenas charlas sobre lo humano y lo divino, ésta se animó a profundizar la conversación

-¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta sin que te molestes?

-Por supuesto, soy un corazón tendido al sol. Julián se acordó de la canción de Víctor Manuel.

Julián sabía perfectamente a dónde iba a ir la pregunta. Tenía la chance de ir con la verdad o de mentir piadosamente a ver la reacción de su compañera de trabajo.

-¿Tienes pareja?, preguntó con todo desparpajo.

-Estoy emparejado, sostuvo Julián, con una persona hace un par de años ¿y qué hay de ti? Contrapreguntó éste enseguida.

-Igual que tu, pololeo hace cuatro años con un diseñador y profesor de El Libertador. Mariano se llama. Mantener una relación a distancia igual desgasta, sostuvo, pero lo hemos podido sobrellevar.

-Por lo mismo, yo viajo todos los días. Conecto el discman y me olvido del mundo hasta llegar a casa.

Después de varios meses trabajando juntos en la oficina, se percibía que entre los dos amigos se había establecido una relación estrecha, por lo que no tardaron en esparcirse rumores de que el jefe tenía un affaire con la encargada de marketing del proyecto Ecosistema Australis. De hecho, Braulio, que era el editor más cercano a Julián, le decía que tuviera cuidado, sobre todo de Juan Manuel. El subgerente tenía más que claro que una hipotética relación con Lucía ponía en riesgo su futuro laboral.

Todo el comidillo surgido en torno a la amistad de Lucía y Julián no impidió que los amigos se siguieran juntando. Sin embargo, Julián estaba cansado de viajar diariamente. Cada día que pasaba le costaba más levantarse. Viajar tan tarde lo tenía exhausto.

Un día se lo comentó a Lucía, argumentando que ya no podía seguir quedándose hasta después de las seis en Santiago a lo cual su compañera le respondió

-¡Pero vente a vivir a Santiago!

-Si, pero tengo que empezar a ver dónde puedo arrendar y cuánto me cuesta. Porque si es más caro que viajar, no me conviene.

-¡Pero tonto, vente a vivir conmigo! Le dijo enseguida Lucía. Compartimos el arriendo y los gastos del departamento.

La solución al problema estaba a la vista; sin embargo, no creía que los novios de cada uno estuviesen muy contentos.  Después Julián se enteraría de que Mariano nunca supo de que su novia había vivido con otro hombre por más de ocho meses.

-Y, ¿qué me dices Juli? Somos dos amigos que comparten departamento. Nada más que eso.

-No sé, me complica lo que vaya a pensar Cecilia.

-No le pongas tanto. Cada uno tiene su dormitorio y si coincidimos en el living comedor o en la cocina, nos sentamos a conversar, a picotear algo y escuchar música. No se. Ahí nos vamos acomodando.

-Okay, probemos como resulta la convivencia para tomar una decisión definitiva. El fin de semana me traigo un bolso con ropa, afirmó resolutivo Julián.

A Julián no le llamaba la atención tanta amabilidad y cordialidad. Había química entre ambos y eso se podía percibir, tal como se lo había dicho Braulio sentenciando la situación.

Cuando el nuevo inquilino llegó el domingo con su bolso al departamento de calle Lota, Lucía se abalanzó sobre él y lo besó apasionadamente. A partir de ese minuto comenzó un amor clandestino y enfermizo, basado en mentiras, deslealtades y traiciones. Una relación destructiva para con Lucía y Julián como para sus cercanos.

La pareja desde un comienzo durmió junta. Lucía ofrecía a diario su matriz adictiva y venenosa de la cual Julián bebía un jugo de luna tan tibio como placentero. Ambos hicieron de cada encuentro sexual un ritual donde el silencio no era tiempo perdido.

El amor enfermizo que le profesaba Lucía a Julián despertó rápidamente en ella conductas celópatas. A poco andar de su relación clandestina, Lucía se las ingenió para sacarle el teléfono a Julián y, de este modo, rescatar todos los números de la familia de su novia. Comenzó a hostigar a Cecilia y a su entorno más cercano. La logró abordar, finalmente, en su trabajo donde la acosó con preguntas sobre su vida personal y cómo era su relación con Julián. La situación sobrepasó a Cecilia quien entendió el objetivo de Lucía inmediatamente.

El teléfono de Julián sonó en cuanto Lucía terminó su conversación con Cecilia. Ésta con una entereza admirable lo encaró

-¡Eres un concha de tu madre Julián!

-¿Y yo que hice? Preguntó, intuyendo que su novia sabía todo.

-¡Eres un cara de raja. ¡No quiero saber nada de ti!, exclamó Cecilia. Además, por favor, dile a esa hija de la gran puta que no se le ocurra seguir acosándome.

-Pero, ¿qué te dijo?

-No importa lo que dijo o lo que no dijo. Esa mina está cagada del mate, es una psicópata. Y, sabes, que más, chao.

Julián esperó furibundo a que Lucía volviera de Viña ya que ésta había ido a ver a su novio supuestamente. A eso de las nueve y media de la noche ésta abrió la puerta y Julián se abalanzó sobre ella, zamarreándola y poniendo la mano derecha sobre su cuello

-¿Qué hiciste? ¿Estás huevona que vas como si nada a molestar a Cecilia? ¿Qué estabas pensando enferma?

-¡Yo no hice nada Juli! Exclamó Lucía. Solo quería conocer a tu ex.

-¡Ex tu madre! Acaso crees que soy huevón. Mañana voy a llamar a la Universidad para hablar con Mariano.

-Mariano se va. Lo trasladaron a Valdivia. Quería que fuera sorpresa para que supieras que ya nadie se interpone en nuestra relación.

-Lo siento - dijo Julián -, esta huea llega hasta aquí y quiero que renuncies a Caronte para no verte más. No quiero saber nada más de ti, gritó hastiado.

Al día siguiente Julián llegó a la oficina abatido por la conducta de Lucía. Apenas fue capaz de ver el trabajo que habían hecho los correctores del texto de II medio de Historia. A las cinco en punto, se fue para su casa y cuando entró le llamó la atención el silencio que había. Fue a la pieza de Lucía y no había nada. Las cajoneras y el closet estaban vacíos. Le mandó un SMS para preguntarle dónde estaba, pero no hubo respuesta. Acto seguido puso el último disco de U2, publicado a mediados de 2000, All That You Cant Leave Behind. Le parecía un título ad hok para pensar lo que había vivido con Lucía y lo que no podía dejar atrás.

Ya era tarde cuando Julián recibió un llamado de Juan Manuel para decirle que Lucía había renunciado. Descolocado, el gerente le preguntó si sabía los motivos de la ingeniera para haberse ido tan drásticamente de la empresa

-Juan Manuel, el novio de Lucía se fue a trabajar a Valdivia. Yo creo que quiso irse para estar cerca de él. A él lo trasladaron súbitamente de un día para otro.

-Perfecto, mañana nos juntamos a las diez para definir qué haremos. Hay una candidata, también de Viña, que cumple con los requisitos para el cargo. Enzo me dijo que tú la conocías.

-¿Quién es? Preguntó curioso el subgerente.

-Amanda Valdés respondió Juan Manuel. Bueno, mañana conversamos el tema cerró el jefe.

Julián respiró hondo y aliviado. Amanda iba a ocupar el cargo vacante. Era una gran profesional y de toda su confianza pues eran amigos.

Un mes después de la partida de Lucía y de la llegada de Amanda a Caronte, Julián llegó a su departamento y sintió un olor extraño y conocido, era perfume. De repente en el umbral de su pieza apareció Lucía quien como si nada se tiró a los brazos de Julián quien se resistió al abrazo.

-Juli, ¿casémonos?

-¡Que! Exclamó espantado Julián. Vienes llegando de donde tu novio y me dices que me case contigo.

A esas alturas ya la había soltado y dejado de abrazar.

-¿Te pegaste en la cabeza o qué? ¿Cómo se te ocurre esa puta idea? Me cagaste la relación con Cecilia y llegas como si nada a pedirme que nos casemos.

Entonces vino el mazazo.

-¡Estoy embarazada Julián! Le enrostró Lucía.

Julián estalló de rabia e impotencia. Él sabía perfectamente que ese hijo podía ser de él o no.

-¡No me voy a casar contigo ni con nadie! Que tu novio se haga cargo de tu embarazo, no me vengas a decir que no te acuestas con él si estuviste un mes en su casa. ¡Tan huevón no soy!

-¡No puedes ser así, este hijo es tuyo! Eres un hijo de la gran puta Julián. No sé cómo me fui a enamorar de ti.

Julián hizo un par de llamadas y recurrió a algunos contactos para dar con una clínica abortiva confiable y segura.

A la mañana siguiente, éste despertó a Lucía y le dijo

-Tienes hora mañana a las once cuarenta y cinco en Luis Thayer Ojeda 0756. Ahí te van a revisar y verán si es viable o no el tratamiento.

Lucía se dio media vuelta y siguió durmiendo.

La clínica era impecable, con una mezcla de olores que combinaba alcohol, desinfectante de pisos y desodorante ambiental. Allí, mientras Lucía llenaba formularios, Julián pensaba que qué estaba haciendo allí; sin embargo, sabía que él era tan responsable como Lucía de lo que estaban viviendo. Para ella, también, resultaba degradante pasar por este trance aun cuando en su fuero interno sabía que no quería a la criatura porque no podía justificar el embarazo. Mientras Julián pensaba de manera recurrente en aquello, a Lucía la llamaron para hacerse una ecografía que no hizo más que confirmar lo que el test de embarazo había arrojado.

En simultáneo a Julián le daban el monto a pagar para hacer el raspaje. Una vez desembolsado un dineral por lo que estaban por hacer, Lucía daba su venia para practicarse el aborto. La desvistieron, le pusieron una bata y desapareció por un pasillo eterno.

Después de una hora apareció en una silla de ruedas acompañada de una enfermera.

-Va a tener una menstruación más abundante que lo habitual, le dijo la enfermera. Tiene que estar una hora aproximadamente acá y luego se puede ir. Harto líquido y esta prescripción.

-Gracias señorita, dijo Lucía.

De vuelta al departamento no hubo plática alguna, no había nada que decir.

La pareja no se volvió a ver sino hasta diez años después. Cada uno había hecho su vida, cada uno había tomado caminos laborales diferentes.

Se juntaron en el mismo café de siempre y charlaron amenamente sobre la vida; sin embargo, ella no había podido tener hijos con su nueva pareja lo que, evidentemente, la tenía apesadumbrada. Hubo perdones mutuos, no obstante, el desgarro de la matriz de Circe tenía, indefectiblemente, que sanar.

 

 

 

 

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