Ambos lo sabían, habían pasado la mejor noche en mucho tiempo. Se habían permitido los excesos, las risas, las lágrimas; se habían permitido mostrar parte de su esencia, solo una parte. Unas copas de vino, una película francesa y el peso de los estribillos de varias canciones explicaron los gustos y el puente construido por cada uno.
Nada de lo compartido pudo contemplarse completamente. Como siempre pasa en estos casos la contemplación viene luego bajo la mecánica comparación, la nostalgia, la extrañeza, la experiencia acumulada, la impronta de alguien que dejó huellas.
Desnudos completamente y explotando orgasmos con cada parte de su cuerpo. Desnudos completamente, expuestos completamente, húmedos y empapados por cada roce, el ser temblante y dubitativo ante semejante encuentro. Los labios partidos, las manos gastadas, las piernas en búsqueda, los ojos perdidos en el espacio pero la mirada entrecruzada atentamente ante cada agitado suspiro; lento y peligroso suspiro, bocanada de aire entrecortado desde el pecho que llevaba al nuevo encuentro. Prontamente las sábanas eran arrebatadas por el flujo continuo de placeres insospechados.
Un cigarrillo, un vaso de agua y alguna acotación perdida hacían de intervalo. Memorias, desacuerdos y argumentos se rompían ante el cruce desaforado de dos lenguas. Por momentos parecía que uno se iba a tragar al otro, pero finalmente se devolvían enteros y a pedazo. Nuevamente se miraban, se estudiaban, se tocaban y la reiterada idea de someterse se materializaba.
Una fiesta surgía en la casa del lado. Ante cada descanso lo notaban. Habían pasado demasiadas tandas musicales al ritmo de diferentes posiciones que desafiaban la lógica de cualquiera. En algún momento supieron que el tiempo les era indistinto, que el reloj funcionaba en otro espacio y que al parecer habían logrado mirarse y encontrarse en un espacio ausente del correr vertiginoso de la monótona medición. Un espacio donde las obligaciones y los conflictos de la rutina quedaban maniatados en la entrada, una entrada egoísta que solo los dejó acceder con la condición de perder un poco la memoria.
¿Cómo se plantea la retirada de semejante espacio? ¿Cómo se vuelve a la realidad luego de construir semejante momento? ¿Cómo se hace para que ese momento no se odiadamente degradado por la insaciable rutina? Momentos; imborrables, odiados, atesorados en recónditos lugares; administrados y reconstruidos para no perder el hilo que nos hace humanos.
La austera repetición del día trajo las primeras filas de luz, las primeras acomodaciones mentales, las primeras muestras de lo allí vivido. Un desayuno austero conforme a la austeridad del futuro, un gato negro en plena caza y una bolsa; un gato negro enredado en el placer de un pájaro en una bolsa, una mirada inquisidora del disfrute reflejado en diferentes circunstancias, el anclaje mental en la memoria de un pájaro con bolsita.
Un beso atravesado por el cansancio, un beso trepando las obligaciones venideras, una caricia sometida a la realidad, una realidad sometida a la tristeza de querer ser sin poder seguir siendo, de estar siendo sin poder discontinuarlo, de continuar siendo sin dejar de ser todo.
La memoria como tormenta reflexiva trae olores ácidos de decisiones tomadas, trae aromas en amarillos, anaranjados, azulados y verdes; la memoria cual portadora del recuerdo trae sonidos agitados, murmullos soportables y gritos aterciopelados. La trágica necesidad de repetir el instante trae el intento de la copia absurda. ¿Se puede copiar algo con semejante fidelidad?
Los odiados compromisos no dan tregua y el sueño se rompe y sobrevive.
En un espacio reducido y en completa anchura vive el momento; los caminos para llegar a él muchas veces se pierden o cambian de lugar, otras veces parecen claros y directos, y en ocasiones transitan distintas sensaciones que nada tienen que hacer allí. ¿Como decirle a la mente que no haga esas cosas?
Él lee, escribe, estudia, desafía y sopesa su vida ante cada paso; ella recuerda, intuye, baila y se mueve sigilosa. Ambos supieron moverse melódicamente en una música desconocida, ambos bailan en la memoria de un momento glorioso, atrevido e inevitable. El tránsito discontinuado traerá sus pesares, la alegría se transforma inevitablemente en melancolía.
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