Existe un momento en que matar a alguien se vuelve necesario, los dogmatismos y pragmatismos juegan violentos a solventar excusas altaneras para el hecho. Gradualmente busco y encuentro el método y el plan para la cacería que traerá la andanza de la investigación, la búsqueda y el encuentro.
En el momento de madurez del acontecimiento la paciencia se vuelve madre y génesis de la acción y caminar pausadamente mirando cada detalle se hace preciso, abrumadoramente preciso para el resultado esperado. Al principio no existen sonrisas, y en la medida en que cada punto se une con el siguiente, el extremo de los labios se afina y se ajusta en una mueca festiva para marcar el encuentro y el fin del resultado esperado ante esa madeja de cálculos que necesita orden; a partir de ahí el estudio debe ser preciso y hasta conviene dejar pequeños espacios para los espasmos incontrolables.
La humanidad se sucede en un sin fin de intenciones que pretenden dejar huellas, es condición inherente, y yo soy por naturaleza un hombre malvado y pretendo que mi huella sea tan débil como me sea posible aunque seguramente el ego gane la partida. La profunda paz del razonamiento metódico y el salivar constante del orgasmo de la perfección traen pesadillas profundas e inspiran atención a detalles minuciosos de pincel de cerda fina y firma invisible del eyacular perfecto. Ya más armado, más psicológicamente armado, la racionalidad encuentra la excusa para empezar por ese corte lento en el lugar preciso.
Llegando al momento ansiado preparo café, degusto un croissant y fumo menos mientras guardo las colillas y retiro de mí restos minúsculos y porosos que permitan caminos de conjeturas. La lista de utensilios y preparativos es desbordante, el orden es necesario porque el tiempo de acontecer será breve. El paladar se hace agua y de repente la lengua chasquea generando sequedad en la boca y buscando la humedad en el hilo de sangre mental que vendrá a futuro. Entonces me acerco y no existe escapatoria...y cuando creo que una lágrima en la mejilla puede atraer los roces de la bondad más recuerdo el acto pasado, el planeamiento presente y la acción futura que me lleva al envoltorio de un cuerpo largamente observado.
Soy un asesino serial y metódico, un boticario de dolores anhelados...un artista virtuoso.
No tengo rencores con eso y menos los tengo cuando el sudor se alivia ante las voces que van narrando el encuentro. El final es casi perfecto, casi... siempre queda algo que me permite la excusa para continuar; es a propósito, lo hago a propósito. Finalmente la perfección no existe y la mente se regocija buscando detalles para colorear la próxima pintura.
No soy así por el anhelo tortuoso de un padre violento o por la excusa capitalista de un analista de cuarta, soy un dispensario de muerte, alguien merece la muerte y yo puedo proporcionarla... eso es gratificante. Juego a meterme en el personaje que soy y la entrada en escena es la excusa para para creerme otro.
Entiendo mi dualidad y convivo con ella, a veces me pide que conjugue algunas formas y acorte la polaridad pero el saberme sediento gana el juego y semejante sensación me corrompe irresistible.
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