La Coleccionista

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Yamila pasó primero, no quería parecer excesivamente correcta pero le sostuvo la puerta a Inés para que entrara, ésta pasó entre risas, llevaba un par de botellas de cerveza vacías en cada mano. Yamila tanteó la pared en busca del interruptor de luz, un segundo antes de que pudiera encontrarlo escuchó el ruido que hacen cuatro botellas de vidrio al caer al piso.

 “¡Tranquila!”, llegó la voz de Inés desde la cocina, “solo se rompió una”.

 Yamila cruzó el pasillo hasta la cocina y la vió a Inés levantando trozos de vidrio con las manos. “No seas tarada, te vas a cortar”, agarró la escoba y la palita para barrer los vidrios, lo hizo mientras Inés entre risas acomodaba las botellas en la mesada.

 “¿Y ahora qué hacemos?”.

 “Vení”.

 Yamila llevó a Inés a su cuarto, se paró a los pies de su cama de dos plazas y mientras miraba señalando al techo dijo: “es acá”. “¿Ahí?” preguntó Inés y señaló al mismo punto, Yamila asintió mirándola a los ojos. Inés miró al techo unos segundos. “¿Y cuándo pasa algo?”. Yamila avanzó un paso y empezó a besar a Inés en los labios; ésta se sorprendió al principio, pero continuó a su vez. Una empezó a revolver el pelo de la otra, la otra a acariciarle las caderas; en poco tiempo estaban ya tiradas en la cama. Yamila ayudaba a Inés a sacarse el vestido y de paso se sacaba la ropa; no usaba corpiño, cuando se sacó la remera sus pechos quedaron a la altura de la cara de Inés, solo entonces ella dijo: “Pará boluda, ¿qué carajos?”. Yamila se detuvo en seco, miró a Inés y luego a sí misma. “Te dije que pasaban cosas raras”. “La puta madre”, Inés escupió frustrada, “no llevamos ni tres meses y ya lo cagué a Fran”. Ella quiso moverse y fue entonces que las luces se apagaron, quedando las dos chicas en la oscuridad. Yamila puso la mano en el pecho de Inés indicandole que se quede quieta al tiempo que chistaba bajo y suave, “shhhhh”.

 Esperaron en silencio, pero nada pasó. A los pocos minutos volvió la luz, ellas seguían en la misma pose; y como si la luz indicara la desaparición de peligros Inés le dijo a Yamila: “Si me decías que los fantasmas de tu casa te hacían querer cojerte a tus amigas no venía”.

 La discusión surgió entre las dos chicas, Inés le recriminaba a Yamila que quiso aprovecharse de ella, Yamila le decía a Inés que nunca le había pasado algo así, quiso convencerla de que no fue ella; “hay algo que está en esta casa”, le dijo, “algo que nos poseyó”. Inés no se vió convencida, le decía que inventó la historia de los ruidos en el techo a propósito; Yamila le mencionó el corte de luz, pero la otra no le hizo caso.

 Inés apuntó a irse de la casa seguida por Yamila, que quería convencerla de que no saliera tan tarde, fue hasta la entrada y tomó el picaporte, pero a pesar de que tiró de él con fuerza no consiguió abrir la puerta, probó unas veces más, miró con bronca a Yamila que se mantenía parada frente a ella. “Me podés dar la llave, ¡y ponete una remera, querés!”. “Yo la llave la había dejado puesta en la cerradura, ¡y en mi casa ando en tetas todo lo que quiera!”. “Bien pero acá no está la llave; andá a buscarla, quiero irme, no es joda”. Yamila le dijo “Bueno amiga, calmate” y Inés le contestó “No me digas amiga”.

 Mientras Inés revisaba el piso de la entrada Yamila se puso su remera y buscó las llaves por el resto de la casa; no había pasado ni media hora, debían estar a mano. No estaban en la mesada con las botellas, ni entre los vidrios que barrió, ni en la cama; sus bolsillos estaban vacíos. “No las encuentro, Ine”. Pero Inés no pareció prestarle atención, estaba muy ocupada revolviendo enérgicamente su bolso. “No tengo el celular”. Yamila no le contestó, esperaba que le dijera algo más. “No tengo el celular, ¿no estará al lado de tu cama?, fijate”. Las dos buscaron arriba y abajo de la cama, en la mochila de Yami, luego en la cocina y el pasillo; incluso en el baño, donde no habían entrado. No encontraron nada, no había rastro del celular ni de las llaves.

 “Dale boluda, es joda”. “No habia dicho nada, pero mi celular tampoco está”. Entonces, de una en una -primero las del pasillo, después las de la cocina y por último las de la habitación donde se encontraban- se apagaron todas las luces. La oscuridad se hizo total nuevamente. 

 Empezó entonces. Era como un golpeteo contra el techo, a ritmo irregular, justo sobre sus cabezas. Inés tomó a Yamila del brazo. “Qué onda, boluda”. “Shhh, callate”. A Inés le fallaron las rodillas, se dejó caer al pie de la cama, seguía agarrando a Yamila fuerte con ambas manos. Por instantes los golpes sonaban encima de sus cabezas, y por otros viajaban a una esquina de la habitación a otra. Se parecía al ruido que hace una cuchara de madera cuando choca contra otra. 

 Inés dejó escapar un gemido por lo bajo, estaba llorando. Yamila la rodeó con un brazo, la llevó a su pecho, le dijo: “tranquila, ya termina”. 

 Los golpes en el techo cesaron. Durante unos pocos minutos no se oyó otra cosa que la respiración entrecortada de Inés. Las chicas permanecieron abrazadas en la oscuridad. Inés le susurró a Yamila con dificultad, intentando no llorar: “¿Qué hacemos ahora?”.

 Desde el baño escucharon algo, un ligero tintineo y finalmente, el ruido que hace un juego de llaves al caer al piso. A través de la puerta cerrada se vió prenderse la luz, se escapaba como un lenguetazo por el desnivel del piso. 

 “Vení”.

 Yamila se levantó, tomó de la mano a Inés y tiró de ella para levantarla. Ambas chicas se acercaron al baño, Yamila pegó el oído a la puerta, “no se escucha nada”. Tomó el picaporte, cuando lo hizo Inés apretó con fuerza la mano de Yami. Abrió la puerta y la empujó muy despacio.

 Ahí estaban, en el medio del piso del baño; las chicas se quedaron paralizadas en la puerta observando el juego de llaves. 

 Yamila avanzó un paso, a medida que cruzaba el umbral los brazos de Inés se le despegaban. No quitó los ojos de la llave, ni siquiera pestañeó. Se agachó y justo cuando estaba a punto de tocar la llave con la yema de los dedos un ruido proveniente directamente desde su cama llamó de inmediato la atención de ambas chicas. Era el celular de Inés, vibrando.

 Inés miró a Yamila esperando ayuda, ésta asintió en dirección a su cama. Finalmente Inés se decidió a acercarse unos pasos, una vez alcanzó a ver el brillo de una llamada se abalanzó sobre la cama, era Fran. Contestó aliviada, pero su tono de voz, que al principio sonaba entusiasmada, “Fran, Fran, que bueno que llamás”, pronto se vino abajo. Yamila notó el cambio de expresión en la cara de Inés, que permaneció callada, y escuchaba provenir de su celular voces fuertes de reclamo, “te fuiste con esa, la colorada… Inés, otra vez lo mismo… ves que sos una basura… una forra… una trola de mierda”.

 Inés, de nuevo, se dejó caer en la cama. Intentaba replicarle a Fran, pero ante cada “pero escuchame” él le contestaba “pero, las pelotas, ahora me escuchás vos”. Yamila, que parecía haber olvidado por completo la llave, se acercó con rabia y decisión a Inés, le quitó el celular de las manos y habló fuerte y claro: “qué macho que sos, eh basura, por algo te cambió dos veces por mí”, cortó y lanzó el celular fuera de su vista.  

 En medio del silencio resultante Inés miraba a Yamila, estaba aguitada, tenía la cara desfigurada, se llevó las manos a la cabeza y gritó, gritó como si alguien la lastimara. Yamila se sentó al lado suyo y la tomó por los hombros, viéndola a los ojos le dijo: “Dale, Ine, dale. Está bien, está todo bien”. Inés ya no era capaz de vociferar nada coherente, ya no era capaz de distinguir algo a su alrededor; se dejó caer al pecho de Yamila con lágrimas en los ojos, ésta la abrazó.

 Así siguieron, hasta que la respiración de Inés se calmó. “Qué onda esta noche de mierda, boluda” dijo por lo bajo. “Lo peor ya pasó”, le susurró al oído Yami mientras mecía suavemente a Inés.

 “¿Qué hacemos ahora?”, volvió a preguntar, abrazó a Yamila más fuerte.

 “Lo que quieras”, contestó entonces Yamila.

 

***

 

 Inés abrió los ojos, la luz del día se colaba por las ventanas e iluminaba todo el departamento, un fresco vientito primaveral hacía ondear las cortinas. Escuchó un ruido en la cocina y se giró en la cama. Podía verla a Yamila de espaldas haciendo el desayuno, olía a café y tostadas. Se levantó, antes de ir a la cocina pasó al baño.

 Yamila escuchó la puerta del baño y supo que Inés se levantó. Terminó de colar el café y lo sirvió en dos tazas, puso las tostadas en un platito y las llevó a la mesa ratona que usaba como comedor. Luego puso miel y lo que quedaba de queso crema. Inés llegó y se sentó en un almohadón. Las chicas se saludaron, Inés agradeció el desayuno. Permanecieron unos minutos sin hablar hasta que Inés inició la conversación:

 —Amiga, ¿vos te acordás algo de anoche?.

 —Casi nada, una vez que llegamos es como que me olvidé de todo.

 —Ay, me pasa lo mismo, ¿tanto tomamos?. ¿Sabés dónde está mi celular?.

 —Sí, lo dejé en la mesada. Igual escuchá, antes de que lo agarres. Yo me desperté porque tu celular no paraba de vibrar en la mesita de luz, lo agarré y vi que te llamaba Fran y tenía unas cuantas llamadas perdidas. Como te vi tan dormida contesté por las dudas, por si era algo importante.

 —¿Y qué pasó?. 

 —Bueno, cuando me reconoció la voz dijo que era una torta hija de puta y vos una zorra lesbiana y que nos vayamos las dos a la mierda. 

 —¿Qué?, ¿cómo? —exclamó Inés levantándose a buscar el celular.

 —Creo que se pelearon anoche.

 —Ay, se quedó sin batería.

 —Uy me olvidé de ponerlo a cargar, por eso lo había traído. Perdón amiga.

 Inés entró al cuarto y volvió unos minutos después. Se sentó con expresión de enojo y confusión.

 —Se te debe haber enfriado el café. 

 —No importa.

 —¿Lo caliento?.

 —No, no importa— dijo sorbiendo café frío.

 —Entonces, ¿qué pasó?.

 —Creo que sí nos peleamos, le dije que no me acordaba de nada. Él cree que lo engañé con vos.

 —¿Cree que estuvimos juntas?.

 —De hecho me dijo que por lo mismo cortamos la primera vez, yo le dije que recién me estaba enterando. Pero ahora entiendo por qué no quería saber nada con que me junte con vos.

 —Pero si hace como un año no nos veíamos.

 —Sí, por eso él creía que ya no éramos amigas.

 —¿Qué flasheó?.

 —Escuchame, ¿vos de verdad no te acordás de nada de anoche?.

 —A ver, después de que llegamos me acuerdo de un par de cosas, tengo como imágenes en la mente. Me acuerdo que se rompió una botella y que dimos vueltas por la casa, creo que no encontrabas tu celu. No estoy muy segura del orden de los hechos, pero creo que en un momento hablaste con Fran y quisiste irte. Por ahí en ese momento pelearon.

  —Ay boluda, yo no me acuerdo de nada. Solo me acuerdo que llegamos. Y creo que tengo un ligero recuerdo de acostarme a dormir.

 —Solo tomamos cerveza, cómo puede ser que nos hayamos olvidado de todo.

 —Pará amiga…—Inés tenía su puño en la cabeza, cerraba los ojos, hacía fuerza para recordar.

 —¿Qué pasa?.

 —Yo… ¿puede ser que hayas andado en tetas en un momento? Tengo como el recuerdo de verte en la puerta.

 —Ahm, puede ser, por ahí me cambié la remera pero… tengo puesta la misma que usaba anoche, así que no me cambié.

 —A ver, si mis recuerdos son correctos nos fuimos a dormir vestidas.

 —Bueno, probemos algo. Mirame.

 Se miraron a los ojos en silencio un minuto.

 —¿Sentís algo?.

 —No, ni en pedo estuvimos juntas.

 —Los tipos son perseguidos, ese Fran siempre fue re celoso, ¿por qué volvieron?.

 —No sé, nos reencontramos y parecía que estaba todo bien.

 —Sí, siempre parece. Pero al final no cambian esas actitudes.

 —Me acuerdo de algo más. Hubo unos ruidos anoche, ¿puede ser?.

 —¿Qué ruidos?.

 —¿No te acordás de eso?, cuando ya estábamos en pedo me contaste de unos ruidos que se escuchaban en el techo, por eso vinimos, porque me querías mostrar o algo así.

 —¿De verdad? No tengo idea de qué hablás, me había referido a algún ruido de vecinos.

 —La puta madre. No entiendo nada. Creo que mejor me voy, amiga. Necesito hablar con Fran.

 —Dale, boluda, ahí te abro. Hablen, pero no le ruegues, si les rogás los chabones se ponen re princesos.

 Inés preparó sus cosas para irse, Yamila la acompañó a la puerta, sacó las llaves de su bolsillo para abrir.

 Yamila acomodó todo lo del desayuno y las botellas de la noche anterior. Hizo su cama. Se duchó y puso su ropa a lavar. Armó y prendió un cigarro. Fue a su mesita de luz y abrió el cajón, corrió un conjunto de papeles y un pastillero lleno de pastillas y polvos, solo que en vez de días de la semana las etiquetas decían: DMT, keta, 251, DXM, MDMA, pepa, y otros; de debajo de todo ello sacó un cuaderno viejo. Entre páginas y páginas de listas se detuvo en una que tenía el nombre de Inés; debajo de éste había varios nombres masculinos, fue hasta el final y agregó un nombre nuevamente a la lista, “Fran”.

 

 

 

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