Casi Mato. Casi Muero.
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Bruno está solo en su pieza como cada noche, la única luz que se refleja contra su cara en la oscuridad es la del monitor de su computadora. El viejo teclado suena como pisadas inquietas de alguien que corre sin cansarse.
La idea de escribir una novela policial, le daba vueltas en la cabeza hacía tiempo, pero por más que intentaba, no conseguía la inspiración para completar siquiera el primer capítulo.
En la habitación de al lado, la discusión entre su papá y su joven novia, Cecilia, traspasaba las paredes.
Los motivos de la disputa eran los mismos de siempre: el poco tiempo que le dedicaba a ella, las demasiadas horas que pasaba dando esas clases de química tan mal pagas, la ausencia casi permanente de él en la casa, y más aun ahora que había conseguido un pequeño puesto en un laboratorio, la sobre protección que ejercía sobre su hijo desde que había muerto la madre del joven. Para Cecilia el problema era, básicamente, Bruno. Siempre Bruno. El poco tiempo libre que tenía, lo ocupaba con Bruno. Y tenía razón. El profesor estaba obsesionado con su hijo, descuidando cualquier otro vínculo. La excusa del preocupado padre, era que notaba al joven, cada vez más apagado, consumido por la tristeza.
Escuchó los pesados pasos de su papá bajando las escaleras, hablando bajo, casi llorando por teléfono.
Sumergido nuevamente en su mundo literario, Bruno dedujo que para escribir algo, era necesario vivirlo. Sea cual fuere el tipo de texto que uno quiere redactar. Y él quería escribir una novela policial.
La idea era sencilla: Esperar a que su papá se vaya, como lo hacía cada vez que discutía con su novia. Agarrar la cuchilla del cajón de la cocina, asegurarse de que Cecilia esté dormida, entrar en la pieza, apuñalarla hasta matarla y cortar el cadáver en trozos para ponerlos en bolsas de basura, y dejarlos disimulados a la vereda, donde un camión recolector se llevaría muy lejos la evidencia. Después, volver a su habitación y empezar a escribir su anhelada novela criminal, basada en su propio crimen.
Los golpes en la puerta de su pieza lo devolvieron a la realidad.
Era su papá, con una taza de té en la mano y los ojos húmedos. Explicó entre lágrimas la situación:
- Mirá Bruno, las cosas con Cecilia no andan bien. Estamos cada vez peor, y esto a mí me hace muy mal. Yo quiero lo mejor para vos, lo sabes. Por eso, creo que lo más conveniente va ser separarme de ella, aunque me duela en el alma. Te quiero pedir disculpas por todo lo que tuviste que escuchar este tiempo. Te prometo que a partir de ahora, vas a estar más tranquilo. Yo me voy a dormir de Julio, porque ella no tiene donde ir ésta noche. Mañana vengo. Te amo Brunito, espero que me puedas perdonar - Dijo, y lo abrazo sollozando.
El silencio se apropió nuevamente de la casa. Bruno se tomó de un sorbo lo que quedaba del té que le había traído su papá hacía un rato y se dispuso a llevar a cabo el plan del asesinato literario. Mientras bajaba las escaleras para buscar el arma homicida, le empezó a faltar el aire, seguramente producto de la ansiedad que le generaba la situación. Cuando llegó a la cocina, con el poco aire que le quedaba, la sensación de quemazón interna le invadió el cuerpo por completo. Se desplomó en el piso, agarrándose el cuello, tratando de reprimir la asfixia que lo fulminaba de apoco. El recipiente de ácido cianhídrico brillaba absurdamente al lado de la cajita de té.
La imagen de su padre llorando, tomado de la mano por Cecilia que lo veían fríamente agonizar, fue lo último que vio Bruno antes de apagarse para siempre.