La noche 8 de abril de 1991 fue el hecho que se fundó en mi memoria. Concretamente, no sé cómo explicar el comienzo, pero voy a intentarlo pesar de que no pueda a mí mismo.
Llegaba a la guardia, yo soy enfermero en una clínica donde justamente las personas han perdido el juicio. Dirán algunos, otros dirán que solo se llega cuando se perdió todo foco de realidad.
Así llegó un paciente que había sido encontrado en una reserva no muy lejos de la clínica. Si me permiten, tenía el peor olor que había mis pobres narices de captar, por las entradas de una desdeñada cabellera, un pelo rojizo extravagante ante mis ojos. Me hacía pensar en el naranja del fuego, pero manchado con años por la poca higiene.
La piel tirante y extremadamente maltratada por las quemaduras del sol.
No sé qué edad tenía, pero su aspecto lo hacía lucir como un hombre longevo desde el abandono de su barba larga y enredada.
No hablaba, no sabíamos de dónde era, o venía, ni como terminó en una reserva persiguiendo los pájaros para comérselos.
No hablaba, no sabíamos de dónde era, ni venía, ni cómo terminó en una reserva persiguiendo los pájaros para comérselos.
Al haber llegado tarde, no supe qué habían dicho los psicólogos, ya que hacen una evaluación al ingreso de su estado mental, ni si era un paciente peligroso para otros.
No sabía si estaba capacitado para un paciente así, no sabía más que era un nuevo ingreso y que lo único que me esperaba era que llore durante la noche como todos o que quiera escaparse persuadiéndome de alguna manera.
Mi compañera de turno era un tanto escuálida, de baja estatura y bastante lenta. Esa noche no solo era de poca ayuda, sino que era muy sensible a los olores y al conocer a este paciente no pararon sus náuseas al punto que la mareaba el olor fétido de aquel sujeto.
Decidí bañarlo, obviamente no se dejaba y atinaba a morderme.
Lo deje encerrado en el baño, fui corriendo a mi compañera para que me envuelva en gasas con mucho algodón , cinta y un plastico así no me arrancaba la piel.
Cuando llegué al baño, lo encuentro tendido en el suelo, se había golpeado múltiples veces la cabeza contra el borde de la bañera, al punto de encontrarlo ensangrentado por un leve corte en forma de L detrás de la cabeza.
Grito a mi compañera para que me asistiera con todo lo que tenía a mano, prefería coserle ahí mismo.
Me agarró del cuello rápidamente, colocándome cerca de él, y al oído me dijo en ronca y entonada voz una horrible frase:
No sé cómo llegué a la oficina, cómo luego a estar organizando la medicación de los pacientes, si mi último recuerdo era estar curando a este paciente.
Asumí que era el cansancio y lo mecánico que a veces uno puede llegar a trabajar.
Por curiosidad solté los pastilleros y me dirigí a las habitaciones buscando a mi compañera. Encontré a todos los pacientes durmiendo en cada habitación que pasaba.
Hasta que llegué a una donde un paciente que parecía alto y robusto por su silueta se levanta y rápidamente corre hacia mí, no diviso siquiera su rostro en la oscuridad.
En ese mismo momento, vuelvo a levantarme. Esta vez estaba yo tumbado en una cama con un dolor fuerte en la cabeza y un alambre enroscado en mi mano izquierda.
Entro en pánico, ya no sabía qué estaba pasando conmigo, ni a mi alrededor.
Escondo el alambre debajo de un colchón por inercia y salgo corriendo a la sombra de lo que parecía mi compañera en el umbral del pasillo, solo quería respuestas, solo quería saber qué pasaba conmigo.
Vuelvo a despertar ya cerca del día, en la camilla de las oficinas, confundido, pero mantengo la calma.
Veo a mi compañera preocupada, mirándome desde el otro lado de la sala seriamente, aún más pálida de cuando la encontré en el inicio del turno.
Rápidamente, le preguntó si seguía con náuseas, qué pasaba y que qué tal fue su última ronda, evitando hablar de todo lo que había soñado o eso a primera vista sentía.
Ella me comenta que en la última ronda; Mientras yo les entregaba la medicación de los pacientes el 3.° y 4.º piso, ella lo hacía con los del 5.º y 6.º donde se encontraba el nuevo paciente, lo hallo muerto con un alambre alrededor del cuello, partes de tela de las sabanas en la boca y un golpe letal en la cabeza que sugería que fue lo que lo mato finalmente.
Nunca conté esto a nadie, como podría explicar aquella noche, me tomarían como otro loco.
Hoy en día este paciente se encuentra en el museo de la morgue judicial, aun sin saber su nombre solo que era checoslovaco y su número de expediente es el 147.
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