Sarabella Y La Bestia

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SARABELLA Y LA BESTIA

 

If you ever hear a noise in the night your body starts to sweat

It shakes and shivers in fright

You go and sleep with your mother, she hates your guts

She knows that you love her so she holds you tight

All through the night, until the broad daylight

And when she doesn't come home you have to sleep alone

Then you wet your bed, and I think that's sad

For a girl of nineteen it's more than sad, it's obscene

 

El tema Little bitch de The Specials surgía atronador de los amplificadores borrando cualquier otro ruido del local.

Dos chicas intentaban comunicarse inútilmente hasta que la más corpulenta se dio por vencida y se alejó de su presumible amiga. La que permaneció en el sitio: alta, delgada, aunque generosa en pechos y caderas y con el cabello oxigenado; se quedó un instante mirando en la dirección en la que se había marchado su amiga antes de sentir una mano cerrándose en torno a su brazo izquierdo. Apenas tuvo tiempo de echar una ojeada a aquella ancha espalda embutida en un largo abrigo de piel de foca con cuello de pelo, que desde su perspectiva parecía la cabellera de un león, antes de verse arrastrada al interior de un reservado sin que pudiera oponer resistencia alguna. Cuando por fin él se detuvo y se giró hacia ella, la chica quedó hechizada por la mirada de esos ojos que secuestraron los suyos mientras aquellos dedos que instantes antes la apretaban el brazo se mostraban inquietantemente cariñosos al deslizarse por su redonda mejilla. Entonces el deseo de saber de qué iba aquello la impelió a abrir la boca para preguntar, pero él apenas le dio tiempo de pronunciar palabra alguna al sellársela con aquellos labios voraces. De inmediato ella trató de apartarle pero el empujón de él fue más eficaz, haciéndola que acabara tumbada bocarriba sobre la mesa y acto seguido estuviera  inmovilizada por el peso del cuerpo de su agresor bastante superior al de ella.

Él la manejaba como si de una muñeca se tratara, bajándola los vaqueros y las bragas sin apenas tener que moverse o hacer esfuerzo alguno. Entre tanto, lamía, mordía y chupaba su rostro, su cuello y aquellas zonas de piel que la tela, que progresivamente se desgarraba a causa de la violenta fricción entre sus cuerpos, dejaba de cubrir.

Cuando él pareció darse por satisfecho sus miradas se entrelazaron y pudo ver en la de ella lágrimas y la más sincera derrota.

—Por favor, mátame, toda mi vida es una mierda. Solo hay sufrimiento y ya estoy cansada.

Por toda respuesta él la rodeó entre sus brazos y tras volver a cubrir de lametones su rostro la sacó del reservado y la cargó a través del ruidoso local hasta la salida.

 

And you think it's about time that you died, and I agree, so you decide on suicide

You tried but you never quite carried it off

You only wanted to die in order to show off

 

La tensión y algunas de las sustancias que había ingerido antes de y durante su estancia en el local, la hicieron desmayarse y precipitarse en la inconsciencia.  La despertó la sensación de algo caliente y espeso resbalando desde su sien hasta su barbilla. Se incorporó rápidamente, descubriéndose completamente desnuda sobre el frío metal de una bandeja. Su agresor estaba frente a ella sujetando un bote de cristal cuyo contenido ambarino enseguida supo que era miel al tocarse la sien y llevarse los dedos a la boca. 

—Dulces para la más dulce—por fin le escuchó hablar con un timbre de voz tan grave como seductor.

«En verdad es todo un león», fue el pensamiento que enseguida le vino a ella a la cabeza.

Sentada sobre la bandeja dejó que él la cubriera por completo de miel y, cuando todo pareció listo, aceptó su beso de despedida.  

—Gracias—susurró ella—. Antes de que me mates me gustaría decirte que me llamo Sarabella y tengo diecisiete…

Él la hizo callar con un gesto de su índice el cual se detuvo a pocos centímetros del rostro de Sarabella.

—Ahora no importa tu nombre. Ni siquiera me he planteado querer conocerlo. A mi todos los pastelitos lindos me parecéis iguales y solo servís para dos cosas: follaros y comeros, por este orden—pasó el índice por los anchos y jugosos labios de Sarabella y luego lo chupó, metiéndoselo casi por completo en la boca sin cortar el contacto visual con ella—. Pero si recordaré tu sabor: dulce y fresco.             

Sarabella había nacido el ocho de diciembre de mil novecientos noventa y cinco. Era una rompedora que, estuviera donde estuviera, enseguida se convertía en alguien trascendental para la gente que la rodeaba. Además, se adaptaba fácilmente a todo y poseía una gran capacidad de innovación y proyección. Una chica que no se detenía ante nada y menos ante lo establecido o convencional, siempre en constante movimiento lo que la convertía en una persona que difícilmente permanecía mucho tiempo en un mismo lugar o situación, por no decir que apenas se permitía echar algún tipo de raíz emocional o sentimental. Temía que si no asumía constantemente riesgos no estaría a la altura de los demás o sería menos que ellos.

Sarabella, como ya se contó con anterioridad, era una muchacha alta y delgada, pero con un cuerpo deliciosamente silueteado por un artista erótico. De cabellos castaños al natural y parda mirada salvaje. Boca seductora siempre dispuesta al comentario mordaz cuando su mente permanecía lo suficientemente clara para ello.

—¿Qué te parece si mientras me ocupo de los últimos preparativos vemos una pequeña película casera para ponernos a tono?—dijo aquel aterrador tipo mientras pulsaba el mando de la televisión antes de ponerse a afilar la hoja de un impresionante cuchillo de caza.

La cámara grababa desde algún punto de aquel amplio salón y quedaba bien claro que al menos una de las dos personas que estaba sentada en el sofá desconocía su indiscreta existencia, enseguida identificó a su secuestrador sentado a uno de los extremos. En el otro y peligrosamente cerca de él, había una chica, apenas una adolescente de entre doce o catorce años, de formas esponjosamente redondeadas que se adivinaban bajo la ropa de invierno, piel aceitunada y rostro de luna donde destacaban unos enormes ojos castaños y una boca de labios gruesos que él no paraba de observar con lasciva gula.                                                                                                

—¿Qué vamos a dar hoy profe?

—Cocina.

—¿Cocina?—preguntó ella con una sonrisa cómplice—. Seguro que sé yo cocinar mejor que tú, los hombres no servís para la casa.

De golpe, ella se vio rodeada por los enormes brazos de él. Estaba claro que él esperaba de ella que gritase y luchase, lo que encendería aún más su lívido. En cuanto ella cumplió con sus expectativas, aquel monstruo la enmudeció colocándole aquel mismo cuchillo que en esos momentos afilaba fuera de la acción de la pantalla, bajo la barbilla. 

—Podría filetearte ahora mismo, así que vas a ser buena – la amenazó sin disimular lo excitado que estaba mientras que con la mano libre se sacaba su grueso y empalmado miembro—. Ahora vas a comerle la polla al profesor y luego comprobaré si eres virgen de verdad.

—Yo... Yo no sé de...

No la dio tiempo a terminar, estirándola del cabello provocó que ella no pudiera evitar soltar un alarido de dolor y entonces aprovechó para clavarle su duro miembro hasta la garganta.

—Ahora rodéalo con esas morcillas que tienes como labios y chúpamelo como si fuera tu caramelo preferido.

Denotando cierta torpeza y desconocimiento, pero motivada por la amenaza del cuchillo, la chica se puso inmediatamente a ello.  

Con la misma violencia con que se la había hecho tragar, obligó a la chica a separarse de su polla y, tras forcejear unos instantes, la inmovilizó de espaldas en el sofá. Tras propinarle un par de puñetazos para que se quedara quieta, la desgarró con ayuda del cuchillo los pantalones y las bragas antes de penetrarla salvajemente sin preocuparse de que estuviera o no receptiva. Cuanto más gritaba, suplicaba y se resistía, más deseo parecía tener él de ella.

 

—¿Sabes una cosa?—la voz de Sarabella les sacó a ambos de la acción de la pantalla—. Ya no me apetece que me mates y hagas conmigo lo que quieras—el pie de Sarabella salió disparado contra la mandíbula de aquel depravado después de que su larga y estilizada pierna izquierda dibujara un arco perfecto.

 Desmadejado en el suelo con la mandíbula destrozada, aquel tipo vio cómo Sarabella bajaba de la mesa, recogía el cuchillo y se acuclillaba entre sus piernas.

—Me gusta más comer que el que me coman—con manos que denunciaban que no era la primera vez que realizaba esta labor, pero sí de las pocas que lo hacía voluntariamente, empezó a desvestir a quien hasta hacía unos instantes iba a ser su verdugo.

—Me harás venirme si sigues así—fue más o menos lo que vino a farfullar aquel psicópata caníbal.

Los ojos de Sarabella se vaciaron de vida hasta adquirir la fría curiosidad de los de un escualo mientras su sonrisa se ampliaba tanto que en cualquier momento su rostro podía partirse en dos.

—¿Y si te corres me dejarás beberte y comerte?

—Claro—aquel tipo parecía estar seguro de que Sarabella no sería capaz de hacerle daño alguno.

—Para saciarme me tendrías que alimentar por años, amiguito. Esas calorías son poco cuando las quemo acariciándote y tratándote de excitar para hacerte mío. Tendría que hacerte venir muchas veces y eso apenas sería un inicio.

Lo que siguió a continuación fue una sucesión de alaridos, torpes carreras, portazos y pasos apresurados. Aquel sádico subía las escaleras del edificio todo lo rápido que podía. Los muñones que quedaban allí donde antes había unas manos y unos genitales se habían convertido en surtidores de sangre arterial.

Las sombras le acosaban al principio y al final de la escalera, por lo que él prefería mantener la vista fija en sus pies ya que de esa forma no se derrumbaría su alma pecadora. Cruzó con paso rápido el largo pasillo que le separaba de la puerta que daba acceso a la azotea. Las sombras, cada vez con un aspecto más amenazador y terrible, le acosaban casi acariciando sus ensangrentadas ropas, colándose bajo estas y palpando la desnudez que cubrían.

—Eres mío, monstruito—escuchó canturrear a Sarabella pocos metros más atrás al tiempo que acompañaba sus palabras con el rozar de la hoja del cuchillo contra las paredes de la escalera—. Ahora, eres mío.

Sin poder más, clavó sus rodillas en el terrazo de la azotea y comenzó a manotear de forma desquiciada.

—¡Déjame!

La risa de hiena de Sarabella retumbaba en su cabeza y a su alrededor. Levantándose del suelo y con un manotear aún más enloquecido, corrió decidido en dirección a la cornisa. Cuando ya no hubo suelo bajo sus pies, una caída de cinco metros le abrazó antes de aplastarlo contra las baldosas de la plaza que daba a aquel lado de la fachada del edificio.

 

 

 

 

 

 

 

 

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