"De La Vida Real"
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Nunca supe cómo fue que empezó, pero de un momento a otro me encontré siendo asfixiada con una frazada. No sólo eso, él se atrevió a vaciar un desodorante en el interior logrando hacer un submarino, para que yo respirara las toxinas del mismo. No sé cómo logré zafar, actúe con mucha desesperación. Sentía muchas ganas de vomitar, intenté correr al baño pero con un jalón de pelo me dejó tirada en el piso. En este punto yo ya estaba muy mareada y no podía levantarme, aunque eso no me privó de sentir las patadas que me daba en la panza y la cabeza. Recuerdo haber gritado pidiendo ayuda...
Cuando se cansó de patearme en el piso aproveché para levantarme, aún muy aturdida. Intenté salir corriendo a la calle pero la puerta tenía una cadena con un candado. En ese descuido logré escuchar el sonido de un encendedor accionándose; al darme la vuelta me encontré con una llama encendida, la cual duró muy poco y afortunadamente no logro quemarme más que el pelo. Pero luego roció sobre el encendedor prendido el mismo desodorante que usó para asfixiarme, que estaba casi vacío.
Por un momento el tiempo se congeló. Yo sólo podía ver mucha furia en su rostro y que sus ojos ya no le pertenecían. Por primera vez me dije: "no quiero morir", tenía miedo, mucho miedo de no salir con vida de allí. Si alguna vez pensé en querer morir, en esa ocasión me di cuenta de cuan valiosa era la vida.
Trate de calmarlo, de dominar la situación, pero él se me acercó tomando un cuchillo Tramontina de la mesa. Entre lágrimas y temblando de pánico le supliqué que me dejara ir; por toda respuesta me sujetó fuertemente del brazo y, por más que yo hacía lo imposible por liberarme, no lograba encontrar la fuerza. Casi me desvanezco.
Luego de hacerme un corte en el dedo índice, me soltó y me gritó que me fuera, que tomara mis cosas y me fuera. Yo sentí que me volvía el alma al cuerpo.
Sobresaltada, en cuestión de segundos tomé algo de mi ropa y la metí en una bolsa. Ésta era mucho más grande que yo, no sé cómo logré llevar tanto peso, quizá por el miedo de que se arrepintiera y me alcanzará en el camino.
Caminé varias cuadras así, temblando, desorbitada y despeinada, hasta la casa de mí madre. Cuando llegué dejé la bolsa y me senté. Estaba tan mal que lo primero que me preguntó fue qué me había pasado. Con voz quebrada le dije que me había peleado para luego confesar que desde hacía tres años él me venía golpeando.
Mi madre me preguntó si quería irme un tiempo a vivir con mis abuelos, para salir de todo ese ambiente. Inmediatamente, y sin pensarlo, le dije que si.
Al otro día ya estaba viajando en el Flecha Bus con destino a Córdoba.
Autora: Marcia Mariel Scattarreggia