Proverbios Viii

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Proverbios VIII

Ella estuvo allí, desde el comienzo. Acompañó al Creador cuando este se aventuró a hacer aquello por lo que hoy lo llamamos así. Ella, Sofía, Jojmá, Sabiduría en nuestro castellano, amaba toda Su obra. Y por sobre todo amaba al hombre. Quizá demasiado.

Se maravillaba y sufría  de igual manera cuando pasaba el tiempo (si es que esa palabra tiene algún sentido para ella) contemplándolo desde el Lugar Santísimo. Habitaba junto a querubines, serafines, arcángeles y otras criaturas celestiales, que nos son imposibles de  imaginar, mucho menos podríamos nombrarlas.

De tanto en tanto, descendía en secreto a la Tierra y susurraba palabras a los mortales entre sueños. Inspiró tantas cosas que la humanidad sería impensable sin su ayuda. Le susurró a Platón y a Virgilio, a Praxiteles, a San Pablo, incluso a Leonardo y a Paracelso. Y también a los anónimos creadores de la rueda, de la agricultura, a los constructores de navíos.

Sin embargo, una vez, se le apareció el Creador en persona y le dijo:

- Sé que desde hace siglos te escapas a ayudar al humano… ¡Te prohíbo terminantemente volver a hacerlo!

Sofía, Jojmá, Sabiduría  bajó la mirada con una mezcla de vergüenza, temor y tristeza.

El Creador sintió compasión por ella y enjugó las lágrimas que caían sobre sus mejillas.

-Querida mía, lo hago por tu bien… Mi Hijo descendió hasta ellos… caminó y vivió con ellos… y ya sabes cómo terminó todo… Ellos son de lo único que me arrepiento…

Sofía, Jojmá, Sabiduría, asintió con la cabeza y luego ambos se abrazaron. No sin que antes ella prometiera no volver a la tierra.

 

 

 

Durante mucho tiempo (nuevamente cabe decir que esta palabra o concepto probablemente no tiene mucho sentido cuando hablamos de ella) se mantuvo intentando no pensar en los hombres. Dialogaba con los demás seres celestiales, recorría la vasta infinitud de la Creación, paseaba entre los campos de planetas nuevos, contemplaba soles nacientes y soles moribundos, incluso entró en contacto con varias civilizaciones de las cuales el Creador sí se enorgullecía y con las que le permitía interactuar.

Así y todo, dentro de su corazón habitaba la melancolía. No podía olvidar a la humanidad, al primer objeto de su amor puro y desinteresado. De vez en cuando una tristeza inimaginable se apoderaba de ella y rompía en llanto. Lo hacía a solas, sin que nadie la viese. En una ocasión su dolor era tan grande que volvió a mirar a la humanidad.

Se estremeció al hacerlo. Había estallado una guerra que atravesaba todo el planeta. Todas las naciones levantaban sus armas contra las otras. Los pobres morían en los campos de batalla mientras los ricos empleaban esas guerras para hacer negocios entre ellos y volverse aún más ricos. Además de la guerra, asolaba una peste que mataba a quienes no morían por las balas o las bombas. Su angustia fue tal que no le importó la promesa hecha al Creador.

 

 Y nuevamente descendió a la Tierra.

 

Se dirigió a un cruento campo de batalla, donde ametralladoras, granadas, bombas incendiarias arrojadas por aviones e infinidad de instrumentos fabricados para la muerte deshacían la carne y el espíritu de miles de hombres.

  Elevada a unos doscientos metros del suelo, brillando con una luz enceguecedora pero cálida, habló. Y su voz fue como un trueno que, al mismo tiempo, expresaba ira y amor.

Sofía, Jojmá, Sabiduria, les dijo a los mortales que todo lo que hacían era una locura, que debían amarse, que cada uno de ellos era en virtud de los otros, que el mal que hacían era el mal que sufrían, que eran una creación divina, hermanos de una sangre cuyo origen se encontraba más allá de las estrellas. También les pidió disculpas por haber estado tanto tiempo lejos de ellos y de no haberlos guiado.

Al escuchar sus palabras los mortales se sobrecogieron. Dejaron de matarse unos a otros y, por unos momentos, incluso se sintieron conmovidos. Sin embargo, uno de los aviones disparó sus ametralladoras contra ella.

Inmediatamente la matanza entre los mortales se volvió a iniciar.

Sofía, Jojmá, Sabiduría quedó inconsciente entre unos arbustos. Cuando despertó vio viseras, sangre, miembros mutilados por todas partes. Quiso gritar pero un soldado le tapó la boca y se le echó encima. Fue entonces cuando comenzó su pesadilla.

El soldado la violó y luego invitó a sus compañeros a que hicieran lo mismo. La profanaron de todas las maneras posibles y luego la encerraron en una jaula. Ignoraban qué o quién era pero sabían que era algo hermoso y que no pertenecía a este mundo. La llevaron a los mandos superiores, estos a los líderes políticos. Los líderes comenzaron a comerciar con ella en banquetes donde se reunían con los hombres de negocios más poderosos de la tierra.

 Absolutamente todos abusaron de ella practicando perversiones que se encuentran más allá de lo imaginable. Lo peor fue cuando un grupo de hombres que  se autoproclamaban los representantes del Creador y de su Hijo la tomaron en medio de un templo. Sintió como el deseo, un deseo oscuro y macabro, se arrojaba contra su cuerpo con un odio aún más oscuro y macabro.

 

 

 

Así pasó un tiempo muy largo (en la Tierra sí tiene sentido hablar de “tiempo”). Encerrada en una jaula, siendo transportada de un lugar a otro y sistemáticamente ultrajada. Todas las noches se arrepentía de haber roto su promesa y oraba en busca de auxilio.

Finalmente sus plegarias fueron oídas.

Un portal de luz se abrió frente a ella. Salió de allí un ser alado de cuatro caras (una de león, una de buey, una de águila y una humana) que abrió la jaula y le extendió la mano.

Ella se tomó de él y caminó con mucho esfuerzo hacia el portal.

Fue así como Sofía, Jojmá, Sabiduría se marchó para siempre de la tierra y juró no volver jamás.

 

 

#Este cuento se encuentra publicado en el blog Aletheia Buenos Aires (http://aletheia2019.blogspot.com/2022/03/proverbios-viii.html)

 

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