Ronda Infantil

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El niño genio vio la oportunidad. Acomodó la escena con cuidado. Las armonías serían sencillas. El argumento necesitaba variantes y drama. Aserrín aserrán las tenía, igual que Mambrú, los tres alpinos, el gatito angurriento que perdió el hocico, los clavos del pingüino Sammy, el final de las mujeres de Don Federico y del cacique Juancho Pepe.

El gas ya corría en la cocina de la escuela, así que salió por la puerta de atrás. Eran las 10.30. Estaba por terminar el segundo recreo. Se oían las conversaciones y los juegos a poca distancia.

“Las trenzas de la niña ardían como piras, sus ojos derretidos se movían y movían”.

No, mejor: “Sus ojos azulados ahora se derretían”.

Prendió el fósforo, lo miró, y encendió la mecha en la botella.

“La primera llama era tan hermosa, cantemos al cielo esta alegre estrofa”.

La arrojó contra la ventana abierta.

Hubo una explosión y el edificio de una planta se cayó sobre sí mismo.

“Escuchen los gritos, ay cuánto calor, la ronda redonda es del color de sol”.

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