El Silbido En La Noche

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Era una noche helada de invierno. El pequeño pueblo de Grey Hollow estaba cubierto de nieve, y el viento cortante aullaba entre las ramas desnudas de los árboles. Clara, una joven de veinte años, había decidido quedarse hasta tarde en la biblioteca local, sumida en su investigación sobre leyendas urbanas. Entre las historias, encontró una que nunca antes había leído: "El Silbador de Medianoche."

La leyenda decía que si escuchabas un silbido a lo lejos durante la medianoche, nunca debías buscar su origen. "Él" caminaba entre las sombras, buscando almas para llevarlas al bosque, donde nunca se les volvía a ver. Los ancianos del pueblo aseguraban que sus víctimas siempre dejaban una marca: un silbido bajo y constante que se escuchaba en sus hogares antes de desaparecer.

Clara cerró el libro con un escalofrío, pero no le dio importancia. Eran solo cuentos, se dijo. La biblioteca estaba vacía, salvo por el bibliotecario, un anciano con mirada cansada que parecía ajeno al mundo. Al despedirse, el hombre le lanzó una advertencia inquietante:

—No te demores en el camino. No escuches el silbido.

Clara sonrió con nerviosismo y salió, ajustándose el abrigo mientras sus botas crujían sobre la nieve. El trayecto a casa era corto, apenas un par de calles flanqueadas por casas viejas y un bosque oscuro al final. A mitad de camino, lo oyó.

Un silbido.

Era débil, casi imperceptible, como si el viento lo hubiera traído consigo. Clara se detuvo, su corazón comenzó a latir más rápido. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. "Es el viento," se dijo. Pero el silbido se hizo más fuerte.

Decidió ignorarlo y apuró el paso. A medida que avanzaba, el silbido no desaparecía; al contrario, parecía seguirla, cada vez más claro. Ahora podía distinguir una melodía errática, como si alguien estuviera llamándola desde el bosque cercano. Aterrorizada, Clara se giró y gritó:

—¡¿Quién está ahí?!

El silbido se detuvo.

La noche se volvió más silenciosa de lo que debería ser. No había viento, ni hojas crujientes, ni siquiera el lejano ladrido de un perro. Entonces, de entre los árboles, surgió una figura alta y delgada, apenas una sombra contra la oscuridad. Tenía brazos demasiado largos y una cabeza inclinada, como si estuviera escuchando atentamente.

Clara no esperó a descubrir más. Echó a correr hacia su casa, con el corazón desbocado. Apenas cerró la puerta detrás de ella, encendió todas las luces y se dejó caer al suelo, jadeando. El silbido había cesado. Creyó que estaba a salvo.

Pero entonces, lo oyó de nuevo.

Esta vez, provenía del interior de su casa.

Con el cuerpo paralizado por el miedo, Clara giró lentamente la cabeza hacia las escaleras. En la penumbra del pasillo superior, la figura alta estaba allí, inmóvil, observándola. Su rostro era una mancha borrosa, pero sus ojos brillaban como brasas. El silbido ahora llenaba toda la casa, perforándole los oídos.

La puerta principal se abrió de golpe, como si una ráfaga de viento invisible la hubiera forzado. La figura dio un paso adelante. Clara gritó y todo se apagó.

A la mañana siguiente, los vecinos encontraron la casa de Clara vacía. La puerta seguía abierta, y en el aire flotaba un silbido suave que parecía venir de las paredes. Nadie la volvió a ver, pero algunos aseguran que en las noches frías, cuando el viento sopla, el silbido regresa, llamando a alguien más.

Y nunca se detiene.

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