El Susurro De Cthulhu

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El viento silbaba a través de las grietas de las antiguas paredes de la cabaña, como si los mismos espíritus estuvieran conspirando contra mí. Hacía semanas que me había aventurado en las profundidades del bosque de Arkham, en busca de la verdad tras los rumores que se esparcían por la universidad. Historias de un poder antiguo, de un ser cuyo nombre apenas podía ser pronunciado sin que los locos se echaran a temblar: Cthulhu.

Mis investigaciones me llevaron a esta cabaña, una reliquia olvidada de los tiempos de la colonia. Sus paredes estaban cubiertas de moho, el aire cargado de humedad y una extraña sensación de desesperanza. Todo apuntaba a que algo antiguo y maligno habitaba en este lugar. Encontré el sitio gracias a un viejo diario que había comprado en una tienda de antigüedades. Las notas dentro del diario hablaban de un culto que adoraba a Cthulhu, un culto que había desaparecido sin dejar rastro, pero que antes de su desaparición, habían realizado rituales en esta cabaña.

El diario, escrito por un tal Jonathan Hathorne, estaba lleno de detalles espeluznantes sobre sacrificios humanos y visiones de un monstruo ciclópeo que habitaba más allá de las estrellas. Sus palabras eran claras: "El Gran Cthulhu duerme, pero su influencia se filtra en los sueños de los hombres, corrompiendo sus mentes y guiándolos hacia la locura."

Con cada página que leía, mi curiosidad crecía y mi cordura se debilitaba. La necesidad de descubrir la verdad me llevó a tomar la decisión más estúpida de mi vida: ir  a la cabaña donde Hathorne había registrado sus últimas palabras. Sabía que lo que iba a encontrar allí cambiaría mi vida para siempre, pero no me importaba. La promesa de un descubrimiento que desafiara toda lógica y razón era demasiado tentadora.

Cuando crucé el umbral de la cabaña, la oscuridad me envolvió como un sudario. Mis pasos resonaban en el suelo de madera podrida, y el aire parecía volverse más denso con cada respiración. Encendí mi linterna, y su tenue luz apenas lograba atravesar la penumbra. A medida que exploraba, los murmullos en mi mente se intensificaban. Eran como un eco distante, palabras en un idioma olvidado que no podía entender, pero cuyo significado se filtraba en mi subconsciente.

Finalmente, llegué a lo que parecía ser la sala principal. En el centro, una mesa de piedra cubierta de símbolos antiguos que reconocí de los libros prohibidos que había leído. Pero lo que más me llamó la atención fue una estatua, tallada en una piedra negra y reluciente, que representaba una figura grotesca con tentáculos en lugar de boca y alas de murciélago extendiéndose desde su espalda. La reconocí de inmediato: era una representación de Cthulhu.

Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal. Aquella estatua parecía pulsar con una energía propia, una fuerza que parecía atraer mi mirada y mi mente hacia sus abismos insondables. Mi respiración se aceleró, y una sensación de pánico comenzó a instalarse en mi pecho. Pero, a pesar del miedo, no podía apartar la vista. Había algo hipnótico en esos ojos vacíos, algo que me obligaba a seguir mirando.

Mientras permanecía allí, inmóvil, los susurros en mi mente se hicieron más claros. Ya no eran solo un eco, sino una voz nítida y poderosa que pronunciaba mi nombre. "Ven", decía, "acércate y descubre lo que yace más allá de la razón. Conviértete en el heraldo del Gran Cthulhu".

No sé cuánto tiempo estuve allí parado, luchando contra esa voz que trataba de arrastrarme hacia la locura. Pero en algún momento, algo en mi interior se rompió. Mis piernas comenzaron a moverse por sí solas, acercándome lentamente a la estatua. Mis manos temblorosas se extendieron hacia ella, sintiendo el frío de la piedra bajo mis dedos. La voz en mi mente se hacía más fuerte, más insistente, hasta que ya no podía resistirla.

De repente, la habitación se llenó de un brillo verdoso, y la estatua comenzó a cambiar. Los tentáculos que adornaban su boca empezaron a moverse, como si estuvieran vivos, y las alas de murciélago comenzaron a batir lentamente. El miedo me paralizó, pero ya era demasiado tarde para huir. Algo se había despertado en ese momento, algo que había estado dormido durante eones, esperando a que alguien como yo llegara.

La figura de Cthulhu comenzó a crecer, extendiéndose más allá de los límites de la cabaña, su forma ahora etérea y monstruosa. Sentí una presión en mi pecho, como si todo el aire estuviera siendo succionado de mis pulmones. La voz en mi mente se convirtió en un grito ensordecedor, y comprendí con terror que no solo era la voz de Cthulhu, sino la de miles, millones de almas perdidas en la locura.

En ese instante, comprendí la verdad: Cthulhu no era solo un ser, era un concepto, una idea de caos y destrucción que se alimentaba del miedo y la desesperación de los seres humanos. Estaba conectado a todos los aspectos de la realidad, y su despertar significaría el fin de todo.

De alguna manera, logré apartar mis manos de la estatua y dar un paso atrás. La figura de Cthulhu pareció retroceder también, sus formas se desvanecieron en la oscuridad hasta que solo quedaba la estatua inerte una vez más. La luz verdosa desapareció, y el silencio llenó la habitación.

Caí de rodillas, jadeando, tratando de comprender lo que había sucedido. Había sentido el poder de Cthulhu, su inmensidad, su malevolencia. Y aunque había logrado resistirlo, sabía que no estaba a salvo. Cthulhu estaba allí, en algún lugar entre las estrellas, esperando el momento adecuado para regresar y reclamar lo que era suyo.

Con una fuerza de voluntad que no sabía que tenía, me levanté y salí tambaleándome de la cabaña. El aire fresco del bosque golpeó mi rostro, pero no logró disipar el terror que me envolvía. Sabía que mi vida nunca volvería a ser la misma. Los susurros de Cthulhu habían plantado una semilla en mi mente, una semilla que crecería y me consumiría con el tiempo.

Caminé sin rumbo por el bosque, el sol apenas empezaba a asomar en el horizonte. Pero la luz del día no trajo consuelo. Sabía que lo que había desatado en esa cabaña era solo el comienzo. Cthulhu había despertado, y su influencia se extendería como una plaga por el mundo, corrompiendo a aquellos que tuvieran la desgracia de escuchar su llamado.

Intenté aferrarme a la cordura, recordando las enseñanzas de mis profesores, las reglas de la lógica y la razón. Pero nada de eso parecía tener sentido ahora. Había visto lo que yacía más allá de la realidad, y esa visión me había cambiado para siempre.

Finalmente, llegué al borde del bosque y pude ver las luces de Arkham a lo lejos. La ciudad parecía tranquila, como si el mundo no se hubiera dado cuenta del peligro inminente. Pero yo sabía la verdad. Sabía que Cthulhu estaba esperando, acechando en la oscuridad, y que algún día, cuando las estrellas estuvieran alineadas, volvería para reclamar este mundo.

Con cada paso que daba hacia la ciudad, sentía que la sombra de Cthulhu se cernía sobre mí. Los susurros en mi mente no cesaban, y comprendí que nunca lo harían. El Gran Cthulhu había dejado su marca en mí, y aunque intentara huir, siempre estaría ahí, esperando en las profundidades de mi subconsciente.

Cuando finalmente llegué a mi apartamento, cerré la puerta con llave y me dejé caer en el suelo, exhausto. El reloj en la pared marcaba las tres de la mañana. Me acurruqué en una esquina, incapaz de apagar la luz, incapaz de dormir. Sabía que en mis sueños, Cthulhu estaría esperando.

El tiempo dejó de tener sentido para mí. Los días se convirtieron en noches interminables de insomnio y paranoia. Cada sombra, cada sonido me recordaba a la cabaña, a la estatua, a la voz. Traté de advertir a la gente, pero me miraban como si estuviera loco. Y tal vez lo estaba. Porque en lo más profundo de mi ser, sabía que el verdadero horror no era lo que había visto, sino lo que estaba por venir.

Cthulhu había despertado, y el mundo estaba condenado. La humanidad había sido marcada por su sombra, y nada podría salvarnos de lo inevitable. El fin de todo se acercaba, y yo, un simple hombre que había buscado la verdad, me convertiría en su heraldo.

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