Tras Las Huellas De Alquitrán

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Cuánto consume la brea ante lo que los hombres desean, y cuánto desean estos aquello que los consume, y a ti, Trevor, te gustaba nadar sobre ella ¿verdad? Cómo te gustaba bañarte en su alquitrán. ¡Mánchate esa carne que tanto resguardabas tras tu piel inmaculada! ¡Mánchala, hasta que cale entre tus huesos como calaste en mi corazón! ¿Quién osaría mirarme en este asqueroso pantano si no tú?

¿Por qué? ¿Por qué me embelesaste con tus dulces palabras si no pretendías quedarte a mi lado? ¿Si tu única intención era ahogarte en estas aguas engañosas? Dime ya por qué, aunque te hundas. Tu amada Catherine te escuchará aunque tenga que arrancarte las verdades de tu tráquea. ¿Por qué me dejas con esta mísera carta leyendo tus escusas? ¿Por qué finges morir en vida? ¿Por qué siento tu piel tan fría cuando está junto a la mía? ¡Ay, Trevor! ¡Cuántas veces te mataría si tan solo te pudiese! Y cuántas te hubiera amado…

Te extraño tanto Trevor, que creo percibir bajo la brea una esencia inconcupiscible que te encapsula, y que osa crecer entre los fósiles. Ella se levanta enmascarada tras esa silueta indistinguible que una vez fue tuya, y nada hasta estas orillas de alquitrán, dónde los hombres imploran perdón, y tú quieres que te perdone ¿verdad? Que sucumba ante los roces que ocasiona tu simiente en mis adentros. ¡Oh, abrázame! ¡Poséeme con tu cuerpo marchito! ¡Desgarra mi alma y mi carne! ¡Mátame Trevor! ¡Y ámame!

Este abrazo que me das, me quema, me lastima, me hiere, de la misma forma que me herían tus silencios en la noche, y corroe sobre mi piel extenuada por los ardores que has causado. ¡Ay! ¡Cómo se quema esta piel por el daño que has causado! Arde en llamas de pasión ante este abrazo que, sin embargo, siento frío. Incluso prendiendo el alquitrán te siento alejado del mundo que una vez habitamos, y atraído por estos seres que pueblan tras la brea, seres que se levantan como tú y alcanzan los límites que les impone esta superficie.

¿Qué inhalan estos seres si todo rastro de oxígeno bajo sus breas ha sido consumido por el petróleo y el carbón? ¿Qué respiras amado mío, si solo queda tras de ti la muerte en vida que quisiste? Tigres, zorros y lobos se reúnen ante tu llamada, y yo ante tu venida solo pregunto si me amabas.

¡Qué extraño! Ante tu mirada he escuchado unas pisadas en el rancho. Abandono tu nocturno abrazo, esperando que sea un conejillo o una ardillita que busque el cobijo hogareño. Imagino como corretean por los terrenos y entran en el cobertizo en busca de un poco de calor humano. ¿Quiénes me aguardaran tras la caseta de madera? Perdóname Trevor, debo dejarte un instante, descansa.

El viento azuza las malas hierbas que asolan el camino. Vislumbro la caseta. Las tenues pisadas que percibe mi agudizado oído son cada vez más graves, más cercanas... tan salvajes como las de los seres abominables que se ocultan en el pantano. Rastrillos, azadas, y tornaderas sobre la tierra, me indican un sino que las hondonadas de viento tratan de negar. Me armo, Trevor, con la misma hoz con la que rajé tu garganta: ese rugir visceral que proviene de nuestro hogar causa en mí un temblor indescriptible, que tan solo había conocido durante tus visitas nocturnas.

Entro en la caseta, y, tras las huellas de alquitrán, observo el rostro joven que una vez te perteneció, junto a esa corpulencia que se resquebrajó con el pasar de los años, y, sin embargo, sé que no eres tú, aunque este ser posea los mismos cabellos rizados que me enamoraron antaño. Trevor, tu jamás portarías un traje tan elegante, mas qué es lo que veo si no un tú más apuesto, más aguerrido, más joven... ¿Alguna vez fuiste tan bello mi Trevor? Una mujer tan entrada en años como yo no lo podría recordar.

Escondo la hoz. — ¿Quién anda ahí? —. El joven de cabellos rizados decide presentarse, aunque no puede evitar mostrar sus pómulos sonrojados —Disculpe mi impertinencia al entrar en su casa, señora —dijo sin saber que clavaba un puñal en mi pecho. —Soy Joshua, un huérfano en busca de su padre biológico. He escuchado de sus vecinos que antes habitaba cerca de la orilla el señor Trevor Phillips Jones ¿Usted le conocía por casualidad? —Por supuesto, es mi difunto marido.

El joven parece desconocer como interrumpir este silencio arrollador que han inferido mis palabras. Es toda una sorpresa encontrarte de nuevo, Trevor, aunque sea en las tímidas miradas de tu primogénito. ¿Cómo te atreviste a engañarme? ¿Qué he de decir si me hallo ante este… hijo… que tuviste con otra mujer? No sé qué palabras debo  pronunciar, pero debo mantener mi talante —Joshua, creo que no nos hemos presentado adecuadamente, mi nombre es Catherine Phillips, señorita Catherine Sweet antes de mi desafortunado matrimonio. ¿Le gustaría tomar un café?

—Con mucho gusto, señorita Catherine —responde con esa sonrisa tan encantadora. Dime Joshua, —pienso para mis adentros— ¿Eres quizá esa luz arrebatadora que ilumina estos caminos? ¿O una nueva mancha de brea que me empaña en su ardor?

Nos sentamos juntos, y, a medida que iniciamos la conversación, percibo en la forma con la que sostienes la taza de café, la delicadeza de tu trato.  Tomas un pequeño sorbo. —Es muy dulce —dices mientras sonríes, y me pregunto si es tuya esa voz en la que me veo inmersa. Osa pronunciarse suave, posarse sobre mis oídos como un susurro que nunca llega al silencio, y cuyo eco permanece latente. —A Trevor le gustaba el café, pero no soportaba un café amargo, siempre lo tomaba con tres cucharaditas de azúcar.

—Señorita Catherine, he de reconocer que no sé como sentirme ante la pérdida de su esposo, esperaba encontrar a mi padre al fin, o por lo menos descubrir los motivos de su abandono, pero… Discúlpeme, debe ser duro para usted encontrarme aquí, en verdad lamento su pérdida.

—No se preocupe Joshua, es normal en un joven como vos ser impetuoso, además es un rasgo heredado de mi difunto esposo.

Noto en tu vibrante mirada como la tensión que nos augura aumenta. ¿Qué es lo que quieres decirme? — ¿Cómo…?— tartamudeas — ¿Cuánto tiempo hace desde que falleció su esposo?

—Medio año hará este 23 de octubre. Aún poseo su carta de despedida pero… — una lágrima se desliza sobre mis pómulos —una mujer como yo no tiene fuerzas para releerla.

Esta agónica palpitación que surge desde mis adentros proclama mi muerte, sin embargo, entre los ecos de mi ansiedad distingo unas palabras que tranquilizan mi pecho —Señorita Catherine, aunque apenas nos conocemos, tengo la certeza de que no solo carece de dicha debilidad, si no que usted posee esa fuerza que ilumina estos caminos carcomidos por el alquitrán. Admiro su entereza…

Mientras más pienso en el significado de este encuentro, más se aferra en mí la sensación de ser la hoja extraída de una rama, de ser azuzada por el viento hasta llevarme a estos pantanos y de flotar sobre ellos, sin que el alquitrán contamine ese haz que tus ojos reflejan incluso durante el anochecer.

Sin embargo, la hoz, esa hoja curva con la que rebané la garganta de mi marido, permanece afilada y escondida tras las paredes del cuarto contiguo. ¿Qué diría el señor Trevor Phillip Jhons ante la llegada de su propio hijo? Quisiera saberlo… Quisiera averiguar el nombre de su amante, y quisiera descubrir por qué escribió esta maldita carta que me veo en la obligación de mostrarte, mi querido Joshua:

“Hoy debo morir bajo estos viscosos lagos, sean tu mano o la mía las que se hundan en mi pecho. Elige por mí, por favor, la muerte que mas desees Catherine, una dulce muerte que ejecutar para el beneficio de ambos, y si niegas este profundo deseo de morir, niégate a vivir cerca de estas aguas donde los hombres imploran perdón por sus pecados.

He cometido tantos pecados contigo Catherine… solo la muerte resarcirá el dolor causado durante aquellas noches en las que tanto disfrute de esas divinas artes amatorias que llegaron a consumirme en esta espiral de violencia.

Ven al pantano antes del ocaso, y, si aún me amas ayúdame, si no, te esperaré.”

—Lamentablemente era tiempo de siega, y trabajé durante horas en el huerto.  Leí la carta a la hora de cenar, y corrí en su busca, pero una vez llegué el único rastro de su cadáver dormitaba en las profundas breas del pantano. Llegué demasiado tarde.

Estás confundido, te lo noto. Te sientes perdido y, de nuevo, sin objetivos. Por un instante me miras. Te gustaría pensar con claridad, pero tantas dudas te inquietan ¿Cuánto tiempo llevarás deseando encontrar a tu padre? —Muchas gracias por su sinceridad Catherine. Me gustaría partir hacia el pantano para despedirme del padre que nunca llegue a conocer. ¿Podría acompañarme Catherine? Espero no ser una molestia…

—En absoluto. Mañana le mostraré el camino. Si lo desea puede quedarse esta noche en la habitación de invitados.

            Enciendo unas velas durante la cena y percibo, Joshua, cómo me posees con esa mirada refulgente, cómo revisas el rostro joven que perdí, y bajas la mirada hacia la figura que realza mi semblante, y las caderas prominentes que aún conservo. ¿Acaso me deseas como yo te deseo?

 En esta magnífica velada, cada palabra se escapa de mi boca, pues todas ellas desean encontrarse con la tuya; y de las que guardas tan cohibido me nace el componer versos, estrofas, poesía:

Me sonríes si sonrío,

Me embelesas si me río,

 Si de mí gozo nace un reclamo

 Di mi nombre si es tu sino.

 

¡Oh! ¡Joshua mío!

¿Quién siguiera tu destino?

¿Si es tu padre a quien yo amo

por qué estás tú aquí conmigo?

 

Dime quién calienta en este frío

si esta brea ha consumido

Dime si mi pena está contigo

o me hundo en sus latidos.

 

            Son mis labios besados por los tuyos, persiguen la nocturna esencia que nos otorgan nuestras pasiones entrelazadas. Las ardientes gotas de cera caen sobre nuestra piel ante el fulgor de su llama ausente. Nuestros cuerpos se confunden. Tus dorados cabellos se pierden en la oscuridad y, tras tu silueta, veo a Trevor. Toda extremidad que forma parte de mi cuerpo le reconoce, y la sombra de Trevor que en ti veo, se introduce en mí, con su mismo vigor… su misma esencia. Ámame Joshua… ya te siento.

Duermes junto a mí, sobre mi lomo; de entre mis temores distingo en tus cabellos las mismas canas que una vez fueran de Trevor, y mis dedos rozan tu pelo, tan rizado y blanquecino. ¿Qué tentación es este deseo? ¿Qué imagina esta mujer cual regocijo sobre su cuello? Es esta imagen un dolor rememorado, una hoz sobre este cuello que, por alguna razón que desconozco, estoy sujetando en esta mano y cómo anhelo rasgar esa garganta tuya, Joshua, como hice con tu padre en los pantanos ante el esplendor del ocaso.

Esta mano fuerza sus tendones. Mis falanges traquetean contra el filo. ¿Qué me impulsa? Una imagen se repite. La hoz lo exige. Debes morir, Trevor —alejo desesperada este arma que desea bañar su filo —¡Oh, Joshua! ¡Perdóname! Trato de resistir este infame deseo pero… No importa, tú ahora descansa. Tan solo permíteme besar de nuevo tus labios.

Sueño despierta,  recayendo nuevamente ante las póstumas remembranzas de lo acontecido.  Sigo el rastro de unas huellas. Se marcan en el barro ennegrecido. ¿Le encontraré? Lo desconozco. Trevor hace tiempo que ha marchado. Llega el ocaso. Atravieso el bosque. El alquitrán empaña los cipreses. No me abandones.

Avanza mi travesía tras su senda. En la negrura distingo nitidez. Hallo sus botas hundidas. La senda se bifurca. Los animales acechan en las inmediaciones, o quizá sus sombras. Tigres, zorros y lobos me observan tras los cipreses. Ninguno me ataca. Trevor se escapa, un cuervo me guía, la muerte es su amiga.

El sol debe ocultarse ante la presencia de la luna, y sus anaranjadas nubes se tornan violáceas. Estoy cansada. La negra tierra termina donde la laguna empieza, y su líquido es tan oscuro y viscoso que mi piel sufre al contacto. Ya me llega a las rodillas. Tras los nenúfares vislumbro a Trevor en la distancia, sobre un pequeño puente de madera.

Escucho unos aullidos junto al eco de una voz conocida —Viniste —. Trevor se postra ante  mí cual maniquí, sin expresión. Cada paso sobre la brea me acerca hasta él. Bajo el pantano sobresale una camilla alquitranada. Los músculos de cada zorro se desprenden dejando visibles huesos, costillas, y cráneos carcomidos por la brea. Los suplicantes gañidos presionan mis tímpanos. — Callad — grito desesperada.

Logro acercarme a Trevor, quien sujeta una hoz ligeramente desgastada. La brea deja de cubrirme los zapatos. —Lo siento Catherine— dice mi marido mientras me ofrece la hoz que sostiene —te he hecho mucho daño en el pasado. Has soportado mis vicios, mis enfermedades, perdonaste aquella infidelidad hace ya tantos años, e, incluso durante estos últimos meses has cuidado de mí. He sido muy injusto contigo, y, sin embargo, me veo obligado a pedirte que me ayudes antes de que el cáncer siembre en mí la semilla del olvido. Catherine, ayúdame a morir.

Tras escuchar sus  palabras no sé qué decir,  Una parte de mí desearía morir junto a él, otra sabe que luchar contra sus palabras no serviría más que para alargar unos instantes más su agonía. — Por favor, Catherine — insiste mi esposo —Debo descansar en estas aguas. Recojo la hoz, y nos damos un abrazo durante los últimos destellos del ocaso. —Perdóname por todo, Cath— son sus últimas palabras. No quiero que siga sufriendo.

Corto sus arterias carótidas. Su sangre sale a borbotones.  La brea fluye junto al jugo de su tráquea, y su cadáver se hunde.

Te he ocultado la verdad Joshua, Trevor quería morir, y, sin embargo, parece empeñado en vivir enmascarado tras los rasgos que heredaste. Estoy desnuda, pero tiemblo ante esa presencia que carcome tu inocencia, e impide una redención para este sentimiento que me mortifica.

Amanece. Ambos despertáis en el mismo cuerpo, a mi lado. Anheláis vuestro encuentro. ¿Descubrirás, Joshua, al suicida bajo la brea? ¿Consumirá, Trevor, a tu hijo la distimia? Camináis ambos conmigo, por la misma senda de antaño. Seguimos las mismas huellas en las que uno de ustedes murió, y los mismos cipreses, y la misma brea… y los mismos zorros más hambrientos y sangrientos. Reincidimos en la misma ruta hasta encontrar ese pequeño puente donde nos espera la silueta, recubierta de alquitrán, de un hombre que pertenece a la muerte. Os acercáis y, antes de mediar palabra, la silueta descubre su rostro envejecido y putrefacto.

Trevor, con el corte de su garganta aún visible, se acerca a ti, Joshua, que, cabizbajo, giras el rostro y susurras — ¿Por qué me habré enamorado de la asesina de mi padre? Yo solo quería encontrar a mi familia—. Trato de explicarme pero ignoras mi presencia — Por favor Joshua, escúchame yo…—. Hundes tu rostro en la brea, a pesar del sufrimiento que deben causar las múltiples erupciones que surgen en tu piel.

Padre e hijo, os vais de la laguna, y, aunque he de sentirme sola, percibo la mirada de otros seres que me observan en la distancia, seres que tan solo anhelan un cadáver más para alimentarse tras mi muerte. Sin embargo, tengo la certeza de que, una vez termine mi historia, todos me abandonaran.

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