La Mascaipacha
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La Mascaipacha
Angélica bamboleaba sus brazos mientras cantaba una dulce canción, y se desplazaba saltando de un lado al otro de un camino rural. Su cabello negro azabache, lacio y largo, se movía a la vez con la brisa, al igual que su vestido. Sus pies descalzos pisaban el guadal, ese era su mayor placer, dejar incrustada sus huellas con cada paso, cada tanto darse vueltas para mirar la estela de tierra que quedaba flotando en el aire, tal vez esto se debía a su herencia genética mestiza.
Cada tanto abría su pesado morral, movía algunos yuyos secos que allí tenía, levantaba una piedra que hubiera adentro, de esas raras que encontraba y coleccionaba, buscaba entre flores disecadas, alguna que otra semilla que pudiera dispersar por el camino. Le gustaba ver crecer algunas de las cosas que iba sembrando. Los vecinos campestres cada tanto la veían pasar y levantaban sus brazos desde lejos saludándola, ya sabían hacia donde se dirigía, podía ser hacía el monte, con el que tenía una inexplicable conexión o hacia la ciudad.
Minutos más tarde, la cara de Angélica se encontraba apoyada en uno de los postes de una de las calles principales del poblado. Sus ojos color miel no le permitían disimular sus grandes pupilas soñadoras, cual infinita galaxia, se perdían mirando con gran ansiedad hacía el horizonte esperando la llegada de algún transporte que traiga mercancías.
Con sus 12 años ya conocía qué días y horarios llegaban qué mercaderías y quiénes las recibían. Le encantaba imaginar, qué novedades vendrían para las veinte familias del pueblo, pero sobre todo qué recibiría Clara, la dueña de la tienda local, a quién ella ayudaba a acarrear lo que llegaba, como ser, ella recibía: nuevas telas, alimentos, juguetes, cajas, entre varias cosas. No se sabía qué sorpresa podía deparar el destino, pero ella siempre recibía algún regalo, alguna golosina, de parte de Clara, por su colaboración. Su sueño era trabajar algún día en la tienda, y poder acomodar los caramelos en los frascos de vidrio, imaginaba acomodarlos por color o sabor, ordenar la tienda, vender los alimentos.
Una mañana como todas, mientras espera, observa la llegada de un nuevo carruaje, cargado de pesados bolsos, tinajas, grandes cajones de madera, y también observa una familia que nunca había visto por la zona y se detienen a preguntarle por la ubicación una estancia cercana. Ella recuerda que han estado construyendo un hermoso gran hogar nuevo. Ve allí una niña aproximadamente de su edad, le llama mucho la atención su hermosa y elegante vestimenta, con telas muy refinadas, llenas de adornos y unos hermosos zapatos, sus cabellos son rubios, ondulados y prolijamente peinados y observa la postura de su padre y la elegancia de su madre, a un chico de unos 16 años de edad. Hasta que se acerca, como acostumbraba a preguntar si ella podía ayudar a llevar el equipaje y si ellos venían a vivir a la ciudad. A lo que la familia asiente y le muestra que un hermoso carruaje los esperaba.
Angélica busca cruzar la mirada con la niña, cuando esta la observa, ella queda asombrada por el color turquesa de sus ojos y le pregunta su nombre. Ella le responde: “Juana”. Angélica le dice su nombre con una gran sonrisa en su rostro y mostrando cordialidad le dice “Bienvenida” a lo que la niña solo asiente con su cabeza y el carruaje continua en movimiento.
Desde ese día, Angélica comienza a acercarse a la residencia de Juana, le lleva objetos que ha estado coleccionando, busca entablar una amistad. Comienza a contarle expresivamente cosas de su pueblo, como ser, la llegada de las primeras familias, cómo están compuestas, a qué se dedican, las historias que conoce de sus ancestros, les cuenta sobre cada leyenda popular, sobre los tipos de árboles que allí crecen y la fauna autóctona. La invita a recorrer, pero Juana no se ve muy entusiasmada, ya que a ella solo le interesa mantenerse impoluta, sin ensuciarse, mientras escucha sus historias, solo se peina su largo pelo con bastante indiferencia, le gusta tener su vestido arreglado y solo sale para ir de compras, ya que viene de una gran ciudad. En cambio, a quien sí le interesan sus historias es a su hermano Imanol quién tiene un espíritu más aventurero.
Una tarde, Juana se encuentra sentada en su sillón hamaca en la galería externa, peinando su pelo como de costumbre. A Angélica le asombra ver cada día los nuevos vestidos, peinados y moños de Clara, ella admira su pulcritud, le gusta como combina sus colores, en cambio a Juana no le interesan las historias de Angélica. Aun así, ella continúa contando sus mil hazañas, tiene una historia que contar cada día. Este día en especial comienza a contarle sobre los “refugios” que ella misma construyó alejados del pueblo. Fueron pensados estratégicamente “por si acaso”. Angélica, los invita a conocerlos, Juana revolea los ojos, no quiere saber nada con tener que salir a ensuciarse, en cambio Imanol, insiste en conocerlos. Está muy intrigado en saber historias de ataques de indios y de fortalezas y le insiste a su hermana en ir, quien se enoja, pero termina accediendo ante la insistencia de ambos.
Angélica ha construido un escondite en una zona cercana, en un monte, mientras van caminando, Clara observa como sus zapatos se llenan de tierra y se lamenta haber aceptado la invitación. Llegan a un monte y siguen por un caminito que los lleva hasta un rincón escondido. Allí se encuentra la chocita, está bastante bien armada y equipada, allí guarda muchas cosas que Clara le regala, ya sea de conservas, adornos, dulces, así como también guarda sus colecciones de semillas, flores disecadas, piedras, plumas, insectos, incluyendo objetos indígenas que fue recolectando. Todo adecuadamente clasificado como si fuera una tienda.
Imanol está impresionado por la cantidad y variedad de cosas que tiene Angélica, inspecciona todo muy de cerca, observa cada objeto detenidamente. Juana, solo mira desde la entrada, no se mete, pero como ve que la cosa va a tardar, decide tomar un banco improvisado a partir de una caja de madera y lo mueve para sentarse lo mas próximo a la salida. Cuando ella lo corre, Imanol observa un agujero en el piso, tapado, preguntando de qué se trata. Angélica le dice que se preparen, que les va a contar, y que esa historia les va a interesar mucho. Juana mira asustada el agujero pensando que de allí pueda salir cualquier alimaña desde algún insecto o serpiente. Imanol se sienta en otra de las cajas para escuchar atento la historia mientras agarra los objetos y los analiza.
Angélica saca del agujero una bolsita pequeña de cuero y cuenta la historia.
_“Un día, hace algunos años, me encontraba paseando lejos en el monte, luego de haber recogido frutos, ya comenzaba a caer el sol, entonces emprendo mi camino de vuelta. Cuando de repente comienzo a escuchar ruido en la distancia acercarse rápidamente, se escuchan gritos y corridas, yo me asusto mucho y empiezo a correr, hasta que veo en el camino una parva de ramas, no tengo más remedio que saltarlas, pero cuando lo hago y caigo boca abajo. Despacio comienzo a levantar mi cabeza para recuperarme del golpe y veo unas botas que saltan a mi lado, y en eso veo que una bolsa queda enganchada en las ramas, la persona que la llevaba era un militar, pero este no se percata siquiera de que yo me había caído y menos que había perdido algo, y sigue corriendo, de pronto escucho con mas claridad, eran los gritos de indios a las vueltas, no tengo mas remedio que permanecer inmóvil en el lugar. Escucho como pasan, el ruido cesa, giro mi cabeza para mirar a través de las ramas para asegurarme que se han ido y veo un indio que me observa justo a los ojos por entre medio de las ramas, no me quita la mirada, pienso que me atacará ya que posee una especie de lanza dorada, en cambio él mira al cielo levanta sus manos y se toca la frente, luego desaparece, yo froto mis ojos, para ver, si solo fue producto de mi imaginación debido a la caída o acaso es que es real lo que acabo de ver. Mi corazón no para de sonar como un tambor. Para peor, comienzo a escuchar disparos de fusiles en la distancia, por lo que me levanto rápidamente, agarro la bolsa, y salgo corriendo de allí con todas mis fuerzas, sin parar, y me detengo ya casi cuando no puedo más respirar.
A esta altura Imanol estaba completamente concentrado en el relato, mientras que Clara suspiraba y movía su cabeza como diciendo, hay no podés creer semejante invento.
Angélica abre la bolsa de cuero y comienza extraer, un trenzado de fibras, con plumas, borlas y detalles en dorados, con un gran sol dorado en el centro y una gran piedra turquesa incrustada debajo de este. El reflejo del sol que entra por la ventana improvisada de la chocita, impacta en la piedra de color turquesa, y esta comienza a expandir su brillo increíblemente.
Los ojos de Imanol se abren ampliamente del increíble asombro, y comenzó a lanzar una infinidad de preguntas: No puede ser, ¿por eso construiste estos refugios, por si vienen por el objeto? y ¿para qué sirve? ¿Qué crees que te quiso decir el indio? ¿Y el soldado, qué pasó con él? ¿por qué lo habrá tenido en su poder? ¿Y qué vas a hacer con esto? ¿Le contaste a alguien?
Juana le dice: ¡Ay, por favor! Eso debe ser un collar que ella hizo a partir de todas esas colecciones de piedras y plumas que tiene. A ver, déjamelo observar mi padre es experto en estas cosas. Cuando fija sus ojos en la piedra, sus pupilas quedan borradas debido al reflejo del brillo turquesa. Su mirada se funde en la piedra hipnóticamente. Juana vuelve en sí y dice: Aunque debo reconocer que es una objeto muy raro y de metales preciosos, deberías considerar venderla de debe valer bastante. Si querés puedo llevársela a mi padre.
Angélica se lo quita de las manos y lo guarda en su bolsa y en su morral.
-Nadie tiene que saberlo, esto es importante y es un secreto entre nosotros.
Comienzan a caminar de regreso a casa. Mientras Imanol insiste en obtener respuestas a sus preguntas, Angélica le explica lo que ella cree. Imanol llega a su casa y comienza a buscar entre los muchos escritos de su padre, y luego de muchas horas para su sorpresa encuentra el dibujo del trenzado.
Al día siguiente Imanol espera en la galería de su casa y ve a Angélica ir hacia el pueblo y corre tras ella con los escritos de su padre en sus manos y le dice:
-¡No se trata de un collar! sino que es una Mascaipacha, una corona real que usaban solo emperador del imperio Inca, y que tal objeto era el único y más importante símbolo del poder del emperador. A su vez, Imanol teoriza que al aborigen a quien ella pudo haber visto ese día, se trataba justamente del mismo emperador, ya que portaba una lanza dorada, y le muestra otro escrito con ferviente entusiasmo donde un detallado dibujo explica sobre tal vara, Imanol dice: - ¿Ves? Se llama Topayauri simboliza el poder. Esta hecha de oro, tiene una hoja cortante como si fuera un hacha. Todo tiene sentido. Angélica no puede creer. Ahora recuerda las señas que le hizo el emperador pensando en qué le habrá querido decir. Imanol cree que se trata de un poder divino que ella debía cuidar.
Imanol vuelve a su casa, tras cerrar la puerta se topa con su padre quien lo aguarda con una serie de preguntas: ¿Por qué sus escritos están desordenados? ¿Por qué faltan ciertas hojas y por qué se los ha enseñado a esa niña, quién es ella y que sabe de todo esto? Imanol se queda inmóvil y muy asustado. No sabe qué responder.
Angélica va a ayudar con las mercancías que están llegando y ve a Clara junto a Juana, le pregunta si puede llevar las cajas y Clara asiente. Cuando ingresa, le pregunta si desea que le ayude a desempacar y Clara le dice que Juana es su nueva ayudante de la tienda.
Angélica acaba de recibir como un golpe en el pecho, no lo puede creer, ella durante años ha estado trabajando y esperando para que Clara le dé ese lugar, y ella nunca lo Cómo es posible. Esto la pone muy triste. Comienza a pensar si es su aspecto temerario o si no fue lo suficientemente colaborativa y piensa que Juana lo ha hecho a propósito.
Angélica está dolida y enojada, se dirige pensativa a su refugio, a medida que va camino a él, va reflexionando, sobre todo, tiene sentimientos encontrados, por un lado, alegría de saber la verdad sobre la corona aborigen y por otro la tristeza de haber perdido su sueño.
Continuó su camino al refugio, y al llegar no puede creer lo que estaba viendo, el refugio está completamente destrozado. Los objetos de su colección desparramados por doquier. Su corazón se termina de derrumbar, se arrodilló en la tierra y comenzó a llorar tristemente. ¿Quién había hecho eso? ¿A caso los indígenas habían venido a recuperar la corona? ¿fueron las milicias? ¿fue Juana que por resentimiento lo hizo?, ¿qué podría haber sucedido? No paraba de hacerse preguntas. Se sentó muy desanimada en un tronco, abrió su morral y sacó la corona, la piedra brillaba potentemente, continuó observándola por unos minutos y parecía que esta le transmitía paz.
En ese momento, observa a Imanol que viene corriendo y le dice que su papá la buscaba, ya que él era el militar que había perdido la bolsa y que estaba dispuesto a recuperarla cueste lo que cueste. Imanol recordó que nunca habían visitado el segundo refugio, así que le recomendó esconderse allí hasta pensar en qué hacer. La acompañó hasta allí y prometió volver con comida y alguna estrategia para ayudarla al otro día.
Se escondía el sol, Angélica sacó la corona y los últimos rayos del sol hacían que el brillo turquesa se disperse, mientras ella pensaba en todo lo que le había ocurrido pero principalmente, ahora necesitaba conectarse con el mensaje que recibió del cacique. ¿Qué le quiso transmitir y porque no se lo quitó en ese momento tendría ella solo que cuidarlo o una misión? Comenzó a hacerse de noche, hacía frío, pero el lugar estaba preparado, contaba con mantas abrigadas, algunas galletas y dulces que guardaba. Y comenzó a cerrar sus ojos y a quedarse dormida aun con la corona en la mano mirando la piedra, y comenzó a visualizar que la piedra eran sus ojos, que tenía unas amplias alas, ahora era un águila, y volaba suavemente sobre los montes, sentía una sensación increíble de libertad y bienestar. Recorría los cielos diurnos y nocturnos. Desde arriba veía las civilizaciones indígenas alrededor de fogatas danzando, navegando por los ríos felices y de pronto su plumaje comenzó a incendiarse, y el ave quería descender hacía el río pero el fuego se hacía cada vez mas incesante. De repente vino otra ave pequeña un corenqueque, que le indicó la isla en la que debía aterrizar, ella recordó que en los dibujos de Imanol el ave era sagrada, pertenecía a esa isla y era mensajera del dios. Se despertó asustada, guardó la corona, y pensó en que al otro día debía partir en búsqueda de la comunidad indígena, para devolverle su corona.
Al día siguiente, al caer los primeros rayos de sol, comenzó a preparar algunas de sus pertenencias para marcharse, cuando escuchó un ruido afuera, era Imanol junto a Juana, quién habían pensado en marcharse para buscar un lugar más alejado y seguro.
Tras varias horas de caminata, llegan a un claro del monte, se detienen a descansar, Imanol dice que ira a hacer sus necesidades, en eso ambas niñas, se sientan a comer frutos. Angélica le pregunta por qué le estaba ayudando si a ella nunca le había interesado entrar en su mundo, y ella comienza a contarle que ha tenido un sueño. Se miran a los ojos y se dan cuenta que están conectadas, logran descifrarlo en silencio, y por primera vez se dan cuenta que logran conectar, entonces se dan la mano. En ese mismo momento, Imanol aparece de entre el monte a unos metros de distancia le dice:
-Dame la corona, le pertenece a mi padre, lo siento, pero la recompensa ante mi padre será grande.
-Imanol, cómo pudiste, me han traicionaste, esto es algo valioso y mi misión es devolverlo a su pueblo_ dijo Angélica
-Entregalo, no tenés escapatoria, no intentes huir, porque morirás_ dice Imanol.
En eso Juana se para en frente de Angélica y mira de frente a Imanol.
_ ¡Juana! ¿porque haces eso, esto es por el bien de nuestra familia. _ le dice Imanol?
_ ¡No puede ser más importante el valor económico que le daríamos como familia, sobre el valor de lo que en verdad significa para los pueblos! _ Dice Juana dándose girando su cabeza y gritando ¡Corre Angélica!
Imanol comienza a correr empujando a su hermana de su camino, esta trastabilla y cae golpeándose la cabeza con una piedra, Imanol no se percata de ella, está enceguecido corriendo, va disparando hasta que la pierde de vista. Corre durante un largo tiempo hasta que se siente exhausto, descansa por un tiempo y vuelve al sitio a donde estaban las cosas, pero para su sorpresa ella ya no estaba. Comienza a caminar hasta el claro del monte. Una vez allí llegado, su padre lo espera con una caballería, como habían pactado. Imanol le cuenta lo sucedido. Imanol piensa y recuerda que el dibujo del sabe perfectamente a dónde se dirige, recuerda que el ave era guardiana de la isla que se encontraba cruzando el rio.
Se dirige hacia allí sigiloso y asertivo como un puma en plena casería, sabe que estará en el rio. Al llegar allí la ve y sabe que no tiene escapatoria, está demasiado cerca.
_ ¡Angélica! _le grita Imanol_ ¡si das un paso más tendré que dispararte! En ese momento Imanol ve a Juana, su hermana que se encuentra del otro lado junto a un grupo de aborígenes y grita que no disparen. Angélica comienza a correr para tirarse al río, Imanol cierra sus ojos. Juana grita que ella tiene la bolsa. Angélica me la ha dado con sus propias manos. Pero en ese mismo momento, un sonido agudo de disparo, seguido de una fuerte explosión, rompe los dichos de Juana. La bala impacta en Angélica.
Imanol voltea, ha sido su padre. Este se acerca a Angélica y observa con frialdad como su sangre corre por el río, y busca la bolsa con la corona y efectivamente no está.
Levanta su mirada diciendo: ¡Extermínenlos a todos! Levantando su fusil. A lo que Imanol abre sus ojos grandes sin poder creer que su padre sea capaz de matar a su propia hermana y le dispara.
Comienza la balacera, los indios huyen junto a Juana. Imanol, lamenta haber causado tanto daño, y busca a su hermana, pero Juana se ha hecho en carne el espíritu libre del Corequenque que logró salvar al pueblo de la isla y le devolvió lo que les correspondía por tradición, la corona que les daba vida y razón de ser. Así demostró que podía haber unión y hermandad entre los pueblos y en a honor a Angélica decidió quedarse con el pueblo aborigen. Angélica siempre será recordada por ser la niña libre, audaz, soñadora y creadora, una leyenda en su lugar. GOROSITO, Vanesa G.