No Está Limpio

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Por Victor D Manzo Ozeda. 

Estás sentado en la taza del baño, el suelo frío bajo tus pies descalzos, mirando el azulejo agrietado mientras tu trasero se desploma en esa avalancha tibia de alivio. Esa sensación, ese pequeño momento en el que piensas: ya está, todo fuera. Miras el rollo de papel higiénico, tiras un par de cuadritos y haces lo que tienes que hacer. Luego, con un giro de muñeca, te limpias.

Y no.

No está limpio.

No es que no esté limpio. Es que sigue ahí. Todo. La sensación de mierda pegada, densa, espesa como lodo.

Limpias de nuevo. Tres veces. Cinco. Un rollo entero si es necesario.

Nada.

Y entonces lo sientes. Ese leve escalofrío que te recorre la columna. Sabes que algo no está bien. No puedes ver nada, pero lo sabes. Y vuelves a intentarlo. Tomas más papel, porque no hay otra opción. Y sigues limpiando.

Y sigue saliendo.

El papel sale empapado, embarrado, cubierto de esa sustancia oscura y nauseabunda. Como si tu intestino se hubiera convertido en una tubería rota, y todo lo que habías comido en los últimos treinta años saliera de golpe. Pero no para. Sigues limpiando, con la otra mano ahora, y tiras el papel al suelo, porque el cesto está desbordado. El hedor es insoportable, un gas denso que te llena la nariz y los pulmones. Te mareas, pero sigues. Estás atrapado. No puedes parar.

Y entonces, la desesperación. Miras hacia el rollo, lo agarras, lo desenvuelves todo en una bola gigantesca y te limpias de nuevo. Pero el papel se empapa tan rápido que ya ni sirve. El sudor te cae por la frente. El calor es sofocante, las paredes parecen cerrarse sobre ti. Tu trasero es un manantial infinito de mugre, una maldición sin fin. Te limpias hasta con los dedos. Da igual. No puedes detenerlo.

Empiezas a perder el control. Sientes la mierda resbalando por tus muslos, por tus piernas. El suelo está manchado, tus pies cubiertos de esa mezcla húmeda y pegajosa. Tratas de levantarte, pero te resbalas. Caes de rodillas sobre el charco de tu propia miseria, con los brazos en el aire, pidiendo ayuda. Pero no hay nadie. Nadie te escuchará.

Y ahí estás, en el baño, solo, rodeado de mierda que nunca deja de salir.

Piensas en lo irónico que es todo. En cómo el cuerpo, ese órgano que nunca terminas de entender, tiene esta capacidad de destruirte, de hacerte mierda. Literalmente.

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