Existió en un pequeño rincón de un mundo del tamaño de la cabeza de un alfiler, una oruga de seda muy especial. Su cuerpo, adornado con los colores más brillantes y hermosos, destacaba entre todas las demás criaturas naturales. Esta oruga representaba todas las buenas acciones que podían hacerse en un universo lleno de mentiras y engaños.
Por otro lado, en ese mismo lugar, vivía una araña de pestañas nieve carmín. Su apariencia era enigmática, pero tras su apariencia se escondían desleales propósitos y malas intenciones. La araña encarnaba todo lo malo en ese universo, donde las criaturas salvajes se desarrollaban y vivían.
La oruga y la araña habían convivido en aquel rincón por mucho tiempo, sin cruzar sus caminos. Cada uno vivía centrado en sus propias realidades, sin saber lo que el otro era capaz de representar. Hasta que un día, un espíritu mucho tiempo atrás dormido, decidió que sus caminos se cruzarían.
La oruga, llena de amor, decidió aventurarse más allá de su cómodo y seguro hogar. En su travesía, se encontró con la araña de pestañas nieve carmín, quien al ver tanta pureza en la oruga, sintió un extraño y desconocido deseo. La araña decidió acercarse, buscó seducir a la oruga con sus artimañas y promesas de poder y belleza. Pero la oruga, con su inocencia y sabiduría innatas, intuía que detrás de esos ojos de la araña se ocultaba algo perverso.
Y así, comenzaron a entablar una conversación llena de desafíos y reflexiones en medio de un lugar tan minúsculo. La oruga hablaba de la importancia de la verdad y la honestidad, mientras que la araña defendía a capa y espada el poder de la mentira y el engaño.
A medida que los días pasaban, la oruga y la araña se enredaban en discusiones acaloradas, donde ambas criaturas intentaban demostrar que su visión del mundo era la correcta. Sin embargo, cada vez que la araña trataba de derrotar a la oruga con sus artimañas, la pequeña y valiente oruga encontraba la forma de escapar. El conflicto entre estas dos criaturas se reflejaba en todo el lugar, pero también generaba un interés por parte de las demás criaturas salvajes que observaban cautelosamente, sin saber a quién apoyar; deseaban fervientemente aprender de esta lección que estaba dándose lugar frente a sus ojos.
Con el tiempo, la oruga se dio cuenta de que no podía cambiar a la araña ni tampoco permitir que esta la envolviera en sus redes. Entendió que su verdadero propósito era seguir siendo un símbolo de bondad y esperanza; inspirando a otros a hacer el bien incluso en un lugar lleno de mentiras. La araña, por su parte, comprendió que su maldad y engaño solo la guiaban a un camino oscuro y solitario. En lo profundo de su corazón, deseaba conocer la genuina felicidad que solo la bondad podía proporcionarle.
Finalmente, la oruga y la araña comprendieron que no se trataba de ganar una batalla, sino de sanar el rincón del universo en el que habitaban. Juntas, decidieron dejar sus diferencias de lado y trabajar en armonía para hacer del lugar un espacio lleno de anhelo y confianza. Y a partir de ese momento, la oruga y la araña se unieron en una alianza inesperada y comenzaron a recolectar y tejer su seda y pestañas para crear un hermoso telar que representara la conexión entre el bien y el mal, la honestidad y el engaño.
La lección que aprendieron esta oruga y araña, fue que solo a través de la cooperación genuina es cómo podemos hacer de nuestra realidad un lugar más amado.