Cada año, o al menos los que recuerdo, cuando se acerca la noche de San Juan, los habitantes de mi poblado se comportan aún más extraños que de costumbre. Los bautizos se triplican y por las noches, cuelgan unos cuencos de fierro afuera de sus puertas, quemando corteza de Canelo, lo cual según reza la tradición, espanta a los brujos malvados. El padre Octavio, me había explicado la mayor parte de los mitos locales, y por qué los lugareños tenían tanto temor. Se dice que en estas tierras al sur del continente, habitan hombres con poderes mágicos, similares a los brujos, que se llaman Calcu, y que son capaces de realizar una serie de encantamientos, rituales y maleficios. Según el padre Octavio, estos brujos deben pasar un terrible entrenamiento para convertirse en Calcú. Su aprendizaje inicia desde niños, siendo por general hijos de un brujo o familiar. Este aprendizaje se realiza en forma secreta, ya que nadie puede saber que es brujo, porque si llega a develar su secreto o el de algún hermano brujo, el pobre desdichado moriría antes del año, producto de una maldición impuestas por los mismos brujos, como castigo. Según narran las historias, los brujos son capaces de transformarse en animales, principalmente perros, gatos, caballos y hasta en pájaros, como lechuzas o raiquén. Incluso dicen que pueden volar, sin tener que transformarse, que lo hacen con ayuda del Macuñ, que es un chaleco hecho de piel de muerto, confeccionado de la parte del pecho del cadáver y que se utiliza a manera de farol. Para que tenga habilidades mágicas, el Macuñ debe ser alimentado con aceite humano, ocupándose principalmente el de niños que no han sido bautizados. (Es por eso que aumentan los bautizos por esa fecha). Cuando el brujo desea volar, debe atarse el Macuñ a su torso, para alumbrar su camino, y si desea quedar a oscuras, baja su poncho negruzco, con el cual casi siempre se cubre. Los lugareños aseguran que los brujos existen de verdad, y que muchas de las cosas malas que les ocurren a las personas de la isla, son producto de sus fechorías.
En una oportunidad, el padre Octavio me dejó leer unos textos de su biblioteca, que hablaban sobre estos brujos y un juicio que ocurrió en la isla, el siglo pasado en 1880. En esa ocasión, se acusaron a varias personas de practicar la brujería, la gran mayoría de ellos eran Machis y curanderos, pero dicen que sí había otros que eran brujos de verdad. Quienes investigaron, llegaron a la conclusión que los brujos estaban organizados hace siglos, y que existía un rey, uno que los manda a todos. También leí, que el archipiélago lo habían dividido en distritos o Repúblicas con nombre de otras ciudades, como una especie de código creo, y que en entre estos lugares, estaba el Rey de la Recta Provincia, que es como se hacen llamar, el Rey de Sobre la Tierra y el Rey Debajo de la Tierra, o algo así… la verdad es que no lo recuerdo muy bien. Esta secta de brujos se dedica a una serie de quehaceres, desde realizar peticiones de remedios para sanar enfermos, realizar maleficios y maldiciones, e incluso dañar las propiedades de algún enemigo, ya que pueden maldecir las casas, enfermar los animales o malear las siembras. Esto último, lo hacen regando ceniza de muerto o tierra de cementerio. El poder mágico que poseen los brujos, les permite poner a dormir a hombres y animales, desde una gran distancia, así como dejarlos sin juicio por el tiempo que deseen, siempre y cuando conozcan su nombre, porque de otra forma, el maleficio no funciona. También pueden abrir cualquier puerta sin dificultad y hacer que suban las aguas de los ríos, lagunas, pozos y vertientes. Pero, a pesar de su poder, los brujos no pueden robar, ni utilizar su magia para apoderarse de lo ajeno, lo cual me parece bastante noble, desde cierto punto de vista.
En fin, puede que a ustedes lo que les cuento les parezca una serie de tonterías y patrañas, sin embargo, yo mismo he presenciado algunos de estos sucesos y lamentablemente, terminé envuelto en un ajuste de cuentas, en el casi lo pierdo todo. Pero déjenme que les cuente…
Un par de semanas antes a la celebración de mi cumpleaños, número catorce (según los cálculos del doctor Salvia, de la posta rural), tuve un sueño de esos que uno despierta gritando y pataleando. Obviamente no lo recuerdo todo con claridad, pero sí recuerdo que en la primera parte del sueño, estaba el hermano Perfecto dando el sermón del domingo en la capilla, y un Raiquén negro azabache, entraba volando por el campanario. Sus ojos amarillos como de gato, le daban un aspecto siniestro y maligno. Si no saben lo que es un Raiquén, se los diré… es una especie de lechuza, un ave nocturna de mal agüero. El ave entraba volando, y se posaba sobre el altar principal, apostado en una de las vigas que sostenían la bóveda de la capilla. Luego el pajarraco revoloteaba por todo el lugar, chillando: Piui-pirui-pirui, y su sombra, que al principio era pequeña y difusa, por el titilar de las velas que alumbraban el lugar, se expandía por toda la nave principal, cubriendo todo con un velo de oscuridad abrumadora.
En la segunda parte del sueño, caminaba junto a los curas de la abadía, en lo que creo era un bosque junto al pié de una montaña desolada, siniestra y solitaria. El bosque era gris, lúgubre, sin luz y estábamos perdidos. Avanzábamos lento y tropezábamos con las raíces de los árboles, ya que estaba muy sombrío. En eso, llegábamos a un claro, donde se podía ver el cielo, en el que habían dos lunas menguantes, y mientras mirábamos el cielo, oíamos los graznidos de aves salvajes que no lográbamos distinguir, ya que sólo se distinguían sus ojos rojos, cientos de ojos rojos que nos asechaban desde la oscuridad del bosque. Echábamos a correr por un sendero, que nos llevaba a los pies de esa montaña lúgubre, todo esto mientras éramos perseguidos por pájaros que no podíamos distinguir. Al llegar a la montaña, veíamos una cueva, y tratábamos de buscar refugio ahí, pero súbitamente, la montaña rugía, como si tuviese voz propia y se iniciaba una avalancha. Nuevamente debíamos correr hacia el bosque, pero entonces volvían a aparecer esos ojos rojos de entremedio de los árboles y quedábamos atrapados. Frente a nosotros estaba el bosque con esos cientos de ojos rojos y atrás de nosotros venía la avalancha. En eso, las rocas que formaban la avalancha se transformaban en plumas negras, que nos envolvían por completos, como brazos que no nos dejaban respirar, como si fuesen tentáculos alrededor de nuestros cuellos asfixiándonos.En ese momento, el Cucho me despertó al saltar sobre mí. Salté de la cama de un brinco, enredado entre las sábanas y las frazadas de la cama. El Cucho salió corriendo, como persiguiendo algo, mientras yo recuperaba mi aliento y secaba las gotas de sudor que tenía en mi rostro. Ese fue el primero de muchos sueños que empecé a tener desde entonces, y que se hicieron cada vez más frecuentes.
A los dos días de haber tenido aquella pesadilla, ocurrió un hecho que no es fácil de explicar. El padre Perfecto, cayó muy enfermo, con vómitos, yagas en sus manos, pies y espalda. También tenía una serie de cortes muy pequeños en sus brazos y piernas. Al principio, el padre Octavio, que tenía conocimientos de primeros auxilios, pensó que el padre Perfecto había sufrido algún tipo de ataque, como epilepsia o algo así, y que producto de sus convulsiones, podría haberse rasguñado el mismo sus brazos y piernas. Luego pensaron que podrían ser rasguños de gato, mirando todos con cara de furia al Cucho, quien con aires de culpable, se escabulló por unos de los ventanales de la alcoba. Sin embargo, cuando lo revisó el médico de la posta rural, dijo que esos cortes no eran rasguños, porque eran cortes muy precisos, pequeños, pero precisos, como hechos por algún tipo de cuchillo o navaja. El médico le tomó muestras de orina, sangre, saliva y de todo cuanto pudo. Pasó una semana y el padre Perfecto fue empeorando y el doctor a pesar de todos los exámenes que hizo, no lograba saber que era lo que tenía el hermano Perfecto, hasta que la hermana María Celestina, una de las monjas descalzas, dijo persignándose, que el padre Perfecto era víctima de un maleficio y que sólo quedaba rezar para que se pusiera mejor. Lamentablemente, a pesar de todo lo que rezaron las monjas y los Jesuitas, el viejo religioso murió a los tres días después. Al hermano Perfecto, se le dio sepultura en el cementerio adyacente a la abadía, donde se encuentran sepultados los primeros cuidadores del recinto y sus predecesores, entre ellos el padre Gabriel, quien fuera el mejor amigo del padre Alberto y falleciera hace algunos años en un trágico accidente. Posterior al entierro, las hermanas clausuraron la habitación del padre Perfecto, quemaron sus pertenencias y prendieron fogones con corteza de Canelo, para ahuyentar los malos espíritus. Sin embargo, nada de aquello sirvió, ya que a los días después, tanto el padre Alberto, como el padre Octavio, presentaron los mismos síntomas que el hermano Perfecto. Al parecer, la abadía había sido maldecida.